A los 6 años aprendí los nombres de las pirámides de Egipto: Keops, Kefrén y Micerino. También sabía muchos nombres de especies de dinosaurios, de estrellas y planetas. A medida que fui creciendo, incorporé cantidad de apellidos de jugadores de fútbol; títulos de canciones, discos y películas; principales capitales del mundo; la letra de Aurora y del himno a Sarmiento.
Pero… ¿para qué me sirve saber? ¿Qué hago con toda esa info acumulada? ¿Puedo borrar alguna, para liberar espacio en el rígido? Con certeza, ese conocimiento diverso me permitió convertirme en un temible jugador de Carrera de Mente. Tanto es así que reté a un científico del CONICET a una partida, mientras reflexionamos sobre la utilidad del saber.
Sergio Kaminker es doctor en sociología y sabe, sabe un montón. Su tema de estudio, según indica el buscador de la web de CONICET, es Planificación urbana y patrimonialización de la naturaleza en Puerto Madryn, Chubut. Pero hay más, muchos más “temas de estudio” que no pueden ser contenidos por ningún CV.
Armamos el tablero y Kaminker elige el pirulito verde. Antes de que me toque leerle la pregunta, dice: “Una de las primeras cosas que charlo con los grupos que tengo en la Universidad es que no hay un solo saber. Existe el conocimiento científico que es sistematizado, estructurado; que tiene que ser riguroso y estar basado en evidencia, pero, después, contás con otros conocimientos de los cuales echás mano en tu vida cotidiana”.
Tira el dado tres veces; 363. Avanza y cae en el casillero rosa, Entretenimientos y Espectáculos.
“No te preguntás cada vez cómo cruzar la calle o qué camino vas a tomar- sigue la reflexión Sergio-. En tu cabeza tenés ideas muy naturalizadas de qué es lo que debés hacer y eso está vinculado con un saber previo. Mucho de lo que hacemos está anclado a la experiencia. Esos saberes son válidos y trascendentes, pero diferentes al conocimiento científico, que es un tipo de saber que tiene determinadas reglas. Obviamente hay cruces entre unos y otros, pero tenemos que ser conscientes, por ejemplo, que si estamos construyendo conocimiento científico no nos debemos dejar llevar por el sentido común o por nuestra experiencia. Tenemos, como dirían muchos colegas, que deshacernos de nuestras prenociones”…
– Ahora sí, leo del libro rosa: ¿Quién fue el vocalista original de Queen?
-¿No fue Freddy Mercury?
-Aaahh. No sé. Decime vos.
-Freddy Mercury.
– Correcto.
Sergio avanza y vuelve a lanzar el dado
-¿Cuántos años duerme la Bella Durmiente según el cuento tradicional?
– Me mataste.
– La respuesta es 100.
Los integrantes de los Parchís se llamaban Yolanda, Tino, Emma, David y Frank. Pasaron unos 40 años y sigo recordando los nombres de quienes conformaban esa icónica banda infanto-juvenil. También recuerdo entera la canción Señor semáforo, que cantaba Flavia Palmiero en la Ola está de fiesta, allá por 1990. No me es necesario evocar la letra de la canción para cruzar la calle, puedo hacerlo sin cantar. Sí puedo garantizar que, cuando esos recuerdos llegan, soy feliz un rato.
“Hay toda otra discusión vinculada a la agenda científica y ahí sí va de lleno a lo útil, lo no útil, etc. Esa discusión –afirma Sergio, dados en mano– esconde una mirada utilitaria del conocimiento que en la práctica no es real. Creemos que alguien que está pensando un problema de investigación es porque lo va a resolver y muchas veces, desde el tema abordado, no se desprende necesariamente una posibilidad de resolución. A mí me gusta más hablar de lo pertinente. Aquel que hace ciencia tiene que tener cierta vocación por entender, por conocer. Quienes nos dedicamos a las ciencias sociales buscamos comprender aquello que está pasando y no tenemos que caer en esas cosas de ‘yo ya sé cómo funciona’, y entonces lo único que voy a hacer es probar con mis teorías aquello que pensaba, buscando los datos. No. Si no nos dejamos llevar por lo que aparece en la realidad, es posible que no nos estemos haciendo buenas preguntas”, asegura.
– ¿Pulgarcito tenía hermanos?
– Sí.
– Correcto, 6.
Existe, entonces, un pensamiento científico; saberes organizados en base a un método. A medida que esos conocimientos se fueron profesionalizando, se han dividido en diversas disciplinas. Ahora ¿esa división es jerárquica? ¿Son algunas ciencias más útiles que otras? ¿Las ciencias duras tienen más peso específico que las ciencias blandas?
“Varios se refieren a la sociología como un conocimiento de segundo orden, porque todo el tiempo estás intentando comprender qué piensan y dicen otros. Haciendo uso no solamente de los discursos y narraciones, sino también de la documentación y de todo aquello que nos permite ir generando evidencia. Cuando hacemos ciencias sociales, hacemos ciencia sobre alguien que reacciona y ese alguien es parte de una comunidad; muchas veces de nuestra propia comunidad. Esto implica que se opera sobre alguien que ya tiene un posicionamiento previo a las preguntas que realizamos y que reacciona cuando ve como nosotros nos posicionamos. Esa interacción tiene implicancia sobre el conocimiento que generamos”, afirma.
– ¿Es difícil ser científicx?
– Para mí, ser científico es un oficio y eso implica tener un proceso de aprendizaje. Tardamos muchos años en formarnos como científicxs. Hay que pasar por una carrera de grado, una carrera de posgrado, ser evaluado muchas veces. Eso implica una cantidad de años y una formación específica que tiene mucho de técnico y también distintas especificidades que hacen al oficio. Por ejemplo, tenés que saber leer críticamente, escribir académicamente, exponer ideas y, además, saber de la disciplina específica en la cual está inserto. En síntesis, hay que tener un conocimiento técnico muy acabado para poder sobrevivir en un sistema que es de evaluación entre pares.
El pirulito verde pasa al frente. Sigue dejando atrás casilleros de todos colores y llenándose de tuerquitas. Sergio no aleja su mirada del tablero.
El pensamiento científico va acompasando contextos y épocas. Fuimos abandonando creencias a lo largo del tiempo. Dejamos saberes atrás y nos despojaremos en el futuro de certezas que ahora parecen firmes.
“Siempre tenemos ciertos sesgos. El conocimiento está guiado por la teoría y la teoría está vinculada a nuestros niveles de abstracción. Si hay algo en las ciencias sociales distinto a otros tipos de ciencia es que es un conocimiento cuya veracidad es intersubjetiva. El control de lo que hacemos se ejecuta dentro de la comunidad científica que verifica que ese conocimiento que publicamos sea verosímil. Pero, por ejemplo, en el campo de la medicina, hace 20 o 30 años se daban como ciertos algunos saberes que hoy nos parecen una aberración. Sin ir más lejos, hasta el año 1990, la Organización Mundial de la Salud (OMS), consideraba a la homosexualidad como una enfermedad mental. El conocimiento científico tiene que ser lo más riguroso posible. En las ciencias sociales no existe la neutralidad valorativa, no existe la objetividad. En todo caso son valores a los que uno intenta acercarse siendo consciente de nuestros propios valores. Uno da cuenta de su marco teórico y eso es hacerse cargo de bibliotecas con un montón de posibilidades y creatividad, pero también un montón de limitaciones. Implica prestar atención a una parte de la realidad y no a toda cuando uno elige un marco teórico”.
Solo le falta la estrella verde para ganar. El dado gira una vez más y si contesta sin requerir opciones gana. Tiene suerte porque la pregunta no permite seleccionar opciones. Hay que elegir por sí o por no.
– ¿Jugó Hungría alguna vez la final del Mundial de Fútbol?
– Sí
– Correcto, dos veces.
Sabemos cosas, muchas cosas y es difícil definirlas en términos de utilidad. En todo caso, esos saberes son parte de lo que somos. El conocimiento nos permite acercarnos a otrxs; es, en definitiva, el motor de un intercambio. Antes que la respuesta, hay inevitablemente una pregunta. Saber es satisfacer una curiosidad y es por eso que, en líneas generales, se asocia más al placer que al padecimiento. Permite, por ejemplo, ganar al Carrera de Mente.
“Antes de dedicarme a investigar, trabajé entrevistando a solicitantes de asilo en Argentina. Esa labor me generó la obligación de conocer sobre un montón de países y un montón de cosas que fueron apasionantes. Tuve momentos en mí día a día en los que leía más los diarios de otros países que los de Argentina. Ese conocimiento acumulado sobre otras naciones, que aparentemente no tiene utilidad, me permitió comprender otras realidades. Hay cosas que en Argentina damos por sentadas pero que en otros lugares funcionan distinto”, concluye Kaminker.
Cuántxs pibxs se saben de memoria la formación de la Selección Argentina campeona del mundo en Qatar, y, cuando crezcan, se la van a recitar a sus hijxs, sobrinxss, nietxs. Hace unos días, le conté a Amanda, mi hija, el gol del Diego a los Ingleses. No omití ni una de las palabras que utilizó Victor Hugo en su tan memorable relato. Fue un momento hermoso. Y a veces sólo se trata de eso: de habitar nuestros saberes, de invocarlos y hacer del mundo, un lugar un poquito más feliz.
Alejandro Cannizzaro
Alejandro Cannizzaro escribe. Escribe todo lo que puede. Escribe desde que puede. Trabaja de periodista científico en el Centro Científico Tecnológico CONICET-CENPAT, en Puerto Madryn. Ciudad en la que vive desde 2014. Las ballenas no le gustan tanto. Escribe. Es autor de algunos cuentos y una obra de teatro que anda girando por ahí. Tiene 44 años y una hija que se llama Amanda.