¿De qué color tiene los ojos la muerte?

Ilustración: Jeremías Di Pietro

La muerte, el deceso, la defunción, el fallecimiento, el óbito, la expiración o cualquiera de sus sinónimos se explican a sí mismos. No es necesario recurrir a una enciclopedia porque todxs quienes tenemos edad y capacidad para leerla sabemos lo que la muerte significa y, sin embargo, simulando algún tipo de psicoanálisis de café, en alguna de las frases que utilizamos, problematizamos ese significado de forma inconsciente.

Decimos “descanse en paz”, a sabiendas científicas que los descansos son temporales y el deceso, permanente. Y la paz… bueno, el proceso de descomposición al que se enfrenta el cadáver, con millones de organismos dispuestos a devorarlo, a priori, no parece tan pacífico. Tal vez, racionalizar la muerte es una idea arriesgada. Ni puedo imaginarme la reacción de unx cardiólogx cada vez que escucha: “pero seguirá vivx en nuestros corazones”.  Es que, por paradójico que parezca, el deceso afecta más a las personas que aun respiran que a quienes han dejado de hacerlo. Porque, en definitiva, quienes aún estamos acá somos los que tenemos que sobrellevarlo con los ojos bien abiertos, y es por eso que no hay experiencia más mundana que la muerte.

Soy ateo y me cuesta pensar como posible lo místico y el más allá, lo paranormal y las energías zodiacales. Yo nací el 12 del 7 del 77 y mi padre murió el 7 del 7 del 2007. Mi compañera, que cree en la numerología, me dijo que yo soy un 7 y yo, que no creo en la numerología, me tatué un 7 en el brazo. ¿Por qué? Porque fue el recurso emocionalmente rudimentario qué encontré para sentirme conectado a mi padre, todos los días de mi vida.

Quienes eligen responder la pregunta más simple y compleja a la vez “¿Qué es la muerte?”, de una forma no científica, tienen ahí un abanico de posibilidades que va desde el cielo hasta el infierno, pasando por la posibilidad de reencarnar y/o de gravitar fantasmalmente, entre tantas otras. Tal vez la racionalidad científica no nos permita tanto margen. Sin embargo, salimos a preguntar. Es que, todxs, desde la investigadora más pragmática hasta el astrólogo más desfachatado, hemos llorado por el fallecimiento de algún ser querido. La muerte, por ser inevitable e irreversible, es el mayor de los spoilers. Sabemos desde el comienzo, el final de la película.

Entonces, sin tantos peros ¿Qué es la muerte?

Ezequiel Vera es paleontólogo y trabaja en un Museo y, para él, la muerte es una ventana a la vida. Es que se dedica a la Paleobotánica, una rama de la Paleontología que estudia las plantas que vivieron hace miles y millones de años en nuestro planeta. “Fallecer para la paleontología puede pensarse en al menos dos formas clave. Por un lado, está íntimamente ligada al proceso evolutivo. La Selección Natural -el proceso que Charles Darwin planteó como mecanismo para la evolución biológica, y que postula la supervivencia diferencial de los organismos-, grafica claramente cuán relacionada está la muerte con el origen de toda la diversidad que existe y existió alguna vez en nuestro planeta. Por otro lado, es, en esencia, el objeto de estudio de la paleontología. Los fósiles corpóreos (es decir, huesos, conchillas, troncos y demás restos de los otrora seres vivos que se preservaron luego de perecer) nos permiten entender y recrear los ecosistemas del pasado, llenos de vida”, dice.

Ezequiel, aquí muestra otra de las grandes paradojas de la muerte: no se va sin dejar huella. Se lleva una cosa, pero deja otra.  A veces es un fósil y otras, recuerdos. Así, nuestrx cardiólogx, nuevamente no puede creer que la frase que nos viene a la cabeza en este momento sea “lxs muertxs viven en nuestros corazones”.

Pablo Esteban es periodista científico- entre un millón de cosas más- y autor del Libro de la Muerte, editado por el Gato Y la Caja. Es comunicador y busca la palabra correcta. Busca definirla y lo hace desde hace años. Muchos años. “Cuando era niño, la muerte era la oscuridad, era taparme con la sábana por arriba de la cabeza, era estar pendiente si alguien entraba por la puerta, era sentir que al otro día podía no estar vivo, era tocarme la cara y sentir que había sobrevivido para el desayuno”, nos dice. Es que esa posibilidad real de morir, esa chance es nuestro Freddy Krugger personal; uno que arrastramos a cada paso que damos y él se deja llevar. En general, va a paso lento. Se sabe, inevitablemente vencedor. Y cuando gana se termina la película. 

En catequesis, de niño, me dijeron que la muerte no era un final sino un comienzo. Por aquellos tiempos había fallecido mi abuelo y ahí, a mis nueve años, acuñé la idea que fallecer era una mudanza. El abuelo dejaba la tierra y se iba a vivir al cielo. Ahora, no pienso eso. Ezequiel tampoco: “Como ateo, no pienso la muerte como un pasaje a otra cosa, sino como el final de un recorrido. La bandera a cuadros de una carrera en la que participamos de pura casualidad, y que no queremos ganar, sino tratar de llegar lo más tarde posible. Una carrera en la que es importante lo que hicimos (y no hicimos) a lo largo del trayecto. Es algo que sabemos que va a pasar, pero que no tenemos manera de prepararnos para lo que viene. Ni nosotrxs mismxs, ni (sobre todo) los afectos que aún siguen corriendo”.

Fallecer es una posibilidad desde que nacemos. Pero nos ponemos a caminar y a medida que avanzamos y recorremos caminos, la línea de llegada o de partida, -elijamos cada cual la metáfora que más nos plazca-, se encuentra cada vez más cerca.

Mariana Mansinho es Psicóloga y docente de la materia “Psicología de la Tercera Edad y Vejez”, en la UBA. Para ella, hablar de la muerte con personas mayores es algo sumamente interesante, “quizás por la manera en que hablan de ella, pero también porque culturalmente nadie quiere hablar de eso, aunque exista la necesidad de hacerlo. Darle lugar y permitir el intercambio de ideas puede ser sumamente terapéutico. Me pasó en un taller de reflexión que coordinaba. Una señora me dijo: ‘yo quiero hablar de esto, decirles a mis sobrinos qué hacer con mis cosas, a quién dejarle qué, pero ellos me dicen ‘ay, no hables de eso, te falta, no la llames (a la muerte)’, pero yo necesito dejar las cosas claras y preparadas. Qué bueno tener un espacio para hablar de algo de lo que pocos o nadie quiere hacerlo’”, recuerda.

Tal vez para algunas personas, nombrarla, es invocarla. No es así para Mariana. “A mí, hablar de la muerte me gusta. Hablar de la posibilidad de morir también ayuda a tomar decisiones, a planificar algo de ese ya no estar. Quizás se trate del punto justo. No podemos negarla ni escaparnos de ella. Es parte de la vida. Pero, como me dijo un residente de una institución en la que trabajo: ‘hablar y pensar en la muerte sí, pero tampoco tanto que me impida vivir’”, aclara.

Pablo ya no es un niño, no se tapa, cuando cae la noche, la cabeza con la sábana. Ahora analiza la muerte desde dos puntos de vista. “Desde la biología, es el final de la vida. Es una etapa tan fundamental como el nacimiento. Es cuando nuestro corazón deja de latir, cuando nuestras funciones se apagan; y, desde una mirada más antropológica, es un suceso cultural. Un hecho que es resignificado por todos los que quedan vivos. Es un hecho que tiene trascendencia en este plano. Hice un libro sobre la muerte para tratar de acercarme a ella, de desmitificarla, de entenderla un poco más”. Y es aquí, donde se dispara otra paradoja ¿Podemos ser amigos de la muerte? ¿Entenderla simplemente como un proceso biológico y evitar escondernos en un freezer a lo Walt Disney para intentar esquivar lo inesquivable? ¿Dejar de hacer capricho y maldecirla cuando se lleva a un ser amado? ¿Podemos ser amigos? Yo creo que no.

“Hay algo que me molesta de la muerte: su dimensión incontrolable; me molesta pensar en lo que me voy a perder de conocer, de saber y vivir. Si me dieran la posibilidad de continuar un poco más mi existencia, de ser una cyborg, por ejemplo, lo analizaría de buen grado. Me seduce la posibilidad de seguir viviendo, aunque no de ser inmortal. Me gustaría poder elegir cuándo partir”, piensa Mariana.

El más allá es acá no más

A veces el rastro que deja la muerte cuando se lleva a alguien, lo borra el tiempo ¿Se acuerdan ustedes de qué color tenía los ojos aquella persona que ya se fue?  La muerte es una cuestión de tiempo

 “Para mí, es sinónimo de límite, de término. La pienso en dos niveles: uno físico y otro simbólico. Creo que la muerte más cruda y ‘real’ es cuando nada de vos queda en el mundo, cuando ya nadie te recuerda. Y acá entra a jugar la dimensión colectiva. Para trascender, necesitamos de otros, porque si no, no hay quien nos guarde en su memoria. Sin embargo, no creo que podamos elegir totalmente de qué manera ser recordados, resonamos diferente en cada persona. Hace unos años atrás, trabajamos un texto en la materia en la que doy clases en la Facultad que hablaba de lxs herederxs sociales. Es un concepto que me encantó porque va más allá de los lazos de sangre que se puedan establecer. En mi caso, que no deseo tener hijos, hay algo de la trascendencia que se juega simbólicamente en todo lo que emprendo. Ojalá que falte mucho tiempo para morir, pero una nunca sabe. Cada momento reviste un valor diferente si hablamos de finitud. Quizás ese sea un lado positivo. Saber que las cosas tienen un fin, de alguna manera te hace valorar distinto, te ayuda a elegir diferente”, cuenta Mariana.

¿Cuántos son lxs científicxas que estudian la muerte? Pero ojo, no la muerte de manera indirecta, no esa que hace causa común con una línea de investigación o área de estudio debido a que los organismos analizados, ya crepitaron. No, esa no. La muerte, muerte. Lo que pasa cuando la persona fallece. Levanten la mano. Son pocxos, muy pocxos. Lxs que hablan con fantasmas no estudiaron ciencias. Aquí no hay experimentación; no hay experiencia empírica ¿O sí? ¿Acaso, algúnx investigadorx fue y volvió? ¿Algúnx investigadorx se fue de campaña hacia esos valles y regresó con anotaciones en la libreta? Si alguien de ustedes miró a la muerte a la cara ¿puede decirme de qué color tiene los ojos?

Alejandro Cannizzaro
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Alejandro Cannizzaro escribe. Escribe todo lo que puede. Escribe desde que puede. Trabaja de periodista científico en el Centro Científico Tecnológico CONICET-CENPAT, en Puerto Madryn. Ciudad en la que vive desde 2014. Las ballenas no le gustan tanto. Escribe. Es autor de algunos cuentos y una obra de teatro que anda girando por ahí. Tiene 44 años y una hija que se llama Amanda.

Un comentario en «¿De qué color tiene los ojos la muerte?»

  1. Soy científica y considero que el método científico es más versátil de lo que lo que fue derivando en la ciencia natural actual… Es bien posible hacer ciencia «espiritual» ..y hay mucha evidencia de ello en la historia… Espiritas, sufies, budistas, indues, antroposofos, pueblos originarios,etc… Cómo para «saber» que hay detrás/después de la muerte. Creo que así como la paleontologia es un «ciencia» que recrea la historia de la muerte y evolución biológica de la tierra…. también se puede y se hace ciencia de lo espiritual.
    Es muy buena la nota para traer interrogantes, revisar y entender la cultura que hay sobre la muerte y porqué tan poco se encaran investigaciones en la ciencia natural….
    Hace poco ví un texto sobre el sexo…y es similar a lo que ocurre con la muerte …que poco se encara a nivel científico por ser otro de los «tabúes culturales» ..de eso no se habla…menos se puede estudiar 😉

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