El 25 de noviembre se instaló, desde hace 22 años, como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. En realidad, fue la Asamblea General de las Naciones Unidas la que le puso ese nombre, pero el movimiento feminista latinoamericano ya desde 1981 había planteado esta fecha en conmemoración de Patria, Minerva y María Teresa Mirabal, las hermanas dominicanas que fueron asesinadas en 1960. Sí, aún siendo el 49,585 por ciento de la población, según dice el Banco Mundial, tenemos que tener un día en particular para recordar que no está bien ejercer violencia hacia las mujeres (y yo agregaría femeneidades). Y en este recorrido quiero repasar algunas violencias dentro del sistema científico, porque este ámbito no está exento de la violencia, para nada.
En Argentina en particular tenemos una ley de Protección Integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres (otra vez, podríamos cambiarlo por femeneidades), la Ley 26485, que fue sancionada en 2009. Te dejo el link para que la leas, porque la verdad es que es bien corta y simple, le falta el meme nada más… “No maltratar a las mujeres en ninguna de sus formas, esto es mucho muy importante” (sé que lo leíste con la voz del profesor de los Simpsons, admitilo).
No quiero entrar en detalles de la ley, pero sí nombrar algunas cositas que me parecen indispensables, porque no sólo los golpes son violencia, que lo son, sino también están nombradas la violencia psicológica, sexual, económica y simbólica. Es decir, a las mujeres no se les debe pegar piñas, pero tampoco psicopatear, manipular, coaccionar, obligar a tener relaciones sexuales y tampoco se puede privar de sus recursos económicos o patrimoniales.
Por último, la ley habla de la violencia simbólica, y ahí parece que nadie se queda afuera, porque se trata de evitar patrones estereotipados, mensajes, valores, íconos o signos que transmitan y reproduzca dominación, desigualdad y discriminación en las relaciones sociales, naturalizando la subordinación de la mujer en la sociedad. Tinelli: qué suerte que te levantaron el programa por bajo rating, porque, según este artículo de la ley, no podés seguir cortando polleritas (menos contra la voluntad de “las chicas”). Ah, paren paren, me avisan por cucaracha que eso ya no sucede y parece que ahora es feministo, ok, mala mía.
Ya pasaron tres párrafos y sé que te debés estar preguntando qué hacés leyendo aún hasta acá cuando te prometí una columna de ciencia y género. Bueno, por haberte quedado, nomás, te prometo que ahora viene lo mejor. Porque si hay algo en lo que hablamos e insistimos en esta columna es en la necesidad de promover imágenes de científicas que se alejen lo más posible del estereotipo de mujer excepcional (perdón Marie Skolodowska Curie) que trabaja sola, es brillante y se ganó su puesto por pura meritocracia. Y es que ese estereotipo, así como el de “científica ilustrativa pipeteando líquidos de colores, blanca pura y hegemónica” que se utiliza en los artículos donde se habla de ciencia resulta que también son violencia, replican una idea de científicas que puede ser excluyente, si cabe.
Ser una femeneidad dentro de la ciencia implica tener una serie de estructuras que limitan nuestro desarrollo profesional y, por lo tanto, son violentas. Y ya ni voy a plantear eso de que “son decisiones personales, las mujeres prefieren la vida familiar a la laboral”, porque si en el mundo somos menos del 26 por ciento de las personas que hacen ciencia es algo que excede a decisiones individuales. Volvamos a esas estructuras, a saber: techo de cristal, paredes de cristal y techo de papel.
Es fácil entender de qué se tratan, y seguro que algunas ya las conocés. El techo de cristal tiene que ver con mecanismos invisibles que nos limitan el ascenso en las carreras profesionales. Invisibles porque no hay un argumento abierto de decir “no, vos no recibís la promoción por ser mujer” (o al menos eso espero). Pero sí se penaliza los años invertidos en maternidad, se le da prioridad a becarios/investigadores hombres porque ellos no “pierden el dia con la cuarentena o cuando su bebé se enferma” o se nos otorgan tareas reproductivas que nos consumen tiempo productivo, dentro y fuera del trabajo. No quiero aburrirte con cifras, pero estas cosas suceden y hacen que, dentro del CONICET, las mujeres seamos el grueso en las bases y vayamos disminuyendo estrepitosamente a medida que avanzamos en escalafones y tanto es así que se le tuvo que poner nombre: “El efecto tijera”. Esos datos seguro tienen diferencias significativas y exceden a la decisión de cada una en particular, me la juego, y si los querés consultar te los dejo por acá. La explicación es sencilla: la carrera académica de los hombres avanza con facilidad porque tienen resuelta la vida doméstica, en general a cargo de mujeres.
Además, en estos espacios donde estamos menos representadas nos encontramos más expuestas a comentarios sexistas (que explica muy bien la especialista en computación Karen Petrie con un cálculo matemático y que algún día te contaré) y ni que hablar de la hostilidad de algunos de estos espacios, ya sea al momento de ingresar o de permanecer, ya sea por actitudes subjetivas (que configuran maltrato psicológico) o por cuestiones objetivas, como un menor ingreso (lo que puede verse como violencia financiera). Ahora que me acuerdo hablamos de esto antes, cuando dijimos que “Para la ciencia ser varón garpa más”, te dejo el link por acá para que te sigas amargando cuando termines este artículo.
Las paredes de cristal son un poco menos conocidas. Son oootros mecanismos no visibles que hacen que la distribución en las carreras universitarias no sea azarosa ni homogénea. Sí, son el resultado de ver que en psicología, biología o enfermería abundan las mujeres, pero, en las ingenierías, los números se invierten. Salvo para ingeniería en alimentos. ¡Claro! La cocina es cosa de chicas… qué tonta, no me había dado cuenta. No, en serio, volvamos. ¿Qué genera estas diferencias en la distribución? SI SEÑORA, SI SEÑOR, LOS ESTEREOTIPOS DE GÉNERO. Porque crecer viendo que los médicos son hombres y las enfermeras mujeres, que el ingeniero es hombre y las maestras son mujeres, que si sos niña te toca el nenuco para cuidar (y ya de paso que alguien me explique porqué le damos a bebés otros bebés a cuidar) y, si sos nene, armas o rastis (lo de las armas no lo entiendo tampoco, pero eso ya me excede mucho). Nos va moldeando el cerebro, literalmente.
Un segundo techo que romper
Pero entonces, ¿qué se hace? Porque las profesiones y oficios ya tienen gente trabajando, y la distribución viene dada desde hace años. ¿Qué se cambia?¿Por dónde se arregla?. Por la tercera estructura: el techo de papel. Ésta sí que seguro la escuchaste poco, porque justamente tiene que ver con los medios de comunicación. Es un concepto muy nuevo que podés leer completo aquí, pero, para hacértelo corto, dice que los géneros no están igualmente representados en ellos.
El trabajo plantea que las mujeres somos menos del 20 por ciento de las personas que salen en las noticias. Eso se desprende de un análisis de Big Data, donde consideraron más de dos mil medios de Estados Unidos entre 1983 y 2009. ¡Oh, que sorpresa que estoy! no me lo esperaba (inserte tono sarcástico aquí). Porque, además, aparecemos seguido en la sección de espectáculos, pero poco en economía, en política y mucho menos consultadas como voces especialistas. Y, como dicen por ahí “no se puede ser lo que no se conoce”, si no les mostramos un abanico de posibilidades, si sólo les damos como referencia las tareas de cuidado las estamos limitando y también estamos mintiendo, y vos y yo sabemos que violencia es mentir.
El argumento para no contar con voces de femeneidades es muy torpe: según algunos medios, si buscás un experto, como ellos son mayoría, es más fácil dar con uno. ¡Y sí! TECHO DE CRISTAL se llama eso. Pero el tema es que mostrar solo expertos refuerza más este sistema que estamos tratando de desarmar y así es como el huevo y la gallina, qué desarmamos primero. Una encerrona difícil… si se piensa en solitario, por eso es que colectivos como Científicas de Acá (de Argentina) vienen armando una base de datos sobre mujeres especialistas federal y bien sorora. Si querés consultar a una científica te vas al link y ya está, escuchá… ¿lo oís? estas pibas ya están rompiendo el techo de papel, que grosas.
Pero como el panorama es complejo la respuesta también debe serla. Hace poco, alguien me contó que, en un congreso de terapias psicológicas, organizado por una Asociación internacional, una referenta y autoridad de la asociación señaló que los varones no asistían a sus charlas. ¿Qué les pasa compañeros científicOs? ¿Acaso hay voces más autorizadas que otras para la ciencia? Parece que sí, o al menos eso contaba Ben Barrés, un neurobiólogo que se identificaba como hombre trans y después de dar una conferencia escuchó a un espectador decir: “Ben Barres ha dado hoy un gran seminario, su trabajo es mucho mejor que el de su hermana”. Esta pobre (mental) persona no sabía que Bárbara era el nombre de Ben antes de la transición. Sí, identificarte hombre ya te hace ser mejor en la ciencia. Si esto no configura un hecho de violencia, yo ya no sé.
Y la cosa no termina acá, no, para nada. Porque para ponerle color al guiso tenemos que sumar las dichosas interseccionalidades. Porque, además de ser mujeres, somos latinoamericanas. Para eso te recomiendo fervientemente un artículo que publicaron Ana Valenzuela-Toro y Mariana Viglino en la “columna de carrera” de Nature sobre cómo las personas que hacen ciencia en Latinoamérica sufren dentro de la ciencia. En este trabajo se refieren a cuestiones de género: a menor aceptación de los manuscritos cuyas autoras son mujeres, menor índice de citas cuando los logran publicar y eso lleva a ser menos consideradas para hablar en congresos, lo que se convierte en un perro que se muerde la cola de subsidios, reconocimiento y posibilidades.
Además, al ser latinas y latinos, tienen que enfrentarse a barreras económicas, ya que los congresos, reactivos, publicaciones suelen estar en dólares y a precios inaccesibles para nuestras economías inestables. No hay que olvidarse que publicar un paper implica saber hablar/escribir en inglés, que no es nuestra lengua madre, lo que significa costo de estudio y,muchas veces, de traducción de alguien especialista para evitar el rechazo del trabajo por este tema. Quienes hablan en inglés tienen una clara ventaja en esto. Y las autoras del artículo agregan un factor que me parece indispensable, que tiene que ver con todo lo referente a tramitar una visa, a dejar tu país de residencia y tratar de producir conocimiento como si no hubiéramos partido varios escalones más abajo que quienes nacieron y se formaron en países “desarrollados”. La interseccionalidad en carne viva, pero para eso no tenemos leyes.
Y a todo esto sumale que tenemos que formarnos en género y muchas veces nos convocan sólo por eso y no por el tema de investigación. O sea que a la precarización, el techo y las paredes de cristal y el techo de papel le tenemos que sumar horas de estudiar y hablar de este tema para tratar de minimizar el efecto de la violencia machista, qué paradoja.
La violencia existe en todos los ámbitos y la ciencia no se queda afuera. Si bien es raro saber de alguien que haya ejercido violencia física en el ámbito, tampoco es imposible y, después de todo, un sistema que oprime a algunas nos violenta a todas. Por que mirá la altura de la historia del universo y seguimos militando por la igualdad de las mujeres en ciencia. ¿Y las otras identidades? ¿Vamos a seguir pensando que la ciencia es un lugar excelso donde las miserias humanas no tienen cabida? Si tu respuesta es sí, bueno, no importa, voy a seguir insistiendo, que no me canso fácil. Tomo agua, respiro y vuelvo a empezar: El 25 de noviembre se instaló, desde hace 22 años, como el Día Internacional…
Daniela Garanzini
Dani Garanzini es marplatense por adopción. Estudió Biología y trabajó en ciencia de laboratorio durante más de 10 años. El teatro, la docencia y la comunicación empezaron a ganar terreno en su vida cuando promediaba el doctorado en Ciencias Biológicas. Ese mismo camino le enseño que la ciencia no sirve si no se comparte y, así, se sumergió en el mundo de comunicar la ciencia a tiempo completo. Tarea que hoy realiza en diferentes formatos y plataformas, con tantas ganas como errores, pero con la convicción de que la comunicación de la ciencia es un puente inevitable e imprescindible.