No es amor, es patriarcado

Ilustración: Jeremías Di Pietro.


Que el amor romántico de Disney no existe ya nos enteramos, pero la realidad es un poquito más cruenta, si cabe. Resulta que hace unos años, once para ser exacta, se publicó un artículo que analizaba la disparidad de género en las tasas de abandono marital en pacientes con enfermedades graves, o, dicho de otro modo, querían ver si eso de “en la salud y la enfermedad” aplicaba por igual a hombres y mujeres cuando se enferman irreversiblemente. Los resultados confirman algo que las feministas vienen diciendo hace mucho: las tareas de cuidado no son amor. Dejame ser más clara.

El artículo en cuestión, que resultó la piedra angular de muchos otros y por eso fue tan importante –y que podés leer acá-, analizó la tasa de divorcio en pacientes con enfermedades graves e incurables, como tumores malignos y esclerosis múltiple. En total, analizaron a 515 personas que estaban casadas al momento del diagnóstico; entre ellas, 214 tenían un tumor cerebral maligno, 193 con tumores cerebrales que no involucran el sistema nervioso y 108 tenían esclerosis múltiple.

Con toda esa información junta, se dispusieron a analizar. Primero, desagregaron los datos según el género (aclaración: el texto original, en inglés, dice «gender»…que es un término utilizado para sexo y para género, no es como hacemos las personas hispanohablantes, asi que no queda del todo claro si evaluaron el sexo o el género) y por edad. Se encontraron con que el 53 por ciento de las personas eran mujeres y la evaluación terminaba cuando los pacientes se divorciaban o morían. ¿Por qué hacer un estudio de este tipo? Bueno, el equipo de investigación consideraba que la ruptura de pareja podría afectar la calidad del cuidado y de vida e, incluso, el resultado de determinados tratamientos. Y, además, aunque no existía bibliografía previa, en su práctica neuro-oncológica, este grupo observó una asimetría de divorcios por género que era abrumadora.

¿Qué encontraron? Que sesenta matrimonios resultaron en divorcio -es decir el 11,6 por ciento- después del diagnóstico de enfermedad severa. Y esta cifra, que tiene correlato en los antecedentes publicados anteriormente, cambia mucho cuando se analiza por género. El 20,8 por ciento de las relaciones terminaron cuando era la esposa la que atravesaba la enfermedad, mientras que para los maridos el valor era de un 2,9 por ciento. Dicho de otro modo: el 88 por ciento de las separaciones fueron de una esposa con este tipo de padecimiento y el 22 para los esposos en la misma situación. O sea que una mujer con este diagnóstico tenía cuatro veces más posibilidades de ser abandonada por su marido que en la situación inversa, según los datos de este estudio.

Si además analizamos ese porcentaje de “abandono” según la patología, resulta que las mujeres con esclerosis múltiple tenían un 96 por ciento de divorcios. El análisis realizado implicó estadísticas complejas y en todos los casos encontró lo mismo: ellas eran más dejadas por sus esposos que los hombres diagnosticados.

Pero ¿por qué tanto lío? ¿Acaso las parejas no pueden divorciarse porque todo es patriarcado? No y sí. Las parejas pueden dejar de funcionar y es sano que ese vínculo no se fuerce, pero cuando los números son tan contundentes hay un proceso mayor que el desamor para analizar. El grupo de Michael Glantz, el primer autor del trabajo, plantea que la separación es clave en la calidad de vida de los pacientes. Que la ruptura genera que consuman más antidepresivos, tengan menos participación en tratamientos de prueba, se hospitalicen con más frecuencia, que realicen menos tratamientos de rescate, tengan menos probabilidad de terminar un tratamiento de radioterapia y de morir en sus hogares (Observación: morir en casa es una situación mucho más favorable que hacerlo en el hospital, según este artículo, porque implica más tranquilidad y amorosidad, lejos de los fríos pasillos de hospital).

¿Y esto qué tiene que ver con el patriarcado? Es que las tareas de cuidado, incluyendo las que involucran a un paciente terminal, han sido históricamente de las mujeres y feminidades. Dicen en el artículo: “Muchos miembros de la comunidad y de la familia pueden desempeñar importantes funciones de cuidado, pero la presencia de un cónyuge dedicado puede ser el componente más importante de un fuerte apoyo social”. Claro, pero si los hombres no se hacen a la idea de que pueden y deben cuidar, todo se cae como un castillo de naipes. Porque, más allá de todo lo anímico que es indiscutiblemente importante, la realidad es que un divorcio puede además dejar sin cobertura médica a alguien que la necesita más que nunca.

Alguien podría decirme que estoy siendo un poco exagerada, que no es tan así. Pero dato mata sensación y en Argentina, por ejemplo, las mujeres dedicamos en promedio 6 horas diarias a tareas de cuidado de personas, mientras que los hombres aportan 3,8, es decir un 14 por ciento menos en términos relativos. Si no me crees, te dejo los datos oficiales reportados por el Estado argentino acá para que veas todos los números y te indignes conmigo.

Si, ya sé, esta columna no fue tan arriba como otras, pero algunos temas son así, necesarios y dolorosos. Lo importante es que le pongamos número y nombre para empezar a desnaturalizar estas prácticas. No digo que la gente se quede en un vínculo que no quiere estar, digo que es una realidad que ellos se van más ante una situación tan adversa y que, posiblemente, está relacionado con la distribución de tareas aprendidas durante la crianza.

El grupo de especialistas propone que estos datos son importantes, más allá de la cuestión de género, porque son un factor de peso a tener en cuenta durante los tratamientos y que, entonces, debería ser parte de los datos que se les pregunta a sus pacientes. Algo así como conocer el “estado conyugal” para saber cómo van a ir las cosas y, en última instancia, apuntalar más determinados tratamientos o acciones paliativas. Y aquí agrego una idea que no está en el artículo pero que me parece que sería interesante considerar, y que consiste en no quedarse solo en términos conyugales, si no también consultar si la persona en cuestión tiene una red de contención afectiva y, en todo caso, pensar ahí sí cómo es la distribución por géneros en ésta.

Y ya de paso me permito volar y desear que las y los profesionales de la salud que atienden a personas con este tipo de padecimiento -o cualquier otro- indaguen en aspectos claves, más allá de los parámetros bioquímicos Que lo anímico, lo afectivo, lo que le pasa a la gente más allá de sus células sea un tema en ese espacio y no solo se lean historias clínicas. ¡Que no se trata de experimentos biológicos, che! Porque si se acaba el amor no podemos hacer nada, pero si se nos termina la empatía estamos al horno.

Daniela Garanzini
CCT CONICET Mar del Plata | Ver más publicaciones del autor

Dani Garanzini es marplatense por adopción. Estudió Biología y trabajó en ciencia de laboratorio durante más de 10 años. El teatro, la docencia y la comunicación empezaron a ganar terreno en su vida cuando promediaba el doctorado en Ciencias Biológicas. Ese mismo camino le enseño que la ciencia no sirve si no se comparte y, así, se sumergió en el mundo de comunicar la ciencia a tiempo completo. Tarea que hoy realiza en diferentes formatos y plataformas, con tantas ganas como errores, pero con la convicción de que la comunicación de la ciencia es un puente inevitable e imprescindible.

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