Están ahí, aunque no las veamos, aunque las ignoremos, aunque creamos que son, apenas, parte del decorado. Silenciosas y pacíficas, el rol que tienen en el planeta es tan mayúsculo que nosotrxs estamos porque ellas están. Nos alimentan, nos protegen, nos dan su sombra, nos visten y nos acompañan. Y detrás de cada tallo, de cada semilla, de cada hoja con sus nervios, se esconde toda una ingeniería enorme de vida con mecanismos tan complejos como fascinantes, que lxs científicxs buscan entender y poder explicar.
Sumándonos al Día Internacional de la Fascinación por las Plantas, quisimos saber a qué se dedicaban y cómo se vinculaban lxs investigadorxs que trabajan con ellas. En esta primera parte del artículo, Ezequiel Vera y Gabriela Auge, desde distintas perspectivas y disciplinas, nos cuentan sus trabajos con variadas especies de este reino.
Una ventana al pasado
Hay trabajos que implican cierta magia. Suena contradictorio decirlo en una nota de ciencia, ¿no? Pero, ¿cómo no te va a volar la cabeza asomarte a la prehistoria de la Tierra, estudiando fósiles de plantas-sí, leíste bien, de plantas- de hace millones de años?
Algo de eso vive día a día Ezequiel Vera, biólogo, eterno fanático de la paleontología que supo enamorarse poco a poco de las plantas prehistóricas y entender el rol clave que tenían -y que tienen-, incluso, para nuestra existencia. Aunque no fue, si vamos a las raíces, una historia de amor a primera vista.
“Mi vínculo con las plantas vino recién por cuestiones de laburo. Ya desde los 8 años estaba completamente fascinado con la paleontología y sabía que iba a hacer algo de eso, pero siempre pensando más en los vertebrados”, rememora Ezequiel, quien decidió estudiar Biología en la UBA porque le daba más amplitud y posibilidades en cuanto a salida laboral. “La alternativa era estudiar Paleontología en la UNLP, pero se volvía algo mucho más específico”, agrega.
Esto de estudiar plantas del pasado tiene un nombre: paleobotánica. Campo de trabajo que, en esas épocas de estudiante, no eran para nada del agrado de Ezequiel, pero al que terminó llegando, cómo no, por casualidades del destino. “El primer lugar en el que trabajé fue en la Academia de Medicina, pero no me gustaba mucho la temática y la paleontología me seguía llamando. Buscando becas, encontré una sobre paleobotánica, en el Museo Argentino de Ciencias Naturales. Y me respondieron tan amablemente, contándome de qué se trataba el trabajo, quiénes estaban en el laboratorio…que decidí probar”, recuerda. Los dinosaurios y otros vertebrados quedaron para la faceta de los “hobbies” y un universo nuevo se abrió ante sus ojos.
“Cuando te empezas a meter en este campo y ves la diversidad de cosas que hay, no lo podés creer. Te cae la ficha de que gracias al surgimiento de plantas es que hubo oxígeno en la Tierra y que eso permite que hoy estemos acá- relata Ezequiel-. Ni hablar que te parta la cabeza estar estudiando ejemplares petrificados con una anatomía perfectamente conservada con una antigüedad de 300 millones de años”.
Hay muchas formas de estudiar estos ejemplares. Una, como la que contaba el biólogo, es cuando se petrifican. Pero también se investiga sobre impresiones de las hojas -como si fuera una suerte de “sello”o huella en una superficie de barro que luego se fosiliza- y sobre marcas en las hojas que dejan los insectos, lo que permite saber más sobre las interacciones entre especies.
En esto de las interacciones, uno de los elementos que más pistas da son los coprolitos -ni más ni menos que caca fosilizada- donde se estudian restos vegetales. “No solo podés obtener información sobre la dieta del animal en cuestión, sino también sobre la vegetación del momento. Un trabajo que publicamos recientemente mostraba datos de la flora, a partir del estudio de estos coprolitos, de una formación geológica en la que no se conocía nada de plantas. Y no porque no las hubiera, sino porque las condiciones ambientales, al parecer, no posibilitaba la conservación. Cada fósil es como una puerta que se abre a ese universo”, ilustra.
Tal vez requiere algo de esfuerzo visualizar ese “universo” del que habla Ezequiel. Las escalas que manejamos -pensando, por ejemplo, en los años que vivimos- son menos de un instante, si lo ubicamos en la línea histórica del planeta.
“En general trabajo con ejemplares de 120 o 160 millones de años. Pangea, ese supercontinente que hubo hace unos 250 millones de años, ya se estaba fragmentando, había todavía cierta conexión entre Sudamérica y la Antártida, y también Australia tenía una conexión con los continentes del sur”, explica. Esa distribución implica entender, por ejemplo, por qué se encuentran en plena Antártida ejemplares que hoy son más propios de los trópicos y de lugares húmedos.
Tratar de entender esas preguntas del pasado es parte del trabajo que Ezequiel hace desde el Museo. Lugar que, a esta altura de la historia, es como su segunda casa. “A este museo me traía mi tía, de chico, y también me llevaba a otros museos paleontológicos. También vine de visita en la secundaria, como estudiante universitario, luego como guía de sala…pasé por todas las etapas. Poder estar acá, estudiando lo que estudio, es como un sueño cumplido”, valora.
Un trabajo que da frutos
Hay momentos de iluminación, de una puerta que se abre para no volver a cerrarse y cambia por completo una vida. Y si no, pregúntenle a Gabriela Auge. “Mi primer vínculo con las plantas fue en la Universidad Nacional de Quilmes, estudiando la carrera de Biotecnología. Teníamos que hacer un trabajo práctico sobre efectos de hormonas en las plantas…y yo ´flasheé´ mal, no esperaba que las plantas respondieran de esa manera. ‘¿Las plantas hacen esas cosas?’, me preguntaba. Necesitaba saber más. Y esa magia, ese sorprenderme y ese entusiasmo se mantienen hasta el día de hoy, de ver cómo cambias un poco las condiciones y las plantas se dan cuenta y responden”.
En aquellas épocas de estudiante, Gabriela se inclinaba hacia la virología, pero, a partir de entonces, sus prioridades cambiaron por completo. Hoy, no sólo le dedica su vida científica al tema, en los laboratorios del Instituto de Biociencias, Biotecnología y Biología Traslacional (IB3-UBA), sino que se resignificó su vínculo con las plantas y trata de transmitir la importancia que tienen en nuestra vida diaria.
“Tengo, obviamente, muchas plantas en mi casa y me genera un bienestar emocional muy grande el hecho de cultivar plantas. No nos damos cuenta de la importancia de ellas en todas las cosas que consumimos diariamente, hay una desconexión tan grande en nuestra vida cotidiana y lo que las plantas proveen”, afirma.
Parte de los estudios de Gabriela incluyen a las semillas, el único estadio móvil de las plantas y donde tienen una enorme tolerancia a los cambios en el ambiente y la asombrosa capacidad de generar un individuo nuevo. “Esa semilla, aparentemente simple como la vemos, está recibiendo información, procesándola y tomando la trascendental y crítica decisión de germinar o no. Esto es importante, porque si bien como semillas son resistentes, una vez que germinan son muy susceptibles a los cambios ambientales”, explica Gabriela.
Más allá de que la ciencia tiene a las plantas como uno de sus insumos claves de estudio, no reconoce tanto a quienes las investigan…o al menos no lxs premian. “Muchos descubrimientos se hicieron primero por el estudio en plantas y la primera célula que se describió era vegetal- enumera Gabriela-. Incluso, hay muchos Premios Nobel que fueron otorgados a personas que hicieron descripciones de procesos en animales pero que primero habían sido descriptos en plantas. Y, por supuesto, quienes encontraron estas últimas no recibieron el Nobel”.
Este camino de fascinación por las plantas no se queda solo en lo meramente científico. Hace algunos años, Gabriela empezó a convocar a colegas para formar una red nacional de investigadoras dedicadas al campo de las plantas y la botánica, que recibió el nombre de ArgPlantWomen. “Estoy muy contenta con todo lo que construimos colectivamente en este tiempo. Hubo una aceptación muy fuerte de la comunidad en general y de sociedades que se especializan en estas temáticas que nos dio la pauta de que había una necesidad muy importante de generar un espacio así”, rescata la investigadora.
La meta es clara: mostrar el trabajo de científicas de estas disciplinas con dos enfoques fuertes. Uno, por supuesto, es el de género, y el otro tiene que ver con lo federal. “Estábamos muy invisibilizadas en congresos, seminarios y otros espacios. Empezamos a hacer más ruido y a generar más conciencia en el ambiente de que, aunque nosotras seamos más del 50 por ciento en disciplinas vinculadas con plantas, terminan siendo muchas menos las que estamos visibilizadas. Cada una de las actividades de la organización lleva su tiempo…pero todo ese esfuerzo está dando sus frutos”, celebra, metáfora temática mediante, Gabriela.
Así, entre ensayos e iniciativas colectivas, la científica continúa con esta militancia por tomar a las plantas como protagonistas claves en nuestras vidas, y no sólo como mero paisaje de decorado. “Salis a la calle y ves, ahora en otoño, a las hojas que están cayendo. Para que pase eso, el árbol está percibiendo qué momento del año es, qué momento del día, sabe la temperatura, transporta energía que va de las hojas a las raíces, porque se viene el invierno y la temperatura baja- describe Gabriela-. Luego vendrá la primavera, el calor, el tiempo de florecer y más procesos complejos…todo eso ¡es fantástico! Me vuela la cabeza porque es sumamente complejo. Y la gente lo tiene ahí, justo en la puerta de su casa”.
Qué linda nota! =) Admiradxs colegas!