La estrella de Matías

Ilustración: Jeremías Di Pietro.


A Matías le costó muchos meses superar la angustia que le provocó la muerte de su abuelo. Eran muy unidos. Cada miércoles, Matías se quedaba a dormir en su casa porque sus papás trabajaban y, entonces, su abuelo improvisaba, al caer la noche, unos cuentos de astronomía que enloquecían al pibe, fanático de las estrellas. Animales, personas, criaturas y sucesos tan, pero tan legendarios que dieron nombre a los astros, cobraban vida cada semana, en la voz de Alejo y en la imaginación del nene.    

Matías, a pesar de tener tan solo nueve años, sabía con certeza que la muerte era un episodio inevitable. Pero el fallecimiento de su abuelo le disparaba una preocupación. Durante las clases de catequesis que afrontaba con desgano en la escuela católica de doble turno, la maestra Laura le resaltó con muchísimo ímpetu que la muerte no era un final, sino un nuevo comienzo. Era una transición. A Matías le gustaba entenderlo como una mudanza. Su abuelo se mudaba al cielo. Pero se sentía confundido.

M: Papá, ¿a dónde exactamente va a ir a vivir el abuelo? El cielo es grande.

P: Bueno, yo creo, hijo, que el abuelo vivirá en una estrellita.

M: No están dadas las condiciones para vivir en una estrella.

P: ¿Qué?

M: Qué sería imposible vivir en una estrella porque están a años luz de distancia de la tierra. No llegaría nadie nunca.

P: Para Dios, nada es imposible.

M: No estoy preguntando por Dios, papá. Estoy preguntando por el abuelo, que era lento. Tardaba una hora en llegar a casa, y vivía a seis cuadras.

P: Este viaje es diferente, Mati.

M: Están a años luz, papá. Están tan lejos que algunas de las estrellas que vemos en el cielo ya murieron. Y que la gente muerta vaya a vivir a un lugar que ya murió. Es raro, ¿no?

P: Entiendo que te parezca raro, pero…

M: ¿En cuál estrella va a vivir? Decime, en cuál.

P: No sé, Matías. En una.

M: Son millones. ¿No te preocupa a dónde va a ir a vivir? Tardaste un montón en elegirle una clínica cuando estuvo enfermo porque no te conformaba ninguna y ahora me contestas así nomás, “una estrella” ¿Podrías ser más preciso? ¿Cuál estrella?

P: ¿La Cruz del Sur? A él le gustaba la Cruz del Sur. Cuando yo tenía tu edad, tu abuelo siempre me hablaba de la Cruz del Sur.

M: ¿Me estás respondiendo o me estás preguntando? Además, si mi abuelo te hablaba sobre La Cruz del Sur, deberías haberle prestado más atención porque no es exactamente una estrella.

P: Ah, ¿no?

M: Es mucho más que eso. Es una constelación. Un grupo de estrellas que en el cielo toman forma de alguna cosa. De cruz, de dios griego, de animal. Pero lo importante es que la Cruz del Sur son un montón de estrellas y yo quiero saber dónde está el abuelo.

P: Aaacruxxx, ¡debe estar en Acrux! – El nombre de la estrella más brillante de la constelación brotó finalmente como un grito desesperado. Era un recuerdo en principio difuso, pero, a medida que la presión de Matías se tornó hostil, apareció como coartada perfecta para ponerle fin a una discusión que, como las estrellas en el firmamento, se presentaba infinita.

M: Está bien -dijo Matías abandonando el tono desconfiado- Tiene sentido. Lo que me preocupa realmente es que Acrux son en realidad, no una, sino dos estrellas azules y calientes. Una brilla 25 mil veces más que el Sol y la otra, 16 mil veces más ¿Sabés todo el calor que es eso? – dijo, sacudiendo nerviosamente sus manitos.

P: Pero hijo, al cielo van las almas y no los cuerpos, así que si es por eso no te preocupes- arrojó el padre con aire victorioso y con la convicción de haber concluido la discusión.

M: ¿El alma? ¿El alma? ¿Qué carajo es el alma? – preguntó el niño exaltado.

P: Calmate, hijo. Es nuestra sustancia. Lo que somos realmente. Algo que todos tenemos dentro pero que no puede verse. Invisible pero importante.

M: ¿Cómo un gas?

P: Claro, como un gas. No puede verse.

M: ¡Sos tonto, papá! ¡Es muy peligroso! – gritó alarmado.

P: ¡Matías! Ojito ¿eh? No te voy a permitir que me faltes…

M: ¿Sos consciente de las consecuencias que puede tener exponer un gas compuesto por vaya a saber qué, a una temperatura muchísimo más elevada que la que provoca el Sol que alumbra la Tierra y le da vida? ¿Sos consciente? No, ¡qué vas a ser consciente! No tenés idea. Es el fin del mundo, papá. El fin del mundo- sentenció Matías, visiblemente alterado.

P:  Dame un abrazo hijo.

Y lloraron desconsoladamente.

Dedicado a Amanda y a Pablo Esteban

Alejandro Cannizzaro
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Alejandro Cannizzaro escribe. Escribe todo lo que puede. Escribe desde que puede. Trabaja de periodista científico en el Centro Científico Tecnológico CONICET-CENPAT, en Puerto Madryn. Ciudad en la que vive desde 2014. Las ballenas no le gustan tanto. Escribe. Es autor de algunos cuentos y una obra de teatro que anda girando por ahí. Tiene 44 años y una hija que se llama Amanda.

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