Ponerle el cuerpo a la ciencia, mucho más que un trabajo de campo

*Por Marianela Ríos (especial para Entre tanta ciencia)

Algunos nombres de este artículo han sido modificados por confidencialidad y para guardar el anonimato

Por la ventanilla, las calles se ven desoladas. El único movimiento pertenece a la estela de tierra seca que deja el micro a su paso. El mediodía da lugar a una tarde casi infinita de verano. Malena baja en la terminal y el calor la envuelve. Pregunta al chofer por el único hotel en Pampa del Indio.

-Te pasaste. Está sobre la ruta y acá ya estamos en el pueblo. Subite que yo vuelvo para allá y te dejo.

Alivio. Malena está sola, pero por poco tiempo.

Al lado del hotel, un hombre con los ojos levemente hinchados la espera bajo la sombra de un árbol que extiende sus ramas como brazos que se tocan para crear un refugio. Lo cuidan.

– ¿Adriano?

– (asiente con la cabeza) Malena, ¿no? Es la hora de la siesta, así que acomodate y a las cinco vamos a visitar a una comunidad que está acá cerca.

Malena sonríe. Sabe que llegó a destino y que dará sus primeros pasos como antropóloga. Lo que no sabe es que algo la atará a ese lugar, un hilo que tejerá con dedicación en cada charla, mate y visita compartida. Uno que cuidará por años, quizás, de por vida.

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Malena Castilla es Doctora en Antropología e investigadora del CONICET. Su trabajo es tan amplio como los territorios que recorre. Llega a la entrevista apurada, pero a tiempo, con lentes de sol grandes, que cubren la mitad de su cara. Tiene dos horas disponibles hasta que entre a dar clases. En el comedor de la Universidad Nacional de La Matanza (UNLaM), su actual sede de trabajo, se sienta, acomoda su pelo hacia atrás y se relaja, pero nunca del todo. Se nota que es de esas personas que tienen días de 30 horas. Comienza contando lo básico; que nació el 3 de noviembre de 1986, en el partido de Morón. Que es hija y hermana en una familia que pasó también por La Plata, Hurlingham y Capital Federal. Allí se asentaron cuando Malena cursaba la secundaria. Que la política y la historia siempre la interpelaron, que en algún momento quiso estudiar Sociología, como su mamá, pero que fue justamente ella quien le dijo que no. “Cosas de madre”, desliza entre risas.

Su interés por la antropología siempre estuvo, quizás, escondido bajo su participación en el centro de estudiantes en la escuela o, más tarde, en sus días como militante de una agrupación en la Villa 21-24, en Barracas. La carrera se cruzó con ella cuando hizo un taller de orientación vocacional en la UBA. “Me preguntaron si la conocía y cuando ves los programas, la verdad es que no te dicen nada, así que hice una materia de antropología por UBA XXI para ver cómo era y me encantó. Después ya me anoté al CBC… que me costó un montón”, recuerda.

A los 20, se fue a vivir sola y cursó la carrera trabajando de día y estudiando de noche. El Estado fue su segundo hogar por mucho tiempo. Pasó por Desarrollo Social, el Consejo de Políticas Sociales, el Congreso de la Nación y SEDRONAR hasta que, en 2015, consiguió una beca de doctorado del CONICET. Se abría otro camino, lejos de la relación de la dependencia, los horarios y las oficinas, uno un poco más solitario.

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“Yo sabía que quería laburar con pueblos originarios”, asegura Melena con firmeza. Su primer contacto fue en la carrera, estudiando diferentes grupos sociales y colectivos. Trabajando en el Estado, también viajó a Formosa y Santiago del Estero, donde conoció a varias comunidades indígenas, entre ellas el MOCASE, un importante movimiento campesino santiagueño. “Me gustó mucho esa experiencia, pero como la comunidad ya estaba muy estudiada, mis directores de tesis me contaron sobre una localidad en Chaco, de la que no tenían nada. Así conocí Pampa del Indio, el lugar donde trabajé y trabajo hace más de 10 años”, destaca.

Pampa del Indio es una localidad ubicada al norte del departamento Libertador General San Martín en la provincia de Chaco, límite con Formosa. Pero no siempre tuvo ese nombre. Hasta 1923, ese territorio fue conocido como Los Pozos. Fue Quiterino Alsina, un sargento de Gendarmería, quien, en sus informes a los superiores, se refería al lugar como Pampa del Indio -se cree que fue por las extensas llanuras y la presencia de indígenas en la zona-. Luego, la directora de una escuela ubicada en Pueblo Viejo solicitó permiso para utilizar este nombre como encabezado en la documentación escolar y así quedó sellada su identidad.


En 2011, Malena se subió a un micro en Retiro con destino a Resistencia. De allí, se tomó otro para llegar a Pampa del Indio, un trayecto de cinco horas más. Tenía 25 años. “Hoy no lo haría, era más joven y arriesgada”, reconoce. Su único contacto era Adriano, un criollo del pueblo, que conoció una tarde bajo el sol inclemente de febrero. Después de esos primeros minutos de encuentro, se enteraría que él la esperó fuera del hotel, durmiendo la siesta debajo de un árbol y que quebró esa tradición, típica de las provincias que en verano parecen mudarse al centro de la tierra, solo para recibirla.

“Todos los años que trabajé ahí, Adriano fue mi nexo. Llegar a las comunidades es complicado, porque las distancias son largas y, caminando, tardas mucho y el calor te descompone. Así que él siempre me llevaba en su motito, una scooter, de acá para allá. Y todas las personas siempre fueron muy amables conmigo. Por eso mi vínculo con Pampa del Indio se mantiene en el tiempo”, cuenta.

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Las casas están vacías. Afuera una caravana de motos, autos y personas a pie, grandes y chicos, peregrinan como quien tiene una cita con su fe. Es martes 7 de agosto de 2012 y se está por inaugurar el Complejo Educativo Bilingüe Intercultural en Pampa del Indio, un hecho histórico para el pueblo. Se espera la presencia de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y la efervescencia eleva todos los sonidos. Las corridas, las bocinas, los ladridos de los perros, todo se escucha más fuerte. Horas después, se enterarán de que la mandataria saldrá, finalmente, por teleconferencia. Malena es parte de esa caravana. Va con Adriano en su moto. Llega a tiempo para escuchar el discurso. Está expectante hasta que escucha las primeras palabras de la presidenta y entonces algo la choca de frente. Ese algo es un dato, una información que le abrirá el paso hacia un nuevo campo de investigación, uno más activo.

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“Cuando dice que el centro educativo se había hecho con fondos de la soja, me impactó. Yo todavía no estaba metida en la cuestión de analizar el extractivismo en Chaco, sino más en la parte identitaria y cultural. Pero venía viendo que estaba súper presente el conflicto por la soja, las fumigaciones, el acceso al agua y la disputa territorial. Estamos hablando de que se estaba haciendo una reivindicación indígena histórica con el mismo fondo que se hizo un sistema de riego a un empresario que es el que hoy en día fumiga y que yo denuncio constantemente junto a los integrantes de las comunidades”, asegura.

Esa línea de investigación comenzó a ser central en el trabajo de Malena. Uno de sus primeros análisis estuvo relacionado con el proceso de organización de las comunidades indígenas, en el marco de proyectos financiados por el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Así, descubrió que muchas de las fundaciones que trabajaban con las comunidades indígenas estaban precedidas o integradas por los mismos empresarios que “saqueaban tierras, se apropiaban del agua y fumigaban esos territorios”. “Ahí empezó un laburo de participación más activa dentro de la investigación, no solamente de observar y de escribir, sino también de involucrarme”, señala.

Hay un episodio que Malena recuerda con rabia. En plena pandemia, en una comunidad con la que estaba trabajando en la localidad de Presidencia Roca, en Chaco, hubo más de 700 personas internadas por una fumigación aérea con agrotóxicos. “La gente no podía hablar porque también hay una situación de mucha violencia, clientelismo y extorsión. Entonces me decían ‘denunciá vos porque no estás acá’. Y no podés quedarte al margen de estas situaciones”, argumenta.


Después de la fumigación, lxs vecinxs comenzaron a armar asambleas. Malena rememora el relato de un hombre que contó que padecía vómitos, diarrea y otros síntomas producto de esa intoxicación. Además, a su esposa, que tenía cáncer, se le había agravado el cuadro. Cinco meses después, Malena volvió al lugar para participar de otra asamblea. El hombre esperó cabizbajo su turno para hablar. La mujer había fallecido.

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Más de 1.180 kilómetros separan Pampa del Indio de La Matanza. La posibilidad de comenzar a trabajar en el partido más populoso de la Argentina llegó a Malena con la apertura de un puesto para dar clases de Antropología en la carrera de Trabajo Social, en la UNLaM. Allí, al poco tiempo, presentó un proyecto de investigación que salió seleccionado. La racha siguió: primero le salió la beca postdoctoral y, al año, se presentó a la carrera de investigación en el CONICET, donde también quedó.

Con ese incentivo, empezó a indagar en lo que ocurría en La Matanza, siguiendo su línea de investigación. “Muchas de las comunidades que están ahora asentadas en Buenos Aires, lo están producto de una migración causada por expansión extractiva de estos modelos. Lo que pasa en Chaco -fumigaciones, escasez de agua, condiciones de vulneración-, también lo encontramos en el Conurbano, con la particularidad de que acá se profundiza la invisibilización de estas comunidades”.

En sus redes sociales, conviven fotos de sus viajes y trabajos. Hay una de ellas que llama la atención. Tres mujeres se abren paso entre la vegetación hacia el Río Matanza. Se las ve de espalda, llevando algo en sus manos, no se distingue qué. Sus trenzas de pelo negro azabache brillan al sol. Los colores vivos de su vestimenta encienden el paisaje. “Es una ofrenda”, confirma Malena y habla de la importancia de las “ontologías relacionales”. Lo explica con esa dicción de docente: “las comunidades indígenas tienen vínculo con la Pachamama, pero no solo desde lo territorial, sino también, de la ancestralidad, de los espíritus. En Chaco le llaman los dueños del monte, del agua, del suelo y acá también hablan de los espíritus del Río Matanza, un lugar lleno de sangre ancestral por las batallas que allí se libraron”.


Para Malena, entender esa vinculación con lo que nos rodea es fundamental, una salida posible para revertir un mundo casi devastado. “Hay una autora, Donna Haraway, que me atravesó bastante durante la pandemia. Habla de tener vínculos y parentescos con otras especies, no solo con las humanas, sino también con las mascotas, por ejemplo. Y creo que es una alternativa. Conectar con los animales, los ríos, los territorios, etcétera. El Río Matanza está muy contaminado, pero si se deja de explotar, van a volver a resurgir la flora nativa, la fauna y, seguramente, los espíritus que en ellos habitan”.

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Hacer ciencia y activismo es, sin dudas, una tarea donde se pone el cuerpo, la mente y las emociones. Hay días, como este viernes, 25 de noviembre de 2022, en que Malena reconoce que “tienen que parar un poco”, aunque sabe que, probablemente, no lo haga. Ahora, cuenta, está leyendo sobre migraciones ambientales, un tema de mucho impacto en otros continentes pero que en Argentina es desconocido: no hay cifras, no hay información ni funcionarios previendo políticas para evitar “lo que se viene”.

“Mi intención en este trabajo es entender que lo que nosotros llamamos un desastre natural, es la intervención de las empresas, la soja, el litio, el fracking, generando transformaciones en la naturaleza que terminan derivando en esos episodios. En los próximos años va a haber muchas personas migrando por problemas ambientales y no se está haciendo nada”, alerta.

Parte del trabajo de caminar territorios, conocer comunidades y reclamar por sus derechos es también encontrar salidas, mundos posibles y Malena no pierda de vista esa meta. “Tengo que hallar en todo esto una veta optimista y creo que hay alternativas posibles. Pensar en las ontologías relacionales, que hablaba antes, es una. Otra es acompañar desde un lugar de investigación y de participación, como intento hacer, y, principalmente, dar lugar a las comunidades indígenas en la creación de políticas públicas”, remarca. Luego toma el último sorbo frío de café que queda en el vaso. Mira el reloj del celular. Sonríe. Todavía queda media hora hasta que ingrese al aula. Otra vez llega a tiempo.

Todos los créditos de las fotos corresponden a Malena Castilla.


Mucho más que 8M(ujeres) es un ciclo de entrevistas donde ocho periodistas científicas entrevistan a ocho investigadoras a las que admiran. Cada artículo se publicó el 8 de cada mes, durante el 2022.


Artículos del ciclo

Mayo: El corazón de la matemática. Entrevista a Alicia Dickenstein, por Marcela Bello

Junio: Una mujer vestida de mar. Entrevista a Mara Braverman, por Sabrina Aguilera

Julio: Buscando el camino propio. Entrevista a Mariana Viegas, por Clarisa del Río

Agosto: De atajar penales a desentrañar los misterios de la vida en la Puna. Entrevista a Virginia Albarracín, por Daniela Orlandi.

Septiembre: Entre arte, juventudes y rock and roll. Entrevista a Soledad López, por Luciana Mazzini Puga.

Octubre: Una científica en escena. Entrevista a Vera Álvarez, por Vanina Lombardi.

Noviembre: La ciencia más allá del laboratorio. Entrevista a Celina Bratovich, por reta Bellmann y Brenda Schönfeld.

Marianela Ríos
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Marianela Ríos es periodista y licenciada en Comunicación Social. Estudió en la Universidad Nacional de La Matanza, donde también trabaja para la Agencia de Periodismo Científico CTyS. Las radios comunitarias fueron la puerta al periodismo que le gusta. Un amigo la incentivó a volver a escribir y una docente a leer. Cree que vivir sin música no se puede.

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