La Tierra es tierra de color azul


Algunas pasiones de la niñez nos marcan para toda la vida. A veces, es tanto el amor por un ámbito que, conscientes o inconscientes, empezamos a construir nuestras carreras con ese deseo como guía, Como si el empleo fuera apenas una excusa para estar cerca de nuestro tesoro.

Juan Emilio Sala, Haydée Pizarro y Javier García de Souza parecen ser un claro ejemplo de esto: cada unx, con su historia, se vinculó personalmente con el agua, mucho antes, incluso, de transformarla en el centro de la carrera. En este Día Mundial del Agua, compartieron con Entre tanta ciencia sus experiencias; y si el agua “siempre es sonido sonriente” -como en aquel viejo tema de Los Piojos- que estas historias acompañen el murmullo de los arroyos y el suave andar de las olas.

Amar el mar

Verano del ’89, en Chubut. Todavía faltan unos cuantos años para que Juan Emilio Sala se convierta en doctor en Biología e investigador del CONICET, y unos cuantos más para que se vuelva una pieza clave del engranaje de Pampa Azul. Por ese entonces, el doctor Sala es Juane, un niño porteño de nueve años que se queda maravillado ante el escenario que le regala el mar patagónico, en Península Valdés.

“Había ido para ayudar a mi primo hermano, que en ese momento ya era ecólogo de campo y estaba trabajando con aves marinas- rememora Juane-. Y ese viaje y esa experiencia me marcaron. Imaginate: veía apostaderos de elefantes marinos, colonias de cormoranes, gaviotines… y te dabas vuelta y tenías un paredón lleno de fósiles de sesenta millones de años. Para un pibe de mi edad, todo eso era un delirio. Ese viaje determinó no sólo mi carrera, sino mi historia de vida, mi necesidad de vivir y trabajar en ese lugar”.

Y vaya que aquel viaje haría mella en su historia. Juane no sólo volvería en distintas oportunidades, en vacaciones de invierno y verano, sino que, al tiempo de recibirse como biólogo en la UBA, se fue volando a Puerto Madryn. Literalmente. “Terminé mi carrera el 17 de abril y el 20 ya estaba viviendo allá, sin beca, sin nada, pero sabiendo que quería vivir en esa ciudad. De alguna forma, la devoción por un lugar y por un ambiente, tan cercano y conectado con el agua, surgió mucho antes que la vocación por una disciplina, en este caso la biología”, agrega.

Juane Sala, en uno de los tantos viajes que hizo de niño al Sur de la Argentina. Fuente imagen: gentileza Juane Sala.


La carrera científica de Juane tiene varios capítulos, en apariencia diversos, pero conectados por dos hilos invisibles: la pasión por el trabajo y el amor por el mar. La primera estación, luego de un año como docente de Biología en escuelas secundarias, fue un proyecto financiado por el gobierno de Estados Unidos para trabajar con el varamiento de ballenas.

“Fue algo completamente alucinante. La gente escucha ‘varamiento’ y piensa que las ballenas se varan vivas. Pero, en la enorme mayoría de los casos, mueren en el mar, que empuja sus cuerpos hasta la costa. Nuestra tarea, entonces, era recorrer las costas de la Patagonia y, ante un varamiento, tomar muestras lo más frescas posibles, para recolectar datos y ver las causas”, detalla Juane. En alguna computadora vieja, cuenta, hay alguna foto de él encima del cuerpo de una ballena, en medio del agua, tomando muestras, con Prefectura y buques balleneros con los que se practica el avistaje embarcado de ballenas- dando una mano en la logística.

Durante el doctorado – en el que, por esas cosas de la vida, terminaría trabajando junto a su primo, aquel del viaje que lo marcó de niño- estudiaría y trabajaría con elefantes marinos y pingüinos de Magallanes, continuando su carrera como investigador en el Instituto de Biología de Organismos Marinos en el CCT CONICET- CENPAT. Pero algo faltaba en ese quehacer que no terminaba de convencerlo.

“Yo ya veía, desde chico, a mi primo hacer ciencia del más alto nivel, al igual que muchos otros colegas. Son informaciones de excelente calidad, con gran profundidad de análisis pero que quedaba en papers que muy poquitos leían. Y me empecé a dar cuenta que toda esa información que se generaba podía servir para tomar mejores políticas públicas respecto de los sistemas socio-ecológicos marinos, basadas en la excelente ciencia que se hace en el país”, recapitula.

Juane se doctoró en Ciencias Biológicas en la Universidad de Buenos Aires, y, al poquito tiempo, se fue a vivir a Puerto Madryn. Fuente imagen: gentileza Juane Sala.


Sin prisa, pero sin pausa, Juane empezó a formarse con herramientas de la filosofía de la biología y de la ecología política, para generar espacios propicios para la co-construcción de conocimientos, en lo que se conoce como interfaz ciencia-política. En otras palabras, para posibilitar que todos esos saberes propios de las ciencias marinas se integren y dialoguen con los saberes de los pescadores artesanales, los pescadores industriales, los tomadores de decisiones. “Ahí estaba lo que realmente me llenaba, la búsqueda de las mejores políticas públicas posibles. De alguna manera, mi camino fue de lo particular a lo general”, considera.

Ese viraje lo acercó, cada vez más, hacia Pampa Azul, el programa integrado por siete ministerios que busca una óptima gestión de los bienes ambientales y socioeconómicos marinos de la Argentina. Como si, de alguna forma, Juane se hubiera preparado durante toda su vida para tener un rol allí.

“Pampa Azul estaba en la cabeza de muchos de nosotros. Hay algo que tiene que ver con la inteligencia colectiva de los tiempos históricos- analiza Juane-. Pampa Azul surge como algo epocal, donde se toma dimensión que Argentina tenía que ponerse de cara al mar para desarrollarse de otra manera, más diversificada y más integral. Y ahí vi el potencial del recorrido de vida que tenía y sentí: ‘tengo que estar en Pampa Azul, aportando y ayudando”.

En julio de 2020 Pampa Azul regresó renovada de objetivos, metas y lo más importante: fondos. “Hacer investigación y desarrollo en el mar es altamente costoso”, aclara Juane, quien, actualmente, es el coordinador del Consejo Asesor Científico, en continuo diálogo con científicxs y políticxs. “Hay una mística particular, hay un entendimiento de época. Lo que necesitamos es que la comunidad científica nos pueda acompañar en este proceso, para que puedan responder a las demandas del territorio, de la política y de la capacidad productiva del país”.

«Pampa Azul surge como algo epocal, donde se toma dimensión que Argentina tenía que ponerse de cara al mar para desarrollarse de otra manera, más diversificada y más integral», señala Juane. Fuente imagen: gentileza Juane Sala.


Pasan los años, pasan los objetivos y el mar sigue ahí. Si antes era un niño el que miraba fascinado el paisaje, ahora es un padre que acompaña a su hija para disfrutar juntos de esas maravillas. “Charo no puede pasar dos días seguidos sin ir a la rambla, está super internalizado en nosotros. El mar es esa vista interminable que se fuga hasta el horizonte, donde no se ve nada más…es parte de la explicación de por qué amo el mar”.

La forma del agua

Están quienes dudan qué quieren ser cuando sean grandes, van, vienen y hasta el último día no se deciden. Y después hay personas como Javier Garcia de Souza, que ya sabía, desde principios de la secundaria, que se iba a dedicar a la Biología. Tal vez no tenía definido, aún, que se dedicaría al agua, pero el vital elemento ya estaba presente en su vida: en su adolescencia, era nadador federado.

“Pasé mucho tiempo dentro de una pileta, entre los 4 años y los 20, aproximadamente- cuenta Javi, hoy investigador adjunto del CONICET-. Después, cuando empecé a estudiar en la Facultad, hice también la carrera de guardavidas y trabajé de eso varios años. Pero se me complicaba con los horarios y no pude seguir. Fue una etapa que cerré, de alguna manera, y lo acuático terminó trasladándose a la investigación”.

Javier estudió Biología en la Universidad Nacional de La Plata, donde luego se doctoraría. Ya como estudiante pensaba en el campo de la biología marina. ¿Para estudiar ballenas, lobos marinos, pingüinos? Nada de eso: tiburones. “Soy muy fanático, tengo libros y todo. Estaba la posibilidad, por ejemplo, de trabajar con tiburones en Mar del Plata o más al sur, pero también me encantaba el tiburón ballena, que está en las costas de México y el sur de Estados Unidos, una zona que es una locura en cuanto a diversidad de fauna. Pero, con el correr de la carrera, se me empezó a abrir el panorama y a aparecer otros campos laborales. Y el agua estaba siempre ahí, como posibilidad”.

Javi es doctor en Ciencias Naturales e investigador adjunto del CONICET. Fuente imagen: gentileza Javier Garcia de Souza.


La idea se hizo materia: Javier tuvo oportunidad de conocer a Darío Colautti, investigador del CONICET y, finalmente, su director de tesis –junto a Cristina Claps-, quien le dio la posibilidad a él y a otrxs para ver si les interesaba el trabajo que hacía en las lagunas. “Fue un poco que me gustaba mucho el tema y también que la puerta estaba abierta, entonces le di para adelante. Se combinaron varias cosas”, analiza. Hoy, Javi es investigador en el Instituto de Limnología “Dr. Raúl Ringuelet”, en el CCT CONICET- La Plata.

Allí, el equipo trabaja con jaulas flotantes para el cultivo de pejerreyes, en un campo conocido como acuicultura ecológica. “Es una técnica para criar peces de manera amigable con el ambiente. No solamente tiene en cuenta las cuestiones específicas de la especie en sí, sino también todo lo ambiental y el factor humano. La acuicultura ecológica es una dinámica más participativa, más interactiva, y no el científico ‘bajando’ información”, explica Javier.

En el día a día hay mucha variedad de actividades. A veces les toca ir hasta las lagunas, en la cuenca del río Salado, en Buenos Aires, para analizar las características físico-químicas del agua y las condiciones del lugar. Si se trata de transferencia tecnológica, se hacen talleres de construcción de esas jaulas para la cría de peces, lo que incluye mucho trabajo de herrería y carpintería. Las jaulas se siembran con pejerreyes recién nacidos, aportados por la Estación Hidrobiológica de Chascomús. En ocasiones, el trabajo es ir a muestrear a los peces para medirlos, pesarlos, contarlos y analizar el agua en la que se mueven. Se le suma, claro, el trabajo en el laboratorio y en las computadoras, para analizar las muestras, procesar los datos, leer, escribir artículos científicos y volcar al papel (o a la hoja de Word) todo el conocimiento producido.

El tema de investigación de Javi es la cría de pejerrey en jaulas flotantes. En la imagen, en la laguna La Salada de Monasterio (Buenos Aires). Fuente imagen: gentileza Javi Garcia de Souza.


La agenda de Javier no se agota ahí. Porque a toda su labor científica se le suma la pata comunicacional y educativa con Exploracuátic@s, un proyecto que trabaja con niñxs y adolescentes en temáticas vinculadas con el agua.

“El punto de partida fue la gran inundación que tuvo La Plata en 2013- relata Javi-. Fuimos con mi amiga y compañera de laboratorio, Fernanda Álvarez, a las convocatorias de los centros comunitarios de extensión universitaria de la UNLP. Nos pareció interesante poder proponer actividades recreativas para niños y niñas que viven en barrios muy vulnerables. Así empezó a tomar forma Exploracuátic@s, que nació, finalmente, en 2015”.

Cuenta Javier que no se trata de “ir y dar clases”, sino de pensar talleres con diversos objetivos y con mucha interacción entre científicxs y niñxs de barrios atravesados por arroyos urbanos. En el grupo hay mayoría de biólogxs, pero también cuentan (entre idas y venidas) con gente de Antropología, Comunicación, Bellas Artes, Ingenierías, Arquitectura y más.

La vida de Javier entrecruza continuamente la ciencia y el arte: hace teatro, danza contemporánea y forma parte de Poper, el grupo de stand up científico. “Soy muy multifacético, me gusta cuando esas facetas empiezan a confluir y sale algo nuevo”, admite. En el horizonte, aparecen como sueños algo de música, canto, pintura y de dibujo. Nuevas expresiones, tal vez, para plasmar su pasión por la ciencia y el agua.

Aguas dulces, saberes varios

Haydée habla y en cada palabra transmite pasión por lo que hace. Contará su historia como científica, narrará anécdotas de acá y de allá, compartirá su gusto por estudiar, su amor por la docencia. Dirá, entre otras cosas, que siempre tiene que estar cerca de algo que tenga agua, y que parte del gusto por su trabajo es lo que le permitió ir a varias campañas científicas, navegar en botes, barcos, atravesar ríos, lagos y lagunas. ¿Hasta dónde llega la pasión por el saber?

Haydée es la doctora Pizarro, investigadora en el Instituto de Ecología, Genética y Evolución de Buenos Aires (UBA-CONICET), que se convirtió en una especialista en el terreno de la limnología, esa disciplina científica que estudia los ecosistemas de aguas dulces. Las bases fueron un gran deseo de aprender y de estudiar todo tipo de cosas.

Haydée es doctora en Ciencias Biológicas por la Universidad de Buenos Aires e investigadora principal del CONICET. Fuente imagen: gentileza Haydée Pizarro.


“De chica recuerdo que me gustaba todo, las matemáticas, el derecho, la arquitectura, la historia… no había una clara vocación a la biología, pero tuve a una profesora de esa materia en el cole, la profe Nicola, que explicaba tan amorosamente que yo la miraba y me quedaba maravillada- evoca Haydée-. El primer año, después de recibirme como Perito Mercantil en la escuela, me anoté en un curso de decoración de interiores. Y mirá vos, recuerdo que, en los ejercicios, metía plantas por todos lados”.

Hojeando un ejemplar de la revista Para ti, Haydée se encontró con un artículo sobre carreras poco conocidas que se estudiaban en el país, siendo una de ellas Ecología y Recursos Naturales Renovables. “Se dictaba en la Universidad Nacional de La Plata o haciendo Biología en la Facultad de Exactas y Naturales de la UBA. Y allí fui: rendí el ingreso en democracia e ingresé a la Facultad a fines de marzo de 1976, con la dictadura cívico-militar recién empezada”, recuerda. A partir de allí, excepto unos cuatro años de beca en Corrientes, nunca más se alejó del Pabellón 2 de Ciudad Universitaria, donde hoy investiga y da clases.

Pero volvamos al agua, porque en las historias hay voluntades, pasiones y, sobre todo, nombres que marcan el camino. “En mi juventud estaban los videos de Jacques-Yves Cousteau, el famoso explorador- cuenta Haydée-. Y yo lo veía a bordo de esos barcos increíbles, investigando y viajando, con la leyenda ‘Doctor Cousteau’ en cada entrevista. Y el tiempo hizo que sea yo la que estuviera a bordo de barcos, rompehielos, volando en helicópteros, que me hicieran reportajes y saliera en documentales”.

Esa carrera le permitió a Haydée incluir muchas de las pasiones que tenía de adolescente. “Estudié microalgas y organismos, a escalas microscópicas. Desde sistemas urbanos muy contaminados hasta ambientes como los antárticos o lugares con nieve, para analizar los modelos de resistencia a condiciones extremas de ausencia de calor y de luz”, enumera.

Haydée en una postal de sus días de investigación en regiones antárticas. Fuente imagen: gentileza Haydée Pizarro.


Con el tiempo, la investigadora pasaría a ambientes extremos, pero en otros sentidos. “Desde hace muchos años vengo estudiando cómo se ven impactados los sistemas de agua dulce por las actividades humanas, especialmente con este modelo de agricultura en el que estamos inmersos actualmente y que se basa en agrotóxicos. Y yo los defino como tal porque está comprobada su toxicidad, tanto para la vida natural como para los seres humanos. Afectan, entonces, a la biodiversidad de ambientes y, por lo tanto, a la calidad de agua”, subraya.

Como una suerte de sabroso cóctel académico, Haydée combinó sus saberes científicos con cuestiones de legislación ambiental, tanto actuales como históricas, confluyendo así sus pasiones. Parte de ese entrecruzamiento incluye la asesoría a abogadxs en temas vinculados con la legislación ambiental. En el CV de Haydée está, además, el haber sido integrante del cuerpo de científicxs por el lado argentino en el conflicto por la pastera Botnia, con Uruguay, allá por 2005. “Aprendí muchísimo, en todos los aspectos, y es un gran ejemplo para entender cómo los ecosistemas y recursos naturales están marcados, siempre, por factores jurídicos y políticos”, resume.

Tan fuerte es el vínculo con el agua que Haydée es fanática de River Plate –o, si se quiere, Río de la Plata-, herencia de una familia muy futbolera. “Mi papá, Federico Pizarro, tuvo una infancia dura, en la calle, comiendo en los comedores. Pero se convirtió en jugador de fútbol y hasta estuvo en la Selección. Siempre cuento que cuando nací, a la clínica me fue a visitar Ángel Labruna –ídolo de River- porque era compañero de mi viejo en la Selección. Y así como tengo que estar cerquita del agua y de los libros- concluye- no puedo pasar un fin de semana sin escuchar algo de fútbol”.

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