Por Daniela Ávido (especial para Entre tanta ciencia)
De todas las ciencias sociales posibles fui a elegir la Arqueología, la más lejana a la experiencia vivida, desconocida en el acervo de trayectorias familiares que nada tenían que ver con lo académico. Al momento de definir una carrera, en plena adolescencia, mis alternativas eran Comunicación social, Locución, Cine o Fotografía. La información que tenía sobre la profesión arqueológica era fragmentaria y las representaciones mediáticas, bastante cuestionables, aunque, en ese momento, no contaba con herramientas para saberlo. Sin embargo, la fascinación por el cucharín y la brocha, que son las herramientas de trabajo de campo arqueológico con mayor representación popular, caló hondo (vaya metáfora) y, así, comencé a transitar el sendero de la arqueología.
Para eso tuve que descubrir, primero, que la Arqueología es una especialidad dentro de la Antropología, o Ciencias Antropológicas, resultante del enfoque a través del cual se aborda la vastedad de la diversidad humana, que puede ser genético, lingüístico, etnográfico, arqueológico, por mencionar los principales. Esto no es una definición académica, sino el producto de una compleja estratigrafía de lecturas, prácticas, discusiones y relecturas. Cada una de las especialidades tiene sus propias herramientas para llevar adelante ese ejercicio constante de interrogación de lo humano, en diferentes escalas y con objetivos específicos. En el enfoque arqueológico predomina el abordaje de los restos materiales que constituyen evidencias de la existencia humana, así como las alteraciones ocurridas a lo largo del tiempo y las relaciones que, desde el presente, establecemos con esos restos quienes nos interesamos en ellos, con intereses que pueden ser académicos, identitarios, burocráticos, turísticos, entre tantos otros, sin que sean excluyentes. Como sintetiza muy bien una frase frecuente entre lxs científicxs sociales: “es más complejo”.
En criollo: hacer Arqueología no es solo juntar objetos viejos para ver cuál es más antiguo o más “valioso”, sino comprender los modos de hacer y disponer de esos elementos de las personas en el pasado, conociendo las limitaciones que nos impone la fragmentación como un desafío en el proceso de investigación así como a la hora de su interpretación en el presente.
Ahora bien, este panorama de la Antropología y la Arqueología no es el que suele encontrarse en representaciones populares accesibles por fuera de la academia; lo mismo puede afirmarse para otras ciencias sociales y humanidades. Quienes dedicamos parte de nuestro tiempo a reflexionar sobre la popularización de la ciencia nos interesamos en observar las representaciones existentes y diseñar estrategias para intervenir en la construcción de referentes científicxs.
Esta observación, entonces, no es azarosa sino que su relevancia reside parcialmente en lo que me convoca a redactar este texto, ante una nueva conmemoración del Día Internacional de las Mujeres y las Niñas en la Ciencia. Mi formación antropológica me inclina a preguntarme por esas representaciones populares, interesarme en el lugar que ocupan esas imágenes en los mensajes que circulan en medios masivos y reflexionar sobre el impacto de dichas representaciones sobre las decisiones de quienes se encuentran en posición de elegir una carrera en ciencias sociales.
Existen algunxs personajes populares que representan arqueólogas en la ficción, como Lara Croft (Lara Croft: Tomb Raider, 2001) y Diana Prince (Wonder Woman 1984, 2020). En ambos casos, al tratarse de figuras de acción, están envueltas en una trama donde la investigación y conservación pierden protagonismo. En estas representaciones no hay mención a la multiplicidad de facetas del trabajo de investigación, así como los contextos en los que nos relacionamos con los objetos, la explicación sobre la fragmentación y la ausencia de información. Por si fuera poco, las interpretaciones y valoraciones suelen referirse a narrativas pseudocientíficas y sobrenaturales. Por supuesto que la acción y la aventura son entretenidas y deseables en una producción audiovisual –tanto en el cine y la TV como en los cómics y videojuegos-, pero, como arqueóloga, me resulta decepcionante la falta de responsabilidad sobre el patrimonio que deberían investigar y conservar. Ni hablar de consultar con otras partes interesadas sobre el tratamiento y destino de las piezas involucradas. Como películas de ficción son fascinantes, sí, pero esas arqueólogas exponen al mundo representaciones cuestionables de nuestro trabajo.
Algo similar ocurre con Indiana Jones, un personaje de ficción bastante más popular que inmediatamente es asociado a la Arqueología y la aventura. Muchxs arqueólogxs que decidieron su profesión bajo influencia de esta saga estarán en desacuerdo cuando lo pondero como una imagen problemática. Sin embargo, promueve un estereotipo extractivista y negligente que poco tiene que ver con el trabajo arqueológico científico. Hay quienes consideran que la ficción no le debe explicaciones a la realidad, no lo discuto. Pero sí considero importante poner en debate las representaciones populares del quehacer científico, porque son las que tienen un alcance más amplio entre quienes no contamos con trayectorias académicas o científicas en nuestros acervos familiares para contraponerlas.
Otro personaje ficticio que me resulta más interesante es el de Diana Spellman (Sabrina, la bruja adolescente, serie de televisión 1996-2003). Diana es la madre de Sabrina y vive en Perú; probablemente pocxs la recuerden dado que no es un personaje recurrente en la serie. Diana es representada realizando trabajo de campo y podemos verla utilizando instrumental óptico mientras que, a la vista, hay elementos como cajas, zarandas, carretillas, palas, además de otras personas realizando registros en equipo. Aquí también hay elementos que contribuyen al estereotipo de la arqueología como aventura y la actividad científica restringida al trabajo de campo, sin dejar de mencionar la similitud en el atuendo de Spellman respecto del que caracterizaba a la queridísima doctora Ellie Sattler (paleontóloga/paleobotánica de Jurassic Park, 1993). Sin embargo, en esta representación es destacable la existencia de detalles referidos a actividades que no se restringen a la excavación, como la medición y la documentación, ampliando las actividades referidas a la práctica arqueológica sin condimentar la trama con elementos sobrenaturales. Excepto por tener una hija bruja, claro. Como ya ha dicho Daniela Garanzini “nadie puede ser lo que no se imagina”, y por eso las representaciones populares de científicas pueden ser una invitación importante a explorar profesiones y carreras que ejerciten el pensamiento crítico y formulen preguntas que aún no podemos imaginar.
Trabajar para garantizar el acceso a la ciencia no debería limitarse al fomento de las vocaciones científicas, que en sí mismo es un objetivo necesario y loable, sino que hay otras implicancias igualmente relevantes. Tener acceso a los procesos de producción de conocimiento científico permite ejercitar el pensamiento crítico y comprender los tiempos de ensayo, análisis y presentación de resultados, por una parte, además de apreciar el valor de los abordajes multidisciplinares. Un problema arqueológico no puede resolverse solamente entre arqueólogxs, sino que requiere la intervención de especialistas en geología, informática, química, historia, bibliotecología y artes audiovisuales, solo por mencionar algunas disciplinas. La colaboración entre distintxs investigadorxs permite abordar un problema desde múltiples enfoques que enriquecen los caminos para su análisis y permiten la reformulación de las preguntas de partida. Es allí, en la construcción de nuevas preguntas, donde reside la importancia de las ciencias sociales -y probablemente de todas las ciencias-, porque no solo en la academia podemos cuestionar el conocimiento adquirido y volver a someterlo a prueba, sino, también, en la vida cotidiana.
Volviendo a la cita de la doctora Garanzini, queda claro que necesitamos continuar creando oportunidades para que niñas y jóvenes se sientan interesadas y tengan acceso a carreras en ciencias sociales y humanidades. Al hacerlo, no deberíamos perder de vista la importancia de garantizar que las mujeres que ya han elegido ese camino puedan permanecer y dejar su huella en él. Esa garantía sólo puede proveerla un estado presente.
Para finalizar, me gustaría agregar que nadie puede ser científicx solx: no puede haber ciencia sin comunidad porque es en comunidad como se aprende, se enseña, se evalúa y se demandan cambios cuando el conocimiento establecido requiere revisión o simplemente no puede dar cuenta de fenómenos novedosos. Es en comunidad y no mediante genixs individuales que la producción de conocimiento puede ocurrir. Una comunidad que trasciende a lxs científicxs, porque en ella participan editorxs, comunicadorxs, técnicxs, entre otrxs profesionales, además la ciudadanía.
En la actualidad, lxs trabajadorxs de la ciencia y la cultura argentina nos enfrentamos a un panorama desalentador, con consecuencias potencialmente devastadoras, que ha desatado el estado de alerta en la comunidad científica. El constante ataque y difamación ha sembrado discordia con el objetivo de romper los lazos comunitarios y sesgar la opinión pública hacia la desconfianza. Sólo explicitando la importancia de la ciudadanía en el proceso de producción de conocimiento se logrará su identificación con la comunidad científica y el apoyo a su lucha.
Daniela Ávido
Daniela Ávido es oriunda del conurbano bonerense. Se formó como arqueóloga y dedicó varios años a la extensión universitaria, realizando voluntariados en museos, revistas, cátedras y equipos de investigación. Actualmente trabaja en un museo municipal donde insiste en mostrar la compleja relación entre la historia de la ciencia y las condiciones sociales en que el conocimiento se produce. Le apasiona la comunicación pública de la ciencia y, en especial, le preocupan los efectos de la desinformación y de la diseminación de discursos racistas fundamentados en pseudociencias. Como estrategia de intervención, independiente de instituciones, ideó un espacio virtual llamado Es Corta La Brocha donde recurre al humor para poner sobre el tapete aspectos críticos de las ciencias antropológicas que le interesa discutir.