¿Qué momento será más intenso? ¿Aquél en que se decide partir hacia el exterior, salir de ese lugar de comodidad, alejarse de amistades, familia y una cultura propia para ir a probar suerte afuera, viendo que por delante sólo hay desafíos e incertidumbres? ¿O aquel en el que, con toda la experiencia recorrida, se decide retornar, y el sólo hecho de pensar en lxs seres queridxs, en volver a trabajar entre compatriotas y poder aplicar todo lo aprendido hace que el corazón empiece a latir un poquito más rápido?
Para este Día de la Investigación Científica, Entre tanta ciencia charló con tres científicxs repatriadxs recientemente a través del programa RAICES, ese plan de trabajo que la actual gestión del MINCyT reflotó y que tiene varios puntos fuertes. La idea, como planteó en el relanzamiento del programa Diego Hurtado (secretario de Planeamiento y Políticas en CTI del MINCyT), es establecer lazos y puentes con las comunidades de científicxs argentinxs en el exterior, a la vez que generar las condiciones y las oportunidades para aquellxs que, por una u otra razón, quieren pegar la vuelta y continuar sus carreras en suelo argentino.
¿Y qué piensan, cómo les fue, a qué se dedican aquellxs que vuelven? Aquí, algunas de esas historias
Entre culturas científicas
Recorrer la vida de José Fernández León Fellenz implica no sólo adentrarse en el mundo de la robótica, los sistemas inteligentes y la neurociencia, sino conocer distintas formas y vivencias de entender a la ciencia, de acuerdo a la cultura en la que se desarrolle. Porque, aunque a veces pase desapercibido, toda ciencia es un producto cultural.
El punto de partida de este relato es Tandil, donde la familia de José se había mudado cuando él tenía tres años. “Ya de chico me gustaba todo lo que tuviera que ver con la ciencia, con la física, con las películas de ciencia ficción- recuerda-. Cuando tenía más o menos 8 años, intenté crear un cerebro artificial para un primitivo robot, que armé con lo que tenía a mano, lo cual no funciono tal como esperaba. Fue darme cuenta que no conocía nada sobre cómo lograr que el robot ‘fuera inteligente’”.
Cuando llegó el momento de entrar a la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (UNICEN), decidió estudiar ingeniería de sistemas, en la sede que tiene esa universidad en Tandil. Allí, empezaría a descubrir todo el universo de la inteligencia artificial y lo llevaría a profundizar aún más su campo de estudio, haciendo una maestría en ingeniería de sistemas.
El siguiente paso implicó una bifurcación…y José tomó ambos caminos. ¿Cómo fue eso? “Había empezado a hacer un doctorado en Ciencias de la Computación, en la UNICEN, con beca del CONICET. Pero justo en la mitad, surgió la posibilidad de aplicar a una beca europea AlBan para hacer un doctorado en alguna institución europea. Apliqué sin pensar que me la otorgarían, pero resultó que sí y terminé haciendo los dos doctorados simultáneamente: el de la UNICEN y el de la Universidad de Sussex, en Reino Unido”, relata.
La experiencia en tierras europeas, además, le permitió cruzarse con gente de diversas latitudes y disciplinas. “Había investigadores en el mismo centro de investigación (Centre for Computational Neuroscience and Robotics) trabajando en la filosofía de la mente, el origen de la vida, en el control robótico, sistemas de navegación en insectos… temas que en sí eran similares pero a la vez tan distintos a los que desarrollaría, por los enfoques y temáticas”, amplía. Se le sumaba el caudal de científicxs de diversas etnias: ingleses, alemanes, mexicanos, rusos y más.
Los años pasaron y, con ellos, empezaron a surgir las posibilidades de radicarse en Estados Unidos, a partir de la crisis económica que afectaba a Europa en 2010. “Terminé mudándome a Houston, para trabajar en la escuela de Medicina de la Universidad de Texas, donde empecé a estudiar cerebros biológicos. Con el tiempo, me asocié a la Escuela de Medicina de Harvard, donde analicé actividades neuronales en cerebros con cierto grado de autismo y los comparé con cerebros normales. El fin, antes y después, era descifrar cuales son los principios neuronales que permiten a un organismo ser cognitivo e inteligente”, resume.
Hay, en esta triada de experiencias, formas diferentes de entender la ciencia. “Pueden ser más, no se limita sólo a estas, claramente. En Inglaterra, por ejemplo, te dicen: ‘pensemos profundamente, antes que nada, qué queremos investigar, y, cuando realmente agotemos todas las alternativas, pongamos manos en los experimentos’. O, como me dijo una vez un profesor de allí: ‘agarremos una taza de té, miremos al cielo y pensemos’”, recuerda José.
Esa dinámica, considera, se basa en que, en general, en Europa se tienen recursos para hacer investigación, pero no tanto como los que se tienen en Estados Unidos. “Por supuesto esto depende de cada ciudad e institución, pero en general en los Estados Unidos es todo lo contrario: se tienen las técnicas más nuevas, los mejores y más modernos equipamientos, con laboratorios que valen millones de dólares, y se propone que hagas algo experimental. De eso, luego, va a salir algo importante porque estás usando la mejor tecnología de punta que no se tiene en muchos lugares del mundo, y por ende hay una novedad en lo que se encuentre”, retoma.
¿Y Argentina? Contesta José: “El modelo argentino es parecido al europeo en cierto modo, en cuanto a que hay menos recursos y hay que pensar más. Ahora bien, hay casos históricos puntuales, como los casos de Bernardo Houssay y Luis Leloir donde, con una técnica y recursos muy limitados, hicieron investigaciones increíbles. Cuando pensamos algo a fondo, con mucho esfuerzo y considerando avances actuales a nivel mundial con los pocos recursos que tenemos–en comparación a otros países- creo que podemos hacer algo de muy buena calidad y muy competitivo en términos de investigación básica”.
Para José, uno de los factores que pesó a la hora de volver fue el deseo crear grupos de trabajo y formar recursos humanos, “que son clave para una buena ciencia. Me interesó la idea de regresar para formar ese tipo de mentalidad que contribuye a un país con buena ciencia básica, con la idea de que, como en el modelo europeo, si se piensa mucho se puede hacer algo muy interesante”.
Aquel investigador que pasó por Europa y Estados Unidos retornó, Programa RAICES mediante, en diciembre de 2020, al Centro de Investigaciones en Física e Ingeniería del Centro de la Provincia de Buenos Aires para desarrollar su Carrera de Investigador CONICET. Es decir, al Tandil y a la UNICEN de sus orígenes, donde también es docente.
“Antes ya había aplicado para el Programa de Subsidios César Milstein, que también depende de RAÍCES y que permite hacer estadías cortas, entre un mes y tres meses, para venir al país, relacionarte con grupos de investigación y dar charlas. Después de esa experiencia, sentía que ya era tiempo de retornar y contribuir de alguna manera a la ciencia nacional”, comparte.
“Tal vez algunas personas piensan que irse es fácil, lo cierto es que no es tan así, hay muchas ventajas y beneficios, pero también se pasan distintos tipos de desafíos de toda índole. Desde hace varias décadas, hay una tendencia a que la gente joven con formación académica y profesional se quieran ir del país, por lo que también está bueno que se facilite el retorno, ayudando en algunas cuestiones. En ese sentido- considera-, a nivel de apoyo, el programa RAÍCES es clave”.
Genes inquietos y curiosos
La vida de un científico –al menos ese costado bien burocrático y estadístico- se puede medir en papers, conferencias, cursos, congresos, colaboraciones. Pero también se puede medir en kilómetros recorridos. Y habrá que ver quién tiene más millas acumuladas que Julián Naipauer: de su Mercedes natal, en provincia de Buenos Aires, a Posadas, en Misiones; de ahí a la ciudad de Buenos Aires, para luego recalar en Estados Unidos y volver, en plena pandemia, a la Argentina.
Una influencia clave en la vocación de Julián fue la profesora López, que ya desde sus clases de biología en el secundario, logró transmitirle la pasión por la genética. “El tema es que, en ese momento, el único lugar para estudiar la licenciatura en Genética era la Universidad Nacional de Misiones– cuenta Julián-. Mi papá se puso a investigar y resulta que había, acá en Mercedes, una chica que estudiaba allá, así que me reuní con ella en unas vacaciones que estuvo de visita. Y ahí me convencí: tenía que ir a Posadas”.
Los cinco años en tierras misioneras le posibilitaron no sólo cursar toda la carrera, sino conocer a su novia y actual esposa, Manuela. Pero surgiría otro problema. “Yo quería hacer mi tesis sobre virología, pero no había muchos laboratorios en Misiones para hacer eso, así que decidí ir para Buenos Aires, al Instituto Malbrán, para trabajar estudiando hantavirus con la doctora Paula Padula”, recuerda.
¿Hay puntos en común entre tanto viaje y tanta ciencia? Julián cuenta que cada cambio fue importante, a nivel personal y profesional. “Es salir de la zona de confort, para uno, como científico, aporta mucho porque te hace cambiar de pensamiento. Imaginate que fue todo un proceso pasar de Mercedes a Posadas, y más aún de ahí a Buenos Aires, con todo lo que eso implica”, suma.
Había una estación más antes de migrar a Estados Unidos. Una vez recibido, Julián empezó su doctorado bajo la tutela de Edith Kordon y Omar Coso, investigadorxs en el Instituto de Fisiología, Biología Molecular y Neurociencias (IFIBYNE-UBA-CONICET). Fue el mismo Omar quien, al ver el interés de su dirigido de probar suerte en el exterior, lo recomendó con un amigo científico que trabajaba en la Universidad de Miami, Enrique Mesri. Y llegó el momento de partir.
“Esa estadía en la Universidad de Miami duró siete años. Ahí me tocó investigar sobre el virus del sarcoma de Kaposi, que produce cáncer y que está asociado a pacientes con VIH. Fueron años de mucho estudio, para tratar de entender los mecanismos por los cuales este virus afecta a las células y es capaz de transformarlas y producir un tumor”, detalla Julián.
Estando en la Universidad de Miami, además, obtuvieron un subsidio del National Cancer Institute, de Estados Unidos, para trabajar con laboratorios de Argentina. Y las formas de hacer ciencia cambian de un país a otro, claro. “En Argentina, la planificación es muy detallada y tenés que estar muy seguro de lo que vas a hacer, porque lo pedís hoy y lo tenés en los siguientes tres, cuatro o cinco meses. Entonces empezas a buscar alternativas. Pero, incluso con esas diferencias, hay una proyección enorme y muy buena de lo que es la ciencia argentina. Dentro de los seminarios, que son todos de gente muy reconocida, hubo invitados como Gabriel Ravinovich, que hizo toda su carrera en Argentina”, destaca Julián.
Estados Unidos vio nacer a lxs dos hijxs del matrimonio, Lucca y Ámbar. Y, más allá de logros y avances en las carreras laborales, las ganas de volver –que siempre estuvieron- se empezaron a acelerar.
“Queríamos que nuestros hijos crecieran o acá o allá, no que estuviesen a mitad de camino. Y además lo que es la familia y las amistades se extrañan mucho. Empezamos a poner una fecha para volver y esta fue la ideal: Lucca está empezando la primaria en Argentina. Y yo me anoté tanto para ingresar a la carrera de investigador del CONICET como para el subsidio de retorno del Programa RAÍCES. Lo segundo salió y nos ayudó muchísimo para poder volver, al bancar el dinero de pasajes y mudanza. Para lo primero, decidimos esperar los resultados de la carrera acá, en Argentina”, comenta.
Lo que fue la última estación antes de partir se convirtió en la primera al volver. Julián seguirá colaborando con el laboratorio de Miami, esta vez desde el espacio de trabajo que lidera su antiguo director de doctorado, Omar Coso. Con toda la experiencia del exterior a cuestas pero con el entusiasmo y la pasión intacta. “Siempre motiva el trabajo diario en la mesada y en el laboratorio, o la posibilidad de enseñar y transmitir conocimientos a los becarios que uno tiene a cargo. Son partes del trabajo que se disfrutan mucho, ya sea en Estados Unidos o en Argentina”, valora.
Con los brazos abiertos
En Argentina, en Estados Unidos o donde sea: la ciencia siempre es plantearse desafíos y preguntas; mirar una y mil veces lo mismo hasta encontrar eso que no se estaba observando antes. En ocasiones, hace falta cambiar los cristales (metafóricos o no) para encontrar otro enfoque y moverse de lugar.
En el caso de Belén García Fabiani, esas preguntas y desafíos se agolpaban en una temática en particular. “Ya durante la carrera me daba cuenta que me gustaba estudiar los distintos tipos de cáncer, cómo están regulados, cómo es su estructura celular, qué se puede hacer para frenar su crecimiento, los posibles tratamientos…me interesaba mucho esto”, cuenta.
Las búsquedas implican movimientos. A veces es ir varios pasos atrás en los experimentos y estudios, para entender qué está pasando y cuáles son los posibles blancos de acción. Otras veces, ese moverse implica abandonar los espacios de confort para probar éxito en otros lados. Para Belén, fue mudarse a casi 9 mil kilómetros de distancia, desde la Universidad Nacional de La Plata –donde se había licenciado y doctorado- hasta la Universidad de Michigan, en Estados Unidos.
La experiencia no era al azar: formaba parte de su postdoctorado –una instancia clave en la vida de lxs científicxs-, que hizo repartido entre Argentina y el país norteamericano. Belén se sumó al grupo de trabajo en el Departamento de Neurocirugía de esa universidad estadounidense, donde se dedicó a estudiar…tumores, por supuesto. “Es un laboratorio grande, con muchísimos investigadores, donde cada uno en general estudia un tipo de tumor en particular- relata Belén-. En ese momento me dediqué al estudio de tumores cerebrales pediátricos, de los cuales estudiábamos sus características bioloquimicas y posibles tratamientos”.
Cuenta Belén que siempre estuvo el deseo, en lo personal y lo profesional, de estar unos años en el exterior. “El tema de los recursos económicos claramente juega un rol importante. En Argentina, históricamente, el cuerpo científico y la formación académica fueron y son excelentes, pero a veces el desarrollo se traba por cuestiones burocráticas: los reactivos tardan en llegar, los subsidios en pesos no alcanzan…entonces, se hace muy buena ciencia en Argentina, pero los recursos siempre son limitados. Y cuando en la ecuación aparecen más recursos, cambia bastante la forma de pensar y de trabajar”, apunta.
Que los jefes de Belén hayan sido argentinxs habrá ayudado, seguramente, en que el impacto cultural no haya sido tan fuerte. Pero considera que esa formación que destacaba antes fue clave, también, para rendir tan bien como lo hacía en Argentina.
“Estaba un poquito ese miedo de ‘uy, no voy a estar a la altura’, y la verdad es que no fue así- analiza-. Hay muchos argentinos trabajando allá y a todos nos pasó que nos sentimos muy bien preparados desde el punto de vista académico. Y hay que tener en cuenta que la exigencia y la competitividad en Estados Unidos son muy altas, pero todos los que nos formamos en Argentina nos adaptamos satisfactoriamente a ese ambiente”.
Así como estaban en su momento los deseos de las experiencias en el exterior, también estaba la idea de volver, tarde o temprano. “Sabía que no me iba a quedar a vivir en otro país. La pandemia seguramente tuvo mucho que ver, porque se extrañaba a la familia, a los amigos, mi vida en Argentina…y también se sumaba el deseo de un cambio, de dejar la ciencia básica que había hecho por 9 años y dedicarme a algo más cercano a la transferencia tecnológica”, cuenta.
Surgió la posibilidad, entonces, de trabajar en CASPR BIOTECH, una startup conformada por científicxs del CONICET. “Empecé a charlar con ellos el año pasado, me hicieron entrevistas a la distancia y todos confiamos: yo dije ‘me la juego y vuelvo al país’, y ellos se jugaron por mí, casi sin conocerme. Su propuesta fue contratarme como Científica Sénior, en la parte de ciencia y desarrollo para el diagnóstico de diferentes enfermedades infecciosas”, comparte.
El retorno se produjo en diciembre de 2020, con el programa RAICES jugando un rol importante. “Pensá que volver, tras vivir cuatro años en el exterior, es todo un tema, por lo económico y por la organización que ello implica. La importancia del programa RAICES no se relaciona sólo del dinero–porque el programa incluye el pago del pasaje de vuelta más otros beneficios-, sino porque es un indicador de la importancia que se le da a los científicos y a la ciencia, entonces una se siente mucho más valorada”.
Haberse ido al exterior a trabajar, cuenta, fue una decisión que valora enormemente, pero que tuvo sus costos a nivel personal. “Que al momento de tu vuelta te reciban con los brazos abiertos, que te den esta ayuda y apoyo real y simbólico y que te acompañen en el proceso es gratificante, reconforta totalmente”, asegura Belén, quien, desde otro rol pero con muchos más conocimientos que antes, aporta respuestas y saberes a nuevos desafíos de la ciencia.
Agradecemos especialmente la colaboración y toda la ayuda proporcionada por el equipo de la Secretaría de Planeamiento y Políticas en Ciencia, Tecnología e Innovación del MINCyT, por todos los contactos y la gestión que aportaron para la realización de este artículo. Como en la ciencia, la comunicación en equipo siempre es mejor.
Me parece muy buena la nota. Estaria bien extenderla mas dado lo que esta por todos lados sobre desarrollos en inteligencia artificial y chatGPT y esas cosas y sobre si aquellos que salen en el reportaje las usan. Muchas gracias.