#11F: «Nadie puede ser lo que no se imagina»


Paula Bergero- El mercado no se regula solo (y la ciencia tampoco)

Ya sé que no hay ninguna. ¿Pero puedo?
Y… Prohibido no está.
Excelente. Inscríbame entonces.
A ver esos papeles… Ah, pero falta un certificado de conocimientos avanzados de latín y matemáticas.
¡Pero en la Escuela Normal de Señoritas no nos enseñan esas cosas!
Lola, gordi. Entonces no va a poder ser. El que sigue, por favor.

Escenas semejantes habrán sido interpretadas muchas veces, en todo el mundo. Porque la educación impartida a las mujeres fue, durante siglos, diferente de la que recibían los hombres. Así, a principios de 1900, tanto Eugenia Sacerdote como Cecilia Grierson, dos de nuestras pioneras en medicina, debieron suplir con estudios particulares los requerimientos de latín y matemáticas que se exigía para entrar en la universidad, pero que las escuelas femeninas no  proporcionaban.

Podría pensarse, con buen criterio, que muerto el perro se acabaría la rabia (en este caso, la de las mujeres, por no poder entrar en las universidades). Y entonces, al igualarse la educación de chicas y muchachos, la cantidad de mujeres en cada disciplina iría in crescendo con los años hasta llegar al esperable fifty-fifty. De hecho, esto ocurrió, en algunos países e, incluso en algunas áreas de la ciencia, las mujeres hasta superan la mitad.

Entonces, entre tanta ciencia (guiño guiño) que se gesta en la Argentina, ¿cuánta nace hoy de una mujer? En Argentina, según el informe Diagnóstico sobre la situación de las mujeres en ciencia y tecnología que realizó el (ahora ex)  MINCyT  en 2023, la mayoría de quienes investigan son mujeres: 6 de cada 10 personas, porcentaje que se mantiene estable desde 2018. Según la UNESCO, Argentina está entre los cinco países de participación femenina, junto a Letonia, Lituania, Croacia y Bulgaria. Entonces, ¿estamos bárbaro? No, hay algunas consideraciones al respecto.

Por un lado, existe el “efecto tijera”, que refleja que, cuanto mayor es la jerarquía del cargo, menos mujeres hay, y lo inverso para los hombres. La mayoría de mujeres de ciencia en Argentina están en los estamentos inferiores del escalafón de la carrera científica y, por eso, contribuyen un poco menos que los varones a la producción total de conocimiento.

También hay otro efecto que considerar antes de felicitarnos por el 60 por ciento de mujeres, porque no están repartidas por igual, sino que su participación depende fuertemente de la disciplina. El acceso masivo de las mujeres a la academia no ocurrió -ni aquí ni en el mundo- por igual en las llamadas STEM (ciencias exactas y naturales, tecnología, ingeniería y matemáticas).

Aún hoy, décadas después de que fueron eliminadas las restricciones que mantenían a las jóvenes lejos de las aulas, las investigadoras en algunas de las disciplinas son apenas el 25 o el 30 por ciento, como es el caso de la Física, o alrededor del 20 en las ingenierías. Las disciplinas más tecnológicas no son áreas cualesquiera: son los campos en donde se está impulsando la Cuarta Revolución Industrial y donde se registra, al mismo tiempo, un déficit de personas capacitadas. Según una encuesta reciente, hacer un curso de programación o robótica interesa hoy en Argentina a 4 de cada 10 varones jóvenes,  pero apenas a 2 de cada 10 chicas. Las mujeres están quedando fuera de la revolución digital. Y no lo digo yo, lo dice la UNESCO

Podríamos describir el impacto de esta inequidad en términos de derechos e igualdad de oportunidades, de educación, de dignidad, pero todo eso no se usa más en la Argentina de Milei.  Así que hablemos de mercado: resulta que el mercado científico no se regula solo en términos de género. Porque la proporción 70/30 funciona bárbaro para preparar un buen fernet, pero no en la ciencia. ¿Y en el ámbito privado? Tampoco. Las mujeres que hacen investigación siguen siendo minoría en las empresas tecnológicas. Nuevamente según la UNESCO, sólo una de cada cuatro personas que investigan en el sector empresarial es mujer.  

El porqué de este paisaje parece residir en parte en una cuestión de marketing. Por un lado, las mujeres en situación de ciencias exactas y tecnología no están en las “góndolas centrales” sino que las almacenan en un rincón del depósito. Y como consecuencia, claro, el producto no se vende. A este circuito negativo de menor visibilidad-menor reconocimiento se lo conoce a veces como efecto Matilda, y tampoco se corrige solo. Pero además, las disciplinas como matemática, ingeniería, informática, física y química son vendidas actualmente como “difíciles”, “muy competitivas”, “masculinas”, y por eso tampoco se consumen tanto entre las jóvenes. Las ciencias sociales, de la vida, del ambiente y de la salud, en cambio, son vistas como más “femeninas”. Es algo totalmente arbitrario: cuando la matemática y el cálculo científico (una especie de precuela de la informática) eran pensados como actividades secundarias en la ciencia, poco rentables en prestigio y dinero, eran las mujeres quienes las desempeñaban. Luego, la relación se invirtió. Cosas que pasan cuando se mete la mano invisible del mercado.

¿Refleja ese 60 por ciento de mujeres en la ciencia argentina que los hombres se están retirando del mercado de la ciencia hacia otras áreas más rentables? Cuando el salario no cubre las expectativas, cuando hay incertezas respecto de la demanda, cuando decae el prestigio asociado a la profesión, la pregunta se vuelve válida.

El panorama que tenemos este 11F es, entonces, una ciencia feminizada en el campo de las sociales y la salud, con las mujeres ocupando mayormente becas y los cargos de menor jerarquía en la carrera y recibiendo una remuneración también menor y menos presupuesto para investigaciones. Esas mujeres de ciencia son un grupo vulnerable y los ajustes al sector las golpearán con dureza.


Y aquí llegamos al 11F, el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Se trata de una alerta anual que, desde 2015, recuerda a los países de todo el globo que hay que solucionar esta diferencia indeseada en las áreas STEM.

La manera de corregir estos desbalances comerciales es –ya sabemos-regular, incentivar y proteger. Por ejemplo, en Argentina, la Ley Nº 27.614 de Financiamiento del Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación, sancionada en 2021, incluye “propiciar la igualdad real y efectiva de la participación de las mujeres y la población LGTBI+ en todos los niveles y ámbitos del sistema científico-tecnológico». Y muchas acciones concretas se estuvieron llevando adelante para avanzar hacia la equidad. Si todo esto se interrumpe, la mano invisible del mercado no hará otra cosa que perpetuar la desigualdad.

Soledad Leonardi- Preguntas necesarias de responder

Cuando me llegó la invitación para escribir este texto, estaba de vacaciones en mi casa natal, en Mar del Plata. Eso hizo más fácil pensar el camino que me llevó a decidir ser científica. Tengo acá cerquita la colección de libros Lo sé todo. Unos libros llenos de curiosidades y datos sobre la naturaleza que siempre me fascinaron. Libros que, además, leía mi abuela, que era odontóloga e hija de una farmacéutica. Así que la invitación fue una linda oportunidad para notar lo poco común de tener una abuela universitaria -y una bisabuela profesional- para alguien de mi edad y que me llevaron a reflexionar cuán determinante fue en mi carrera. Me hizo consciente del privilegio que implica el no haber dudado nunca de la posibilidad de seguir una carrera universitaria. Lo clave de tener una referenta, aun cuando haya podido verla como tal una vez que ya no la tuve. Pero la cuestión también es, ¿cómo se fomentan esas carreras científicas para las jóvenes si no se cuenta con referentas en sus áreas?

En el último congreso de la Sociedad Argentina para el Estudio de los Mamíferos (SAREM), se dio una situación particular. Habíamos organizado una mesa redonda para discutir sobre cuestiones de género en el marco de nuestra Sociedad y en nuestra labor como científicxss. La mesa la conformaban personas con distintas trayectorias personales, con el objetivo de poder discutir desde las distintas experiencias el rol de las mujeres y la diversidad en la ciencia. El cierre tuvo un broche de oro especial: el presidente de SAREM, Pablo Teta, anunció la creación de un nuevo premio. Un reconocimiento a las jóvenes mastozoólogas (es decir, quienes estudian a los mamíferos) que busca promover e incentivar las carreras de las mujeres en la disciplina y que llevará el nombre de Graciela Navone. 

Lo particular del caso es que Graciela formaba parte de esa mesa y, durante el transcurso de la misma, nos había contado cómo fue su carrera, cómo se vio atravesada por la maternidad, cómo llegó a reconocer el techo de cristal. Cuando discutimos sobre la posibilidad de implementar este nuevo premio, no hubo la menor duda de que no podía llevar otro nombre que el de ella, porque básicamente es lo que Graciela hizo durante toda su carrera: promover e incentivar a jóvenes científicas, ser un ejemplo para las nuevas generaciones. Las mujeres que hacemos mastozoología o parasitología tenemos referentas, pero, ¿qué pasa en otras disciplinas? ¿Cómo influye en el desarrollo de las trayectorias? Y, más importante aún, ¿cómo podemos sostener la visibilización de las mujeres en ciencia más allá de las efemérides?

Además, este 2024 es particular. Nos encontramos ante un nuevo embate contra el sistema científico, las promesas (o amenazas) cumplidas de la campaña del actual presidente. No es la primera vez que nos enfrentamos a estos desafíos, aunque aún no podemos medir el alcance y el impacto que tendrán. En este momento, el CONICET se encuentra paralizado, sin ingresos, sin promociones, sin actividades de evaluación ni extensión. Muchos compañerxs administrativxs fueron despedidxs, aun cuando el organismo presenta un déficit en relación a la cantidad de personal. Miles esperan los resultados de becas de iniciación, de finalización y de promociones. El futuro cercano es incierto y desolador, particularmente para las mujeres y las disidencias de género. Las crisis, ya sean económicas, sociales o ambientales, afectan en mayor medida a las mujeres. Porque, en un sistema devastado, las primeras que vamos a sufrir las consecuencias somos nosotras. 

Y volvemos, entonces,  al principio de la cuestión: ¿cómo visibilizamos a las mujeres en ciencia? ¿Cómo ponemos en evidencia las limitaciones y dificultades que implica ser científica? Quizás una manera es cambiar la manera de contarlo. No quedarse solo en los resultados sino también compartir que ese producto no es otra cosa que la construcción de un conocimiento. Y esa construcción colectiva, por supuesto, no es ajena al sujeto que la hace, con sus  trayectorias y vivencias. Las preguntas sobran y las respuestas…las respuestas esperan también su construcción colectiva.

Nabila Gómez Mansur- Ciencia soberana, inclusiva y diversa

De niña supe que quería estudiar una carrera que me permitiera ayudar a las personas. Ya de adolescente pensé en ser médica o bioquímica. Con el tiempo, me di cuenta de que la ciencia era la respuesta: quería investigar. La carrera de biología molecular se presentó ante mí gracias a un amigo, e instantáneamente, pensé: “este es mi camino”. 

Recuerdo cuando iba al polimodal (ahora secundario, modalidad ciencias naturales, por supuesto), allá por 2005, Mis profesoras siempre aseveraban que, para ser científica, con la condición de ser mujer había que resignar cosas. Entre ellas, por ejemplo, no tener una familia, porque eso no era compatible con la carrera que quería seguir. Por supuesto, yo lo creí, pues, ¿cómo iba a ser científica a tiempo completo, si además tenía que, por mandato social, encargarme del hogar y de mi familia?

Pero afortunadamente en ese tiempo, también tuve una profesora de física, la doctora. Beatriz García. Ella era astrónoma, doctora e investigaba  en el CONICET. Tal vez sin quererlo, se convirtió en mi referenta, cuestionando estos mandatos tan impuestos y asimilados. La profe “Bety” me llevó a mi primer congreso científico en Salta, en 2007, siendo yo aún una estudiante del polimodal. A partir de ahí, comprendí que el mundo que yo imaginaba, y que me habían hecho creer que era lejano, estaba ahí cerca. Empecé a descubrir que había muchas más compañeras de las que creía recorriendo este camino. Y también vi que otras lo podían hacer. Con familia, sin familia, con amigos…cada una a su manera. 

Hoy 11 de febrero, y muchos años después, puedo decir que es importante conmemorar el Día de la Niña y la Mujer en la ciencia ya que los ejemplos son necesarios. Nadie puede ser lo que no se imagina. Siempre es buena ocasión para agradecer a todas ellas, a las visibles y las invisibilizadas por la historia. Para estas últimas hacemos algo de justicia en Femiciencia, el proyecto de comunicación que llevamos adelante con un equipo transdisciplinario.

En algún almuerzo en el laboratorio he escuchado decir que no hace falta conmemorar este día. Eso, claro, podría ser solo en un mundo ideal donde no tengamos que  reivindicarnos día a día para ser iguales. Nadie sabe cuándo llegará, pero, mientras tanto, nos quedan muchas cosas por cambiar aún. Hasta hace poco, por ejemplo, se les preguntaba a las becarias si deseaban ser madres – como todavía sucede en muchos otros trabajos – y eso a veces era decisivo para que ellas se puedan presentar a becas doctorales y posdoctorales. Como si todos los años de estudio y perfeccionamiento para ingresar al sistema científico no fueran suficientes. 

Hoy en día vemos algunos avances respecto a estos temas y se han conquistado varios derechos, como la licencia por maternidad, el pago de tareas de cuidado de infancias en congresos, la eliminación del límite de edad para becas y la entrada a carrera, e, incluso, el jardín de infantes en algunos lugares de trabajo. Hoy, si me preguntan referentas en ciencia, yo ya tengo incorporado nombrar algunas grandes, entre ellas Andrea Gamarnik o Raquel Chan, lo que indica que el cambio de paradigma está sucediendo. Pero también siguen habiendo mujeres y disidencias extremadamente capaces y formadas que no logran superar estos obstáculos, estás brechas de género. A pesar de que hay “igualdad de oportunidades” no llegamos a los escalafones más altos. 

Esto no es una apreciación personal ni algo estimativo: está estudiado y se llama Efecto Jennifer y John A pesar de que tenemos igual salario en el CONICET, por ejemplo, las tareas del hogar siguen recayendo mayoritariamente en feminidades. He visto muchas veces en mi lugar de trabajo resignar nuestros horarios porque tienen que ir a la escuela, estar presentes si se enferman, y un largo etcétera. El tiempo, el cansancio y el cuerpo lo seguimos poniendo mayoritariamente nosotras, sobre todo en tareas de cuidado. 

Contar con mujeres en ciencia y, sobre todo, en puestos jerárquicos, es clave para tener una ciencia más inclusiva y diversa. Diversa en ideas, en mejorar el diseño de experimentos, en opiniones. A modo de anécdota, durante la pandemia de COVID-19, al tener en cuenta los efectos secundarios de las vacunas, no se incluyó ninguna pregunta respecto a la menstruación. El tema surgió en redes sociales y ahí muchísimas feminidades coincidimos que nos estaba afectando el ciclo menstrual. De este ejemplo hay unos cuantos más que atraviesan la historia. 

Ser científica, para mí, es como esa sensación de cuando era niña y tenía un juguete nuevo. Me levantaba feliz porque ese día podía crear otra realidad jugando. En el laboratorio es lo mismo, cada día se presenta la oportunidad de jugar y crear un mundo mejor. 

Sin embargo, también tengo que decirlo, hoy estoy triste: comenzando mi beca posdoctoral, no tenemos dinero para absolutamente nada en el laboratorio, lo cual me desanima bastante. Esto también me lleva a pensar que no hay libertad más grande que tener ciencia pública. Bastante contradictorio con los tiempos que vivimos, ¿no? No nos hagan creer que nos merecemos menos. Nos merecemos todo en lo que respecta a construir un país más equitativo y soberano. Porque la ciencia pública es soberanía nacional. Poder elegir los temas que investigamos que conciernen a la sociedad argentina ( la enfermedad de Chagas, el hantavirus, el síndrome urémico hemolítico, el dengue, etc.) y que la agenda de investigación no esté marcada por laboratorios privados y/o extranjeros cuyos intereses no siempre coinciden con los del pueblo. Es decir, no van a invertir dinero en una enfermedad si no es redituable en términos económicos, lo que dejaría de lado a muchísimas personas de nuestro país. 

Volviendo al punto inicial, seguir mejorando la realidad de feminidades y las futuras científicas, hoy niñas, comienza no solo con el accionar de cada una que ha logrado superar la media de las barreras de género, sino también con el acompañamiento de un Estado que logre implementar políticas públicas que impulsen la inserción, capacitación y trayectoria de las mujeres y disidencias en el ámbito científico tecnológico, que a pesar de todo, aún sigue siendo hostil.

Paula Bergero
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A Paula Bergero, de chica, le gustaba toda la ciencia. Pero había que elegir, así que estudió física y también se doctoró en Ciencias Exactas. Como siguió gustándole toda la ciencia y además cree que es imprescindible contarla, hizo un posgrado en comunicación de CyT. Actualmente trabaja como investigadora de CONICET, en el modelado matemático de enfermedades infecciosas. También da clases, crea contenidos sobre investigadoras en Wikipedia y hace comunicación de ciencia en la UNLP.

Soledad Leonardi
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Sole Leonardi es bióloga, marplatense de nacimiento, madrynense por elección y apasionada por el mar. Desde hace casi 20 años trabaja con lobos marinos y focas. Su investigación se centra en intentar entender cómo los piojos de estos animales se adaptaron a la vida marina. Un trabajo que la ha llevado por el mundo y a cumplir su sueño de trabajar en Antártida. Es mamá de una niña. Además, es militante feminista y de Derechos Humanos.

Nabila Gómez Mansur
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Nabila Gomez Mansur es mendocina de pura cepa. Estudió la licenciatura en Biología Molecular en San Luis y luego decidió mudarse a CABA para realizar su doctorado. Hasta ahí creía que su lugar en el mundo eran los laboratorios, es decir, unos pocos metros cuadrados. Con el tiempo, se dio cuenta que con la docencia podía extenderse más allá y comenzó a dar clases en la UBA, aunque ya había sido ayudante cuando fue alumna de la UNSL. La gran revelación de conquistar el mundo surgió cuando comprendió que lo que necesitábamos era comunicar ciencia para poder tener un diálogo más genuino con la sociedad. Hoy es integrante de Femiciencia, docente y becaria posdoctoral de CONICET en el IQUIFIB.

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