Hebe Vessuri se formó en Oxford, pero se reconoce como una científica latinoamericana. Argentina naturalizada venezolana, con largas estancias en Canadá, México y Brasil, Vessuri es una referente fundadora del campo de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología en América Latina.
“Me identifico con la idea de ser latinoamericana porque es lo que me toca más a fondo y por eso hace mucho tiempo que decidí volver y quedarme en América Latina como destino final de mi camino”, dice a SciDev.Net desde su casa en Buenos Aires, Argentina.
Se formó como antropóloga cuando “la antropología todavía era un resabio del mundo colonial”, cuenta. Tenía 20 años y era al principio de la década del 60. Por entonces, las áreas de estudio a elegir en el Instituto de Antropología Social de Oxford eran África oriental u occidental o India, pero ella, tenaz, decidió mirar a los suyos.
“Mi mamá era de Santiago del Estero y yo, que me identificaba muchísimo con mi padre, italiano, decidí tratar de entender a mi madre y su mundo”. Su tesis de doctorado versó sobre la relación del campesinado sin tierra con los grupos terratenientes en la zona de riego del Río Dulce, en Santiago del Estero, Argentina, bajo la supervisión de David Maybury-Lewis y Raymond Carr.
Su presencia ha sido clave para la creación de programas de formación en estudios de la ciencia y la tecnología en diversos países de América Latina. Actualmente es investigadora emérita del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas y del Sistema Nacional de Investigadores de México. Además, está asociada como investigadora principal al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en Argentina.
Vessuri ha dedicado mucho tiempo a comprender los procesos de institucionalización de la ciencia y el trabajo que realizan las y los científicos en la región. En la búsqueda de respuestas se ha preguntado, por ejemplo, si la curiosidad en el ámbito científico está ligada a resolver problemas de injusticia social. Y afirma categórica: “tenemos más ciencia de la que creemos para resolver problemas”.
Fuiste de las primeras mujeres en formar parte de un campo de pensamiento nuevo en América Latina. ¿Cómo se da tu regreso a Argentina y cuáles son esos primeros pasos que te vinculan con la vida académica en la región?
Mientras hacía mi doctorado en antropología social trabajaba en Canadá y en los meses del verano hacía mi trabajo de campo en Argentina. Hacia el final tuvimos una reunión de trabajo en Santiago del Estero con investigadores establecidos en la región, y ahí conocí al amor de mi vida. Nos conocimos, fue un flechazo y yo decidí volver a Argentina, tan simple como eso.
De regreso en Argentina trabajé en la Universidad Nacional de Tucumán y ahí me ofrecieron el cargo de directora del Centro de Investigaciones Sociales de la Universidad. Fueron unos años realmente hermosísimos donde se combinaron una historia de amor muy linda, el trabajo muy intenso en la universidad y en el campo, y la culminación de mi tesis de doctorado.
En diciembre de 1974 una de las acciones represivas tempranas después de la muerte de Perón fue contra un programa de organización social del trabajo del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) -donde trabajaba mi esposo- en Tucumán. A mi marido lo tomaron preso, junto a otros compañeros también investigadores y técnicos del INTA, los pusieron a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, y los trasladaron por varias cárceles en distintas provincias. Yo levanté nuestra casa, renuncié a la universidad y empecé a trabajar en otras cosas, como traducciones, hasta que decidí que teníamos que irnos, pues aquello era insoportable. No me gustaba vivir de esa manera y conseguí que le dieran a mi esposo la opción constitucional de viajar a un país que no fuera limítrofe con Argentina, y así es como nos fuimos a Venezuela.
¿Qué pasa cuando llegas a Venezuela?
Me ofrecen ingresar al Centro de Estudios del Desarrollo (Cendes), que era un centro muy interesante de investigación social porque se enfocaba en estudios del desarrollo, tema que me interesaba muchísimo. El área en la cual me invitaron a participar era la de política y planificación de la ciencia y la tecnología. Ahí había ingenieros y economistas, fundamentalmente ingenieros, muy preocupados por temas de innovación y desarrollo tecnológico.
Me propusieron armar un posgrado de Política y Planificación de la Ciencia y la Tecnología y me puse a estudiar ahí mismo. Se me abrió todo un panorama, y junto con las lecturas que estaba haciendo empecé a descubrir el potencial de esos temas que yo intuía años antes cuando había pensado en trabajar sobre la tecnología de la industria azucarera. Ahora la cuestión se ampliaba y podía verla desde la perspectiva del desarrollo, pero enfocándome en los temas de ciencia y tecnología.
Así fue como empecé a armar ese programa con los ingenieros y percibí que la temática del desarrollo se tomaba un poco unilateralmente, como transferencia de tecnología. A mí me interesaban otros problemas más allá de la dimensión económica del tema. Quería entender qué pasaba con los actores sociales, cómo vivían el hecho tecnológico y qué otras dimensiones socioculturales e históricas había del problema.
¿Por qué te interesaba este enfoque?
Sentía que al menos un área dentro del campo de estudio de la innovación tenía que ser sobre las dimensiones sociales del cambio técnico y del cambio en la ciencia, para entender cómo funciona la cultura científica, en particular en una región con tanta heterogeneidad interna como América Latina.
Empecé estudiando el proceso de institucionalización de la actividad científica en Venezuela, luego me concentré en disciplinas particulares, la evolución de la educación superior como un locus crucial para la formación de capacidades científicas y técnicas en nuestras sociedades, la escasa o nula visibilidad de los científicos latinoamericanos y su subordinación a agendas internacionales para la definición de prioridades de investigación, las culturas de la ciencia. Se abría un mundo nuevo de temas de interés y teníamos total libertad para explorarlos.
Los estudios sociales de la ciencia y la tecnología han buscado entender los dilemas que enfrentan los y las científicas en América Latina. ¿Cuál es el panorama actual que enfrenta este sector?
Creo que hay frustración en las filas de la población general de investigadores. Algunos están contentos, porque satisfacen su curiosidad y eso les basta. Hay muchos investigadores, que se sienten miembros de su país, de su región, humanos que se sienten moralmente comprometidos con otros humanos que sufren u otras especies vivas que están amenazadas en este mundo que ha resultado del desarrollo industrial en el cual la ciencia y la tecnología han estado tan involucradas.
Son muchos quienes quisieran hacer las cosas de una manera un poco distinta, para cambiar las condiciones de vida en el planeta. En la segunda mitad del siglo XX varios países de nuestra región crearon programas de carrera para que el investigador científico no tuviera distracciones desde lo económico y social, y contribuyera así a acelerar la producción de resultados que llevaran al desarrollo de esos países. Eso, que respondió a buenas intenciones iniciales, hoy en día se ha burocratizado, y no son las mejores herramientas para estimular la creatividad como se esperaba, postergan constantemente el sentido de responsabilidad social ahogando el compromiso de la ciencia y los científicos financiados con fondos públicos con la sociedad.
La ciencia misma ha venido cambiando su forma de organizarse en el mundo, de modo que estoy convencida de que se viene una transformación también de la estructura de monitoreo de la investigación científica por los organismos nacionales de ciencia y tecnología, para hacerla más eficiente, eficaz y justa.
El campo científico ha sido fuertemente cuestionado por los estudios de género, ¿cómo es posible construir una ciencia cada vez más igualitaria?
El género no sólo da forma a la ubicación, rango y recompensas en la ciencia; también le da forma a su significado, o como se dice hoy, se co-produce junto con la ciencia, incidiendo en la manera como se enmarcan las preguntas, se interpretan los datos y se crea el conocimiento y las aplicaciones.
A pesar de los grandes avances de las mujeres en la ciencia en los últimos cincuenta años, persiste un techo cultural basado en la construcción social del género, que les impide contribuir más eficazmente en la creación de nuevos conocimientos y en la toma de decisiones científicas y técnicas; dicho techo debe ser superado para aumentar el potencial de la sociedad humana.
Las dimensiones del género en ciencia están siendo reconstruidas, y se profundiza la política científica para las mujeres buscando trascender los roles y prácticas científicas masculinos y femeninos. Los esquemas de crecimiento de las comunidades científicas y tecnológicas en Latinoamérica han conservado históricamente un control elitista, excluyente, guiado por patrones de consumo material y cultural imitativos, que desperdician elementos masculinos y femeninos por igual dificultando la superación de la condición de subdesarrollo. No se debe bajar la guardia.
Nota publicada originalmente en SciDev.Net, por Daniela López. Se puede acceder a la publicación original en este link.
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