En el Reino del Revés, ellos roban y nadie ve

Ilustración: Jeremías Di Pietro

El “Efecto Matilda” (EM, de ahora en más) se encuentra mucho por las redes sociales, pero puede que no te suene de nada. Igual, esperá, si ya sabés de lo que hablo no te vayas, porque estoy segura que hay ciertos detalles que no te contaron de este proceso y vienen bárbaros para tirar en la sobremesa del domingo.

Vamos al grano. El EM es la falta de valoración sistemática de los aportes realizados por mujeres en el campo de la ciencia y, peor aún, la atribución de descubrimientos o hallazgos científicos de mujeres a sus colegas varones. Y, en muchos casos, quien dice colega dice marido. (Uff, sentía que tenía que sacar eso del medio para poder seguir. Ahora sí, acompáñenme a ver esta triste historia).

Durante mucho tiempo, la ciencia fue escrita desde un único punto de vista, el de los científicos. Y sí, escribí científicos a propósito, porque eran todos hombres, eso es lo que plantea la historia oficial, pero eso no es del todo cierto. Una buena parte de la ciencia fue hecha por mujeres y, sin embargo, esos aportes fueron atribuidos a sus compañeros de trabajo. Ejemplos hay miles, tantos que se podrían escribir varios artículos, que digo artículos  ¡libros completos!

Ahora sí, hagamos el recorrido cronológicamente, como dicen en los cuentos: “empecemos por el principio” ¿Por qué Matilda? Por Matilda Jocelyn Gage, una sufragista y abolicionista estadounidense que militaba por la libertad y la igualdad. Hizo muchas cosas bien en su vida y si no la conocen basta googlearla, pero hoy nos enfocamos en una en particular: en la publicación del ensayo “Woman as inventor” o, dicho en criolloMujeres como inventoras» que hizo en 1883.

En este trabajo, Matilda repasa los inventos que las mujeres habían aportado a la historia, y lo deja muy en claro: “Las mujeres con frecuencia portan los gérmenes de las patentes en su cabeza y hacen que se construya alguna máquina ruda que sirve a su propósito”. Y encuentra ejemplos en todas las áreas y en todos los tiempos. Su artículo es revolucionario incluso hoy, porque pone sobre la mesa que la capacidad de inventar cosas está directamente relacionada con la libertad de las personas que constituyen una nación (señora, sepa que la admiro). Pero ella no le puso nombre al fenómeno, sólo lo contó. Aún queda bastante historia para narrar.

Si no pudiste leer el artículo original y te fuiste a googlearlo te vas a encontrar con que el primer resultado es el de Wikipedia (porque es el sitio más consultado del mundo, no es que yo tenga poderes y adivine tus búsquedas). El asunto es que ahí te vas a encontrar con que el EM “es el corolario del Efecto Mateo, acuñado por Robert Merton”. Algo así como “el Efecto Mateo pero con las gafas violetas de la perspectiva de género”. Y ya sabiendo lo que significa Efecto Matilda me pregunto ¿será así? ¿Será que “el Matilda” viene después de “el Mateo”? Agárrense a la silla porque lo que viene es casi como la serie Dark, donde no sabíamos cuál era el pasado y cuál el futuro.

Resulta que, en 1968, Robert Merton publicó en la revista Science el artículo “The Matthew Effect”, en el que planteó que ciertos procesos psicosociales afectan la asignación de reconocimientos a los científicos por sus contribuciones. Esto es algo así como pensar que aquellos especialistas que ya cuentan con determinado estatus, reciben más recursos, que se traducen en más posibilidades de llevar a cabo investigaciones, que les permiten hacer  más aportes por lo tanto tener más prestigio. El nombre de Mateo viene de una parábola bíblica donde se recrea el concepto de “el dinero llama al dinero”, que sería más o menos lo que sucede aquí, pero en versión ciencia: “el prestigio llama a más prestigio”.

Esta sociología de la comunidad científica planteada por Merton, o eso creemos, implica que quienes reciben esos reconocimientos son por lo general quienes conducen los grupos de investigación, aunque no sean necesariamente los autores intelectuales de estos hallazgos. De ahí que se compare con Matilda… El descubrimiento o aporte puede ser llevado a cabo por una persona que está aún en formación, pero se le pone el nombre del jefe. Y acá la cuestión se pone autorreferencial. Porque este análisis profundo de la comunidad científica que lleva a Merton como único autor del trabajo no se le ocurrió a él.

A esta altura ya te debés de estar agarrando la cabeza, pero es peor de lo que pensás. Merton tomó esta conclusión de los trabajos de Harriet Zuckerman, su becaria. Harriet había entrevistado a varios científicos ganadores del Premio Nobel y partir de ese material  llegó a esta conclusión en el contexto de su tesis doctoral. Si bien Merton la nombra en el artículo, él es el único autor del trabajo y quien se lleva los laureles por la definición. Es decir que le hizo un Efecto Mateo a quien describió el Efecto Mateo. Esto parece una broma de mal gusto, pero no lo es.

Y llegamos a 1993, con Margaret W. Rossiter, profesora retirada de la Universidad Cornell y especialista en historias de mujeres dentro de la ciencia que no han sido reconocidas. Es ella quien define el “Efecto Matilda”, con todo lo que ya sabemos. Lo interesante es que en este nuevo abordaje no sólo estaba aplicando la perspectiva de género, que ya existía 80 años antes gracias a Gage, sino que además estaba dándole un nuevo enfoque. Salía el nombre bíblico y masculino y entraba un nombre femenino y revolucionario. Porque el Mateo de la biblia puede ser muy interesante (recomiendo leer la parábola que rompe con la meritocracia), pero no tenemos registro de su verdadera existencia, en cambio Matilda Jocelyn Gage existió y luchó por un mundo más justo. No sé qué piensen ustedes, pero a mí me parece que fue todo ganancia.

Hoy podemos encontrar la campaña #nomorematildas en muchos portales, no sólo haciendo referencia a descubrimientos científicos. Las mujeres hemos sido borradas de la historia o reemplazadas en el arte, la ciencia y política, pero lo estamos cambiando. Un gran primer paso es reconocer a Matilda Jocelyn Gage, Harriet Zuckerman y Margaret Rossiter por este gran término para definir lo que todo el mundo sabía que pasaba pero nadie denunciaba.

Porque como dijo la mismísima Matilda:  “Se ve frenada la civilización por todas las formas de pensamiento, costumbres de la sociedad o sistemas de derecho si impiden el pleno desarrollo y ejercicio de la capacidad inventiva de la mujer”. Y ahora que podemos ponerle nombre a las Matildas borradas de la historia queremos empezar reescribirla y enderezar, aunque sea un poco, este Reino del Revés.

Daniela Garanzini
CCT CONICET Mar del Plata | Ver más publicaciones del autor

Dani Garanzini es marplatense por adopción. Estudió Biología y trabajó en ciencia de laboratorio durante más de 10 años. El teatro, la docencia y la comunicación empezaron a ganar terreno en su vida cuando promediaba el doctorado en Ciencias Biológicas. Ese mismo camino le enseño que la ciencia no sirve si no se comparte y, así, se sumergió en el mundo de comunicar la ciencia a tiempo completo. Tarea que hoy realiza en diferentes formatos y plataformas, con tantas ganas como errores, pero con la convicción de que la comunicación de la ciencia es un puente inevitable e imprescindible.

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