Por Clarisa del Río (especial para Entre tanta ciencia)
Escribo esta nota en plena ola de calor, en Enero de 2022. Hay sucesivos cortes de luz por la alta demanda de energía y se pronostican picos de temperatura de 40 ºC. Pero lo increíble ya no son los números de usuarios sin luz, sino que no nos detengamos a preguntarnos cómo llegamos a esto y qué podemos hacer. Sólo escuchamos recomendaciones de cómo cuidarse de los golpes de calor. Frente a esto, la respuesta es verde. Sí, la salida es sustentable, como disponer arbolados y espacios verdes en ciudades. Algo que sabemos bien en verano cuando esperamos a que corte el semáforo bajo la sombra de un árbol y el viento nos devuelva el aliento. Spoiler: esta medida requiere conciencia socioambiental, algo que podemos aprender, poner en práctica y demandar como sociedad.
En las ciudades grandes e intermedias existe el fenómeno de la isla de calor. De origen térmico, se caracteriza por la presencia de elevadas temperaturas en el centro, que coincide con las áreas que están altamente urbanizadas, a diferencia de la periferia, cuya temperatura es inferior. Las superficies impermeables justamente contribuyen a elevar aún más la temperatura en el centro, y ni hablar durante el verano.
Para mitigar este problema, especialistas recomiendan planificar y gestionar Infraestructura Verde Urbana (IVU), que está compuesta de espacios verdes (plazas, parques, plazoletas), arbolado de alineación o viario (de vereda), paredes y terrazas verdes, vegetación de las llanuras de inundación de arroyos y ríos, áreas protegidas urbanas y canteros verdes. Este aspecto es fundamental por los servicios ecosistémicos, que aportan efectos positivos a la sociedad. Algunos de los beneficios son la producción de oxígeno, las corrientes de aire, la mitigación de la contaminación visual y sonora, mejoras en la salud física y mental de la población, la provisión de alimentos, la absorción de contaminantes, la filtración del agua, y -uno de los más importantes-, la regulación térmica.
Un caso de la importancia de la IVU en ciudades es la que analiza la investigadora Asistente del CONICET y docente del Departamento de Geografía y Turismo de la Universidad Nacional del Sur (UNS), Valeria Soledad Duval, en Bahía Blanca, donde reside y desarrolla su investigación sobre los servicios ecosistémicos brindados por la IVU y los beneficios que el arbolado urbano genera en ciudades. Fue en esta misma ciudad donde, en enero y febrero de 2020, se comprobó la influencia de los árboles viarios del macrocentro de la ciudad sobre la temperatura del aire.
Según la investigadora, se midió la temperatura debajo de la copa de 15 árboles de distintas especies (con características distintas como altura, follaje, forma de copa), a las 15 horas en 15 días típicos de verano. Los valores fueron comparados con los datos obtenidos de un termohigrómetro -instrumento para medir la temperatura y la humedad relativa en ambientes exteriores- localizado en el centro de la ciudad y se comprobó que la diferencia en promedio de la temperatura fue de 6 ºC. Debajo de la copa de los árboles se registró una temperatura inferior, identificando que los árboles de mayor magnitud (árboles más altos), con copas extendidas y follaje semicerrado son más confortables (por ejemplo, el plátano Platanus acerifolia) que otros árboles de menor porte (por ejemplo, un limpiatubo Callistemon citrinus).
En estudios previos, se habían hecho mediciones en barrios con distintas morfologías (en cuanto a lo edificado y cobertura vegetal) y también se estableció una diferencia de 1 a 4 ºC, entre el centro de la calle (sin influencia arbórea) y debajo de la copa de los árboles.
“Claramente, la sombra de los árboles y su transpiración producen una disminución de la temperatura del aire. La vegetación resulta de gran interés para mitigar algunos problemas que presenta la ciudad y es por esto que se constituye como una de las soluciones basadas en la naturaleza (SBN) con el objetivo de lograr ciudades más resilientes y sostenibles”, afirma Valeria.
Emosido engañado
Cada vez más cemento, cada vez más podas en cualquier momento del año y arbolitos esqueléticos plantados cada tanto en las veredas. María Angélica Di Giácomo es licenciada en Química (FCEyN – UBA) y fundadora de Basta de Mutilar Nuestros Árboles, una agrupación de participación ciudadana que trabaja principalmente en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) en la protección del arbolado urbano.
“El follaje frondoso y los espacios verdes de suelo absorbente son herramientas, muchas veces ignoradas, para la adaptación de las ciudades a la crisis climática. Parte de nuestra tarea es la difusión y la concientización de la población en la importancia del bosque urbano para una vida saludable y digna en las ciudades. Contamos con fundamentos científicos sobre cantidad de dióxido de carbono fijado, producción de oxígeno, masa absorbida y adsorbida de contaminantes, influencia en el tiempo de convalecencia en la recuperación de enfermedades y en la sensación de sosiego frente al estrés de la vida en las ciudades, disminución de la temperatura debida al proceso de evapotranspiración que, junto con el proceso de la fotosíntesis, permiten comprender parte de la maravillosa biología del árbol. Contamos con las fundamentaciones de la arboricultura para entender por qué la poda es una agresión al árbol que acorta su esperanza de vida”, cuenta.
Según el último censo del arbolado realizado entre 2017 y 2018 y publicado en Arbopedia, en CABA hay, en total, unos 432.000 ejemplares arbóreos, de los cuales unos 370.000 ejemplares se encuentran mayoritariamente ubicados en veredas,, y el resto se encuentran en espacios verdes.
“Para llegar a la proporción adecuada de árboles por habitantes necesitaríamos el doble del total actual. Es importante aclarar que todos los beneficios del arbolado se deben al follaje frondoso. No alcanza con contar árboles por unidad, lo importante es el número de hojas. Los árboles de nuestra ciudad han sido despojados de la mayor parte de su follaje por podas sistemáticas y sucesivas, con lo cual no solo les han destruido su arquitectura natural, sino que nos han privado de gran parte de sus beneficios. No queda ni un solo árbol entero en nuestra ciudad, ni siquiera en plazas y parques. Y, de este modo, el concepto de patrimonio arbóreo se desdibuja en la práctica. Los árboles son los seres vivos más longevos, no son parte del mobiliario urbano ni de la infraestructura gris. Son parte de la infraestructura verde que es vida”, señala Giácomo.
“Es esencial la planificación y gestión adecuada de los árboles, deben ser seleccionados correctamente según el espacio, se debe tener un inventario de su cantidad y variedad y se debe realizar un diagnóstico sobre su estado físico y fitosanitario”, añade Valeria, quien también lleva adelante el proyecto de voluntariado Semillateca -junto a su colega de la UNS, Graciela Benedetti- y hacen germinaciones.
El tiempo es otro factor clave al momento de pensar un árbol. “El crecimiento depende de la especie, algunos tardan menos que otros. Hasta que se pueda plantar, pueden pasar 1 o 2 años. En algunas especies, al año la altura del árbol es de 1 metro y, en dos años, llega a 1.5 metros de altura. Se necesitan muchos cuidados para que sea un individuo sano y grande. Es necesario hacer esta experiencia, porque las personas comprenderían más sobre ese tiempo necesario”.
El biólogo estadounidense Edward Osborne Wilson acuñó el concepto de biofilia, que es amor por lo vivo, una relación que deberíamos repensar en un panorama desolador. “Debemos encaminarnos en la construcción de ciudades biofílicas, que sean resilientes, sostenibles y saludables, donde sin dudas la Infraestructura Verde es un punto central”, piensa Valeria. Una buena idea sería empezar por cuidar el patrimonio arbóreo actual, planificar una infraestructura verde en ciudades conscientes de que en un futuro será nuestro aire acondicionado sostenible.
Clarisa del Río
Clarisa del Río escribe sobre cultura y divulgación científica. Se dedica a eso hace años y le gusta hacerlo con una vuelta de rosca para que inspire y no sea la ciencia que le contaron de niña. Especializada en Artes logró combinar mundos que parten de la reflexión y la indagación.