Cada 4 años se repite el ritual y ahí no más todo el mundo sabe de lanzamiento de martillo, waterpolo y nado sincronizado; marcas, tiempos; vida y obra de quienes compiten y algún que otro conflicto. A mí, el deporte me cuesta un poco, quizás porque nunca lo practiqué en ninguna de sus formas, pero, igual, no me quedo afuera. Porque si hay personas compitiendo, hay categorías y entonces hubo criterios para establecerlas y eso sí que me interesa. Te propongo que abramos el juego a pensar de qué hablamos cuando hablamos de sexos biológicos y diferencias competitivas.
No importa el país, el idioma, la cultura: si alguna vez viste una competencia deportiva lo primero que salta es la división que nos parece natural: “las nenas con las nenas y los nenes con los nenes”. Sin embargo, estas categorías no son tan fáciles de delimitar como parece y, si bien en los Juegos Olímpicos de este año por fin se alcanzó la misma proporción de género, se profundizaron otros dilemas entre lo femenino y lo masculino y el lugar que ocupan las personas trans. Porque estas categorías fueron establecidas a partir de criterios previos que nos dicen quién pertenece y quién no.
Por ejemplo, la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF) fue imponiendo diferentes pruebas de verificación del sexo en las últimas décadas, que van desde desnudar atletas frente a expertos (sí, es con O, porque hablamos exclusivamente de hombres, no se me olvidó el inclusivo, no te vayas a creer), hasta evaluar los cromosomas sexuales hasta el extremo de realizar análisis para detectar la presencia del gen SRY (que sólo se encuentra presente en el cromosoma “masculino” el Y) para confirmar que los competidores eran efectivamente hombres y que en caso de no tenerlo eran mujeres.
Pero antes de sumergirme cual clavadista en el tema, me parece que es necesario hacer un repaso sobre aquello que denominamos sexo biológico, que se plantea muchas veces como algo binario y absoluto, como si sólo el género fuese construcción y acá estuviera todo dicho por el cuerpo. Sin entrar en la forma en la que se concibió a lo largo de la historia -que no fue siempre igual a como lo pensamos ahora-, hay que tener en cuenta que el sexo biológico viene dado por varios aspectos: cromosomas, genes, órganos sexuales internos y externos, niveles hormonales y caracteres sexuales secundarios. Y se suelen presentar como dos únicas opciones: el masculino con testículos, testosterona y cromosomas XY y el femenino con vulva, útero y ovarios, estrógeno y cromosomas XX. Si a esta altura se te hizo un matete, recomiendo el artículo Más allá de XX y XY, donde Amanda Montañez explica de manera gráfica la complejidad del sexo biológico.
Todo lo que se sale de esa norma es patologizado, pero por suerte hoy sabemos que la biología es diversa y -digo yo- que como hablamos de gente estaría bueno dejar de etiquetarla con un diagnóstico médico. Porque no todas las personas entran en ese código binario. Sólo para mencionar un ejemplo, se estima que la intersexualidad está presente en un 4 por ciento de la población mundial, o sea que, haciendo números rápidos podríamos estar hablando de 312 millones de personas (un numerito), que representan un abanico de combinaciones dentro de las posibilidades biológicas del sexo, como lo describió la bióloga y filósofa Anne Fausto Stearling.
Digamos, si durante mucho tiempo las mujeres fuimos consideradas poco aptas para estudiar, para hacer deporte o para votar (por dar ejemplos grandes, nos prohibieron muchas más cosas) y pudimos revisar y revertir eso, capaz podemos repensar también el deporte, sus categorías y cuánto tiene base en la “naturaleza”. Sin demorarme mucho, quiero entrar en tres tópicos biológicos para los que -SPOILER- no tengo respuesta, pero capaz, si pensamos en conjunto y los ponemos “en juego”, se nos ocurren nuevas ideas. Vayamos con el medallero de biologicismos.
Medalla de bronce: Menos testosterona para todas
En 2018, la IAAF estableció que para participar en la categoría femenina no alcanzaba con ver que externamente eran mujeres y puso la lupa en los niveles de testosterona. Así es que para poder competir como una mujer, entre otras mujeres, desde entonces hay que tener niveles de esa hormona por debajo de los 5 nanomoles por litro (5Nmol/Lt) durante los seis meses previos a la competencia. Para que se den una idea de qué significa esta cifra en el cuerpo humano, en el 95 % de la población, la “testo” en sangre oscila entre los 0,7 a 2,8 nanomoles por litro en mujeres y los 6,9 a 34,7 en el caso de los hombres. El tema es que hay un 5% de la población que tiene concentraciones por fuera de ese rango. Si bien algún estadista puede hablar de outliers o valores extremos, lo cierto es que esos “números” tienen nombre, una carrera profesional y, para clasificar, deberían consumir fármacos que modifiquen su dosaje hormonal natural.
Caster Semenya, una atleta que nació en Sudáfrica, ganó la medalla de oro durante el Campeonato Mundial de Atletismo celebrado en Berlín en 2009, tras recorrer los 800 metros en 1 minuto, 55 segundos y 45 centésimas, con una ventaja de más de dos segundos. Lo que debía ser una celebración para Caster, fue el comienzo de un camino tortuoso, porque, para la IAAF, esa mejoría en la marca y una entrada de dudoso origen en un blog eran una pista certera de que era hermafrodita y estaba obteniendo ventaja de su condición biológica (sí, de un blog… muy serio, gente de la IAAF, yo tengo un dato de fotolog si quieren).
Después de un largo derrotero en el que se pesquisó el cuerpo de la sudafricana de arriba a abajo, la IAAF llegó a la conclusión de que sus órganos sexuales eran femeninos y podía competir en la categoría. Pero este criterio no duró mucho y, con el establecimiento de los niveles hormonales que impusieron en 2018, volvió a quedar fuera de las competencia organizadas por la IAAF .
En los últimos Juegos Olímpicos sucedió algo parecido: por decisión de World Athletics (WA), Christine Mboma y Beatrice Masilingi, dos corredoras de Namibia, no pudieron competir en los 400 metros, y Caster Semenya, Francine Niyonsaba y Margaret Wambui quedaron afuera de la competencia de los 800 metros femeninos. Todas ellas tienen más “testo” de lo estipulado -recuerden, 5 nanomoles/litro– y como ninguna accedió a medicarse para bajarlos tuvieron que decirle adiós a Tokio antes de empezar. ¿Por qué ese nivel como máximo? Porque supone que otorga ventaja en la competencia, pero ¿y si ese grupo demográfico tiene valores altos de testo? ¿sería correcto “normalizarlo”? ¿O acaso estamos ante otro caso de etnocentrismo? ¡Ah! porque no te dije capaz, pero todas ellas son mujeres negras; o sea, no son sólo oprimidas por mujeres, además se tienen que bancar el racismo.
Pero si mucha hormona “masculina” es sinónimo de ventaja competitiva, no se explica por qué este criterio no se aplica también a los hombres que compiten. Ninguno queda excluido de la categoría por tener valores mayores o menores al promedio (cla! entre señores no se van a andar midiendo y comparando la hormona, imaginate, quescandalo). Pero además, y como para darle color al guiso, existen estudios contradictorios sobre el efecto testosterona sobre el rendimiento físico en este tipo pruebas, no hay una correlación directa Testo=velocidad, pero claro, para categoría femenina las leyes (¿naturales?) son diferentes.
Es más… alguna oponente a Caster llegó a decir que no competiría con ella porque era “casi un hombre” -cálmese señora que las mujeres africanas también son mujeres-. Pero volvamos al tema dosaje, a ver si entiendo bien: a estas competidoras se les pide modificar sus valores naturales de testosterona por si ésta pudiera otorgarle alguna ventaja competitiva, pero nadie le pidió a Michael Phelps que dejara de competir porque el largo de sus brazos lo hacía más rápido que sus contrincantes. ¿Es que acaso a la cuestión de género hay que sumarle racismo? Ojalá que no y sólo sea que yo soy una malpensada; sí, seguro que soy yo…
Medalla de plata: la fuerza natural
Y como hablamos de hormonas, fuerza muscular y ventaja competitiva, no puedo más que entrar por el aro y abordar este tema (si, perdón, no puedo parar con las metáforas deportivas). La cuenta es simple: mucha testosterona = mucha fuerza = ventaja= MEDALLAS A GRANEL. Entonces una mujer muuuy fuerte es masculina, porque si algo nos enseñaron en la escuela, los cuentos, pelis de Disney y todas las telenovelas habidas y por haber, las damiselas somos desvalidas. Pero ¿es así? ¿Somos las mujeres más frágiles por naturaleza?
Ya desde hace varios años algunas especialistas en fisiología y anatomía vienen señalando que los cuerpos femeninos han sido criados en la idea de la fragilidad, lo que nos condujo muchas veces a pensarnos esclavas de nuestros órganos y sus cólicos caprichosos. Hasta principios del siglo XX, no sólo debíamos proteger las entrañas para tener una prole sana y numerosa, sino que incluso podíamos ser presas de los caprichos del triperío, presentando cuadros de histeria cuyo tratamiento no era otro que la masturbación (realizada por un médico ¡obvio!).
Colette Dowling, autora de El mito la fragilidad, indica que la mayor parte de las diferencias entre hombres y mujeres en los deportes se originan en el ámbito sociocultural. Los varones llevan profesionalizados mucho más tiempo en el área y reciben mayor apoyo financiero y atención en los medios, lo que les permite, a su vez, progresar. Y para muestra un botón: en la primera edición de los Juegos Olímpicos en 1896 las mujeres estaban prohibidas y en las ediciones entre los años 1900 y 1924, nunca superaron el 5% del total de lxs atletas. Recién en Tokio, y por primera vez en la historia, se alcanzó la paridad con el 49% de participación femenina. Aunque los medios sigan tratando de manera desigual a unos y a otras (los planteles femeninos son “las chicas”, ¿no Señor relator?), pero eso es para otra nota.
El asunto es: ¿de dónde surge la idea la fragilidad? De la naturaleza, me dirán; los libros nos cuentan que los hombres primitivos eran cazadores, las hembras eran débiles y se dedicaban a las crías y la mar en coche. Esa historia está vencida, caput, no va más. Vamos a los datos: Alison Macintosh publicó en 2017 un artículo en la revista Science Advances donde comparaba los huesos de mujeres prehistóricas (a comienzos del Neolítico, entre 7.400 y 7.000 años atrás) con los de un grupo de mujeres del equipo de deportistas de remo de élite de la Universidad de Cambridge, que ese año habían ganado la carrera rompiendo los récords establecidos hasta el momento.
El resultado arrojó que los dos grupos tenían una fuerza semejante en las piernas pero que las extintas mujeres prehistóricas tenían brazos un 13,5%, en promedio, más fuertes que las atletas universitarias. Pero, además, hay estudios que muestran que las mujeres cazaban a la par de los hombres. Es que, si se piensa fríamente, era difícil que la humanidad evolucione cazando animales grandes, salga de África y colonice todo el mundo si la mitad de las poblaciones se quedaba limpiando la cueva al estilo Vilma Picapiedra. Y sí… la diferencia en la fuerza muscular no es algo “naturalmente dado”, tiene base cultural en la división sexual del trabajo.
Medalla de oro (y la única que se recordará): la menstruación a tu favor
Pero entonces, ¿es lo mismo decir hombre que mujer en materia cuerpos y deporte? En este punto me siento más cómoda hablando de cuerpos menstruantes y no de ser mujer u hombre, porque vemos que son categorías que van mucho más allá de un buen par de… ¡cromosomas!
Este es quizás el único dato biológico que debería preocuparnos al momento de pensar en preparación física, por eso se lleva el oro. Porque el asunto es que hay cuerpos que menstrúan y hacen deporte. Y en ese caso no es igual cualquier momento del ciclo para realizar actividades. Porque tener útero implica atravesar tres fases: la menstrual que presenta bajos niveles de estrógenos y progesterona; la folicular que se da justo antes ovular e implica un aumento en los niveles de estrógenos pero bajos de progesterona y, finalmente, la fase lútea, el tiempo entre la ovulación y la menstruación en el que tanto estrógenos como progesterona se encuentran altos.
Durante la fase menstrual y hasta la etapa preovulatoria, hay bajos niveles hormonales y características inflamatorias, lo que genera hasta 8 veces más probabilidad de lesiones, porque los tejidos blandos son más vulnerables. Esta situación se revierte durante la ovulación. Así, conociendo las etapas del ciclo, se pueden adecuar los planes de entrenamientos y alimentación, regulando la intensidad del esfuerzo físico y evitar lesiones, además de mejorar la recuperación, compensando la fatiga que se genera en las distintas etapas del ciclo. El Chelsea y la selección de fútbol femenino de Estados Unidos adoptaron el entrenamiento de las jugadoras a su ciclo menstrual, con excelentes resultados (campeonas todas).
Pero si la menstruación ya se conocía y hay estudios que hablan de la relación entre la carga en el entrenamiento y la menstruación desde 1990, ¿por qué recién ahora se habla adaptar el ejercicio a la ciclicidad hormonal? Pues porque durante mucho tiempo se buscó ocultar la menstruación. De hecho, Emma Hayes, entrenadora del Chelsea, cuenta que durante mucho tiempo las mujeres deportistas eran tratadas como hombres pequeños y debían ocultar el sangrado mensual. El proceso fisiológico quedó rodeado de un tabú enorme que puso a esos cuerpos en pie de desigualdad, cuando en realidad no somos mejores ni peores, somos diferentes. La solución era simple y accesible, correr el velo de oscurantismo alrededor de un proceso tan natural como respirar, utilizando diferentes herramientas que les permitan conocer la etapa en la que se encuentra cada deportista para mejorar su desempeño cuidando su salud.
Pero entonces, ¿cómo hacemos para distinguir entre sexos en el deporte? ¿Y las personas intersexuales? ¿Y las trans? Si al final con las hormonas no alcanza, la diferencia de fuerza no es natural y los cuerpos menstruantes tienen su propio ritmo… ¿armamos nuevas categorías? ¿Cómo? ¿Cuáles deberían ser esas nuevas categorías? ¿O las eliminamos del todo? No lo sé. Te dije al principio de la nota que no sé mucho de deporte, pero sé de personas y naturaleza y creo que no se trata de borrar la diferencia, sino de conocerla, abrazarla y valorarla. Y no olvidarnos que las categorías son convenciones y no podemos reducir todo a números, porque estamos hablando de personas únicas y diversas.
Daniela Garanzini
Dani Garanzini es marplatense por adopción. Estudió Biología y trabajó en ciencia de laboratorio durante más de 10 años. El teatro, la docencia y la comunicación empezaron a ganar terreno en su vida cuando promediaba el doctorado en Ciencias Biológicas. Ese mismo camino le enseño que la ciencia no sirve si no se comparte y, así, se sumergió en el mundo de comunicar la ciencia a tiempo completo. Tarea que hoy realiza en diferentes formatos y plataformas, con tantas ganas como errores, pero con la convicción de que la comunicación de la ciencia es un puente inevitable e imprescindible.
¿De dónde sale el número 2.400.000.000? Eso es cerca del 30% de la población de la tierra.
Juan, gracias por observarlo, hubo un error en la cuenta, que ya corregimos gracias a tu comentario. El número es número estimativo que surge a partir de la población mundial (aproximadamente 7.8 billones de personas) y considerando que el 4% de ella podría ser intersexual, como lo señala Anne Fausto Stearling en su libro Cuerpos Sexuados.
ME ENCANTÓ esta nota. Es un tema que siempre se discute en casa. Yo estoy a favor de que no haya distinción de género en los deportes, que todos los equipos sean mixtos. Y ahí se da siempre este debate que es necesario. Gracias.
Muchas Gracias Victoria, me alegra que te haya gustado. Siempre seguimos pensando nuevas formas para construir un mundo mejor.
Abrazo