Buscando el camino propio

Crédito foto: Diego Haliasz

*Por Clarisa del Río (especial para Entre tanta ciencia)

La entrevista es virtual, Mariana está aislada con COVID positivo. Después de dos años intensos de trabajo desde el comienzo de la pandemia, la coordinadora del Consorcio Argentino de Genómica de SARS-CoV-2 (Proyecto PAIS) se contagió en la cuarta ola. Mariana Viegas es científica, investigadora del CONICET y doctora en Bioquímica por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Especializada en Virología, se puso al hombro la tarea titánica de reunir laboratorios, departamentos epidemiológicos y equipos científicos de todo el país para sumarse al Consorcio y comenzar a analizar la evolución del virus SARS-CoV-2 en Argentina, allá por marzo del 2020. Un compromiso que la llevó, durante dos años, a trabajar bajo presión, un recorrido profesional a puro tesón y cómo la oportunidad de su vida llegó a los 47 años.

Los guisantes mágicos

Tres momentos fueron llevando de manera zigzagueante a que Mariana se dedicara a la genética de los virus. En tercer año del secundario, su profesora de biología dictó las leyes de Mendel, el naturalista austríaco que, en 1865, publicó sus experimentos con arvejas, dando origen a las leyes de la herencia genética.

“Quedé re copada con el tema. A partir de ahí me interesa la genética, el tema es que vivía en la provincia de Río Negro y para eso tenía que estudiar en la Universidad Nacional de Misiones, donde se daba la Licenciatura en Genética, y yo quería ir a La Plata, como estudiaron mis padres y donde iban a ir mis amigas. En La Plata la que se daba era Bioquímica, y dentro de esta, me gustaba la microbiología y la virología”, relata.

En 1999, cuando egresó como bioquímica de la Facultad de Ciencias Exactas de la UNLP, aun no había tenido contacto estrecho con la materia Virología. “Siempre vimos los virus de costado y era una materia que toda la vida quise dar”, agrega. En vísperas a comenzar su doctorado, un curso de Ingeniería Genética en el INGEBI, donde dictaban los prestigiosos biólogos moleculares Alberto Kornblihtt y Mariano Levin y el químico Marcelo Rubinstein, fue revelador. No solo por los docentes, sino también porque una compañera y amiga, Paola Barrero, le mencionó que trabajaba en el Laboratorio de Virología del Hospital de Niños Dr. Ricardo Gutiérrez (CABA) y se dedicaba a la epidemiología molecular y genética de los virus. “Me di cuenta que era eso lo que quería hacer. Me gustaba la genética y la genómica, y hacer investigación en un lugar donde estén los casos”, confiesa.

Otra oportunidad la acercaría un poco más a su vocación: en Exactas de la UNLP se estaba organizando, en 2006, la cátedra de Virología Clínica, liderada por la jefa Servicio de Virosis Respiratorias del Instituto Malbrán, Elsa Baumeister, un sueño muy lejano dada su poca experiencia. Mariana no solo entró a trabajar junto a su mentora Alicia Mistchenko -su jefa en el Hospital de Niños-, sino que se sumaría a la cátedra y, con los años, se convertiría en jefa de trabajos prácticos. Ya van 16 años que integra la cátedra y 22, en el laboratorio.

Dar el salto con red

Volvamos a marzo de 2020. Cuando arrancó la pandemia, a través de las redes sociales, Mariana leyó que un grupo de científicos/as de la Universidad de Birmingham y de la Universidad de Cardiff -ambas de Reino Unido- había desarrollado una metodología para secuenciar el virus SARS-CoV-2. Corría fin de marzo y el primer caso llegó al país. “En una reunión decidimos que en el laboratorio seguiríamos caracterizando el dengue, ya que había un brote en el país, y, por otro lado, el coronavirus. Nosotras somos un grupo de científicas que hacemos investigación asociada al laboratorio de diagnóstico. Todo virus que entra termina en el secuenciador”, cuenta entre risas.

La línea de investigación del laboratorio es la epidemiología molecular, es decir, caracterizar un virus para entender qué tipo es, qué está produciendo, si está asociado a algo distinto en la clínica. “Me contacto con el grupo de Birmingham para que envíen el reactivo para empezar a probar una muestra positiva. Fuimos recibiendo las primeras muestras y, cuando reunimos un grupo de veintipico, comenzamos a secuenciar”, rememora.

De izquierda a derecha: Stephanie Goya, Monica Natale, Laura Valinotto, Silvina Lusso, Mercedes Nabaes, y Mariana Viegas. Crédito foto: Natalie Alcoba.

Al tiempo, se conforma la Unidad Coronavirus -iniciativa que integran el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación, la Agencia I+D+i y el CONICET- y Mariana le comenta a la viróloga molecular, Andrea Gamarnik, que en el hospital donde se desempeñaba se secuenciaban virus y que el laboratorio tenía un extenso historial en investigar virus emergentes y virus sincicial respiratorio (RSV). “Ese fue el puente para sumar esfuerzos a la iniciativa”, rememora. Gamarnik, junto al equipo del Ministerio de Ciencia, la animó a que la idea fuese federal, no centralizado. “‘Vos lo podés hacer´, me decía. Era el sueño del pibe. Todo lo que en la vida quise hacer a gran escala”, relata.  

“La pandemia me dio la oportunidad de mi vida. Siempre quise hacer una red nacional donde pudiera analizar los virus que circulan en todos lados”, reflexiona. Así fue como comenzó a contactar a todos los laboratorios con capacidades de secuenciación instaladas en el país, las direcciones de epidemiología de distintas provincias, de genómica, de bioinformática. “El resultado fue que mucha gente se involucró. Fue un trabajo en conjunto, hacíamos reuniones de secuenciadores, con equipos de epidemiología, bioquímicos que hacían los diagnósticos. Se discutían los casos. Muchos laboratorios de provincias, a su vez, secuenciaban a otras provincias. La idea era ver qué virus había ingresado, cómo se había dispersado, sus ancestros y variantes”. Al día de hoy, llevan realizados más de 5 mil genomas completos y 7 mil secuenciaciones parciales, y, periódicamente, emiten informes sobre la evolución del virus en el país, que van por el reporte número 32. Vaya si fue un éxito.

“El consorcio funcionó porque nadie buscó ser la estrella. Nadie sacaba rédito individual. El proyecto es una entidad. La clave del éxito fue trabajar de manera coordinada, colaborativa y multidisciplinaria. Había que bajar el ego”, subraya.    

Cruzar los límites

“A diferencia del SARS-CoV-2, la pandemia del virus de la Influenza (H1N1), en 2009, era una investigación más acotada al laboratorio. Si le hubiésemos dado el mismo tratamiento, hubiera terminado en un trabajo de investigación y nada más. El científico (como sujeto) es individualista porque el sistema te hace así, te obliga a publicar en revistas de alto impacto donde tus mismos pares te evalúan y te pueden dejar afuera”, señala Mariana. En 2009, el laboratorio era centro de referencia y recibía muestras de H1N1. Ese trabajo evolutivo culminó en un paper de cinco personas publicado en una revista científica de alto impacto. “Pero esto es distinto, creció con otro color, con otra idea y un país entero. Nuestra función es otra. Si sale un paper, genial, pero no es el primer objetivo.  Si vas a discutir ser el primer o segundo autor significa que este proyecto no te importa”, piensa.

Durante la pandemia, Mariana trabajó en colaboración y encontró apoyo en colegas. En primer lugar, en el mismo equipo del laboratorio -área de secuenciación- compuesto por todas mujeres. “Las mujeres tenemos la capacidad de trabajar en equipo”, desliza. En el laboratorio “con el tiempo empezamos a surgir investigadoras, becarias, que fuimos creciendo y, de esta manera, creció la estirpe del grupo”; lo mismo con sus colegas de cátedra, “todas ellas también estaban detrás de la pandemia” y para sostener la cátedra en pleno caos, “cada una grabó los teóricos, tomándose todos los modelos relacionados con el COVID-19. Estuvo buenísimo. El abordaje fue a partir de casos clínicos aplicados a la realidad” y, sobre todo, su familia, su marido Lisandro, “que me ha bancado junto a nuestros hijos Bautista (16) y Gregorio (12) en los peores momentos de la pandemia, a pesar de que él laburó igual”.


Mariana menciona a aquellas colegas que le dieron el empuje necesario y la acompañan al día de hoy. Del laboratorio a Mistchenko, Laura Valinotto, Mónica Natale y Silvina Lusso, Stephanie Goya, Mercedes Nabaes y Dolores Acuña; de la cátedra, Baumeister, Rosana Toro, Regina Ercole, María Elena Dattero; a Gamarnik, Carolina Torres, Juliana Cassataro, Carolina Carrillo, Gabriela Turk.


En diciembre del 2021, una videoconferencia por Zoom reunió a todos los y las integrantes del Proyecto PAIS. “Se destacó la generosidad de la red. El ego hace que los consorcios no funcionen. En este caso, el éxito es que todos trabajamos a la par”. El Proyecto, hoy, también asesora a Bolivia. “Ya trasciende las fronteras -sostiene con orgullo-. La idea es reconvertirnos. Esta red no puede quedar en la nada, hay mucha gente conectada. Hay una metodología de secuenciación que existe previo a la pandemia y la idea es estandarizar metodologías y transferirlas a todos los laboratorios, seguir secuenciando SARS-CoV-2 y otros agentes de impacto de salud pública dependiendo la región”, proyecta.

Al momento de publicarse la entrevista, Mariana escribió para contar que fue promocionada a investigadora Independiente del CONICET. Dos años pasaron desde el desafío de su vida, y hoy, a sus 49 años, con algunos sueños cumplidos continúa investigando virus como si fueran arvejas.


Mucho más que 8M(ujeres) es un ciclo de entrevistas donde ocho periodistas científicas entrevistan a ocho investigadoras a las que admiran. Cada artículo se publicará el 8 de cada mes, durante el 2022.


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Clarisa del Río
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Clarisa del Río escribe sobre cultura y divulgación científica. Se dedica a eso hace años y le gusta hacerlo con una vuelta de rosca para que inspire y no sea la ciencia que le contaron de niña. Especializada en Artes logró combinar mundos que parten de la reflexión y la indagación.

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