Qué tan cerca está Glasgow de París: fríos números en un planeta caliente

Recientemente finalizaron dos semanas de negociaciones sobre el cambio climático en la Conferencia de las Partes (COP26), que reunió en Glasgow, Escocia, a quienes lideran naciones de (casi) todo el mundo. Hubo muchos análisis, comentarios y hasta memes sobre los resultados de las conversaciones.

Esta COP 26 requirió mucha creatividad para participar. Reino Unido impuso restricciones de viaje por la pandemia y aumentó la seguridad a un punto inédito en comparación con otras COP. Esto generó que hubiera mucha desigualdad en la participación, con países que directamente no pudieron asistir y quienes los lideran tuvieron que elegir estrategias ingeniosas para comunicar los impactos del cambio climático. Uno de los ejemplos más notorios fue el del Ministro de Tuvalu, que dio su discurso desde una región hoy inundada por el aumento del nivel del mar, producto del cambio climático. También se quedaron afuera quienes deseaban asistir para manifestarse y exigir mayores medidas de manera urgente.

Ahora bien, vamos al grano. ¿Por qué este evento genera tantas pasiones encontradas? ¿Cómo interpretar los números de un planeta cuya temperatura viene en ascenso y que ya experimenta los efectos del cambio climático? En esta nota, repasamos algunos de los números de la COP26. Porque las estadísticas serán frías, pero las cosas están cada vez más calientes.

1) 51.000 millones

Uno de los puntos centrales de las discusiones en las COP suele ser la necesidad de reducir emisiones de gases de efecto invernadero, es decir, lo que se conoce como “mitigación del cambio climático”. Los países presentan sus Contribuciones Nacionalmente Determinadas (o NDCs, por sus siglas en inglés), donde incluyen sus ambiciones de mitigación en base a sus Inventarios Nacionales de Gases de Efecto Invernadero. Estos inventarios detallan las emisiones que generan los sectores productivos de cada país y sirven para estimar cuántas de ellas serán capaces de reducir para un año que se postula como objetivo dentro de la NDC.

En los últimos años, cada vez más países se han comprometido a “metas de carbono neutralidad”. ¿Qué significa esto? Que no se generarán más emisiones, o que aquellas que no puedan reducirse ―por ejemplo, las provenientes de la agricultura― serán compensadas mediante técnicas de captura o “sumideros de carbono” como los bosques. Dicho de esta forma, suena fácil de hacer, pero ¿qué significa en términos concretos la “carbono neutralidad”?

Hoy, el mundo emite alrededor de 51.000 millones de toneladas de dióxido de carbono equivalente. Esto significa que, para 2050, hay que pasar de esta cifra a casi cero. Va de vuelta: de 51.000.000.000 a 0.

2) ¿2°C?

En el Acuerdo de París, celebrado en 2015, los países se comprometieron a “mantener el aumento de la temperatura media global por debajo de los 2 °C con respecto a los niveles preindustriales, y perseguir esfuerzos para limitar el aumento a 1.5 °C”. La importancia del 1.5°C fue demostrada en un famoso reporte del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC). En esta charla de podcast, Carolina Vera, una de las autoras del reporte, nos cuenta desde adentro cómo fue el proceso de elaboración y las principales conclusiones para nuestra región.

La única forma de saber si los esfuerzos de los países realmente están yendo en esa dirección o no es a través de los compromisos que presentan en cada COP. El proyecto Climate Action Tracker viene informando de manera regular sobre la brecha de emisiones entre lo que presenta cada país y lo que sería necesario para mantenerse en línea con París.

Hasta ahora, la acción real viene siendo insuficiente. De continuar con las políticas actuales, el aumento de temperatura llegaría a los 2.7 °C. Además, los países han fallado miserablemente en presentar compromisos acordes. Si todos cumplieran con sus metas al 2030 ―nada lo garantiza―, el calentamiento proyectado llegaría a 2.4 °C a fines de siglo (con un rango probable entre 1.8 °C y 3.3 °C). Esta situación pone en evidencia la enorme brecha entre lo que se está prometiendo, lo que realmente se hace y lo que habría que hacer.

Sin embargo, cada vez son más los países que han anunciado sus metas de carbono neutralidad en el largo plazo, lo cual lograría que, por primera vez en la historia, el aumento de la temperatura esté por debajo de los 2 °C (en 1.8 °C, con un rango de 1.4 °C y 2.6 °C). El grado en el que estas nuevas promesas se cumplan, siguiendo este artículo de Carbon Brief, dependerá de su traducción a acciones concretas en el corto plazo. La falta de planes concretos, compromisos significativos y hojas de ruta realistas crean nuevas brechas entre la acción actual, las metas a corto plazo, los compromisos asumidos y los anunciados. Sobre todo, estas promesas difusas en el largo plazo dan lugar a una “gran brecha de credibilidad”, según Climate Action Tracker.

3) 30x

Estos dos números (51.000 millones y 2 °C) sirven para tomar dimensión del enorme desafío que significa reducir emisiones y mantener una temperatura estable. Esto es mucho de lo que, en definitiva, está en juego en las negociaciones en cada COP. Pero el diablo está en los detalles: no todos los caminos para llegar a cero son iguales y no todos los países aportan la misma porción de esas 51.000 millones de emisiones. Ese, en particular, es uno de los puntos más arduos de las discusiones: lo que se conoce como las “responsabilidades comunes pero diferenciadas”.

¿Todos los países emiten lo mismo? ¿Tienen los países de América Latina, por ejemplo, la misma responsabilidad en la crisis climática que los países industrializados, como Estados Unidos? ¿Sufren los países desarrollados las consecuencias del calentamiento global de la misma manera que los no desarrollados?

La desigualdad en las emisiones entre países ha dado lugar a “presupuestos de carbono” que, supuestamente, establecen límites de cuánto dióxido de carbono puede generar cada país, pero esto no quiere decir que la asignación de ese presupuesto sea justa (lo explicamos mejor acá).

Esta desigualdad se reproduce, además, al interior de los países: quienes más tienen, más emiten. Un reporte reciente de Oxfam, una alianza internacional de organizaciones dedicadas a reducir la desigualdad y la pobreza, señaló que “las emisiones del 1 por ciento más rico son 30 veces mayores que lo que es compatible con un escenario por debajo de los 1.5°C. Y las políticas nacionales de cambio climático básicamente no hacen nada para cambiar esto”.

Como se señala en este artículo del Financial Times, el 1 por ciento de la población mundial representa el 15 por ciento de las emisiones a nivel global. Esto implica que hay que volver a insistir sobre la necesidad de aplicar más presión impositiva y regulatoria sobre quienes más ingresos tienen. El filósofo estadounidense Henry Shue hablaba de las “emisiones de subsistencia” y “emisiones de lujo” como un concepto necesario para intentar distribuir los costos de la crisis de una manera más justa y equitativa. Evidentemente, no es lo mismo generar emisiones para hacer andar un yate que generar algo de metano para cultivar arroz para comer. Este podría ser un punto de partida para pensar propuestas políticas para resolver la crisis.

Ahora, no solamente existen desigualdades entre países y entre ricos y pobres: también existen entre generaciones.

4) 45 %

Esta visualización realizada por Neil Kaye ilustra el porcentaje de emisiones de dióxido de carbono acumuladas globalmente según cuál sea el año de nacimiento de una persona. La mayoría de las emisiones de gases de efecto invernadero ocurrieron durante el siglo XX: por ejemplo, si tenés más de 30 años, durante tu vida se acumularon más del 50 por ciento de las emisiones totales desde 1750. Sin embargo, el resultado del “presupuesto de carbono” de una persona de 80 años difiere radicalmente del de una de 30 o del de una persona nacida hoy. Este es el concepto de “justicia intergeneracional”, donde debería haber algún tipo de equidad entre las generaciones pasadas y presentes y las futuras. Es decir, tenemos que cuestionarnos de qué manera nuestros patrones actuales de consumo pueden impactar sobre la calidad de los bienes y servicios ambientales del futuro, y si esto es sostenible en el largo plazo.

En el corazón de las COP debiera estar el concepto de justicia intergeneracional: al fin y al cabo, los países vienen reuniéndose desde 1995 para discutir el problema del calentamiento global, con miras a evitar catástrofes climáticas en el futuro. Desde que comenzaron a reunirse, sin embargo, ya fueron generadas casi la mitad de las emisiones de dióxido de carbono acumuladas a lo largo de la historia desde 1751. Esto podría llevar a pensar que las negociaciones, acuerdos y promesas tienen pocos resultados hasta la fecha.

¿Por qué cuesta tanto incorporar la perspectiva de la justicia intergeneracional? En definitiva, quienes acuden a las COP y deben tomar decisiones respecto de la crisis climática también quieren ganar elecciones y negociar con actores económicos con peso propio que limitan los márgenes de las acciones climáticas. La diferencia entre los horizontes temporales que exigen la mitigación y la adaptación al cambio climático y las urgencias políticas explican por qué, a pesar de que se viene negociando desde 1995, las negociaciones climáticas parecieran no haber dado grandes resultados.

Es imposible hacer historia contrafáctica: ¿cómo sería la situación de no existir las COP? Quizás, en una línea temporal paralela donde las negociaciones climáticas no existiesen, estaríamos en camino a los 5 °C de calentamiento. Lo que es evidente es que con lo hecho hasta ahora no alcanza y que la diferencia entre el horizonte temporal de los impactos del cambio climático y las urgencias políticas se está achicando muy rápidamente.

5) 100.000 millones

Este es uno de los números más peleados, discutidos, debatidos y exigidos dentro de las COP. El Acuerdo de París generó compromisos para que los países desarrollados “movilicen financiación” para la mitigación y la adaptación al cambio climático en los países en vías de desarrollo. Movilizar financiación es una frase con trampas, porque esto no quiere decir que todo el dinero provendrá de los fondos públicos de los países desarrollados, sino que estos se comprometerán a hacer esfuerzos para que, por ejemplo, el sector privado también aporte fondos.

En 2009, en la COP15 se produjo un documento conocido como el “Acuerdo de Copenhague”, en el cual los países desarrollados se comprometieron a aportar 100.000 millones de dólares por año para ayudar a otras naciones en vías de desarrollo a tomar medidas de mitigación y adaptación.

Los 100.000 millones de dólares todavía no llegaron y los países desarrollados mueven el objetivo y el año cada vez que tienen oportunidad, lo que obviamente genera malestares entre las naciones en vías de desarrollo. Uno de los mecanismos a través de los cuales se iba a ejecutar una buena parte de esos 100.000 millones de dólares era el Fondo Verde del Clima (FVC), que, ya desde sus inicios en 2015, enfrentó serios problemas para recaudar el dinero que se había propuesto. El FVC enfrenta numerosas críticas por su falta de transparencia y se encuentra sacudido por una crisis interna por racismo y sexismo hacia quienes trabajan en el Fondo. Además, ha habido denuncias de conductas impropias y recepción de fondos por parte de naciones con intereses petroleros que desvirtúan el propósito del Fondo.

A nivel global, los principales financiadores climáticos siguen siendo los Bancos Multilaterales de Desarrollo, como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en América Latina y el Banco Mundial, como lo muestra este gráfico elaborado por la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico). Pero la mayor parte de los fondos (incluyendo los del FVC) siguen yendo a proyectos destinados a la mitigación, donde evidentemente hay intereses del sector privado para involucrarse en la producción de energía renovable en los países menos desarrollados. O en otras palabras, fondos públicos, ganancias privadas.

En definitiva, la plata para financiar la transición sigue siendo uno de los tópicos más candentes dentro de las COP.

6) Menos del 30%

Y hablando de plata, ¿quiénes la manejan? Quizás no hay muchos datos sobre quiénes específicamente lo hacen, pero, sin dudas, se sabe quiénes no: las mujeres.

Desde hace varios años, la ONU viene promoviendo la “transversalización de género” en los acuerdos multilaterales sobre cambio climático. Menos del 30 por ciento de quienes participan en estas negociaciones se identifican como mujeres, según el reporte “Global Gender & Environment Outlook” preparado por la ONU. La brecha de género es todavía más dramática en los organismos técnicos, como los comités dedicados a temas de adaptación y finanzas, según otro reporte preparado por la WEDO para la COP20. Por ejemplo, en el Fondo Verde del Clima que se mencionaba anteriormente, solamente hay alrededor de un 26 por ciento de mujeres en la Junta Directiva, que es la que decide los proyectos a financiar.

Aunque se han hecho avances para incorporar lenguaje y medidas alrededor de las mujeres y las poblaciones indígenas en los acuerdos internacionales sobre cambio climático (como la Convención sobre la Desertificación o la Convención sobre la Biodiversidad), lo cierto es que ese “menos del 30 por ciento de participación” es poco prometedor. En especial, si se tiene en cuenta que las mujeres son las que más sufren los impactos del cambio climático y queestos son aún más graves en la intersección de otras categorías identitarias, como la clase o la etnia.

Las mujeres son un poco más del 50 por ciento de la población mundial, por lo que la representación en los organismos técnicos y en las negociaciones internacionales debería alcanzar la paridad. Nada más y nada menos.

Una mesa de negociación desbalanceada

En definitiva, las negociaciones internacionales dependen en buena medida de la voluntad entre actores que tienen poder, recursos, capacidades, intereses y responsabilidades muy diferentes entre sí. Los números de esta nota reflejan esas desigualdades y muestran dónde están los puntos de tensión que, muchas veces, expresados de manera numérica, pueden parecer diferencias irrelevantes.

Para Alemania, la diferencia entre 1.5°C y 2°C, aunque significativa en términos de impacto, no le cambia demasiado sus proyecciones sociales y económicas. Pero como lo expresó la Primera Ministra de Barbados, Mia Mottley, con un discurso que causó ovación mundial, para los estados isleños “2°C es una sentencia de muerte” (como nos lo explica Carolina Vera en esta charla).

Al final de la COP, lo que está en juego detrás de los números de estas negociaciones es simple: es la diferencia entre un futuro que sea vivible para las enormes mayorías de la población mundial y uno que no.

Referencias

Climate Action Tracker. Glasgow’s 2030 credibility gap: net zero’s lip service to climate action. (2021)

Gore, T. Carbon inequality in 2030: Per capita consumption emissions and the 1.5⁰C goal. (2021). OXFAM.

Hausfather, Z., Forster, P. Analysis: Do COP26 promises keep global warming below 2C? Carbon Brief. (2021).

Kumar, S. Green Climate Fund faces slew of criticism. Nature. (2015)

Sognnaes, I., Gambhir, A., van de Ven, DJ. et al. A multi-model analysis of long-term emissions and warming implications of current mitigation efforts. Nat. Clim. Chang. (2021). https://doi.org/10.1038/s41558-021-01206-3

Vera, C. Cada grado importa. Segundo episodio del podcast de Ahora Qué. (2020)

Ahora qué?
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Ahora qué? es una comunidad que media con ciencia a través del aprendizaje colectivo sobre cómo nos relacionamos con nuestro planeta Tierra. Genera espacios de formación y reflexión donde canalizan su intención de ampliar la conciencia socioambiental. Sostienen que muchas discusiones actuales relacionadas al Cambio Climático se basan en argumentos emocionales e intereses económicos: "Las decisiones que se tomen hoy son críticas para el futuro y por eso no podemos equivocarnos. El problema no es la falta de información, sino el exceso. Una abundancia que confunde".

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