
Por Bárbara Dibene (*especial para Entre tanta Ciencia)
Parte I: Qué nos pide (y cómo nos interpela) el #11F
Las efemérides nos dan la oportunidad de reflexionar sobre temas relevantes. Buscar datos, profundizar en los detalles, conocer nuevas historias. El #11F, en particular, fue instaurado por la ONU en 2015 como una invitación a reconocer el papel clave que desempeñan las mujeres y las niñas en las comunidades científica y tecnológica.
También nos convoca a reflexionar sobre la necesidad de reforzar su participación en condiciones de igualdad mediante políticas públicas, la promoción de carreras científicas y la visibilización de referentes y logros de las mujeres en el campo. Es que partimos de la premisa de que no te puede gustar (ni vas a elegir) lo que no conocés, por lo que el desafío es presentar roles y posibilidades. En otras palabras, incentivar la imaginación.
En esta tarea la educación y la comunicación son fundamentales. No sólo para ampliar la representación de las mujeres en la ciencia, sino también para desnaturalizar estereotipos de género y de la propia tarea científica.
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Hay un acertijo que cada cierto tiempo aparece en redes sociales y genera intercambios muy interesantes. Dice: “Un hombre y su hijo viajan en auto. Tienen un accidente grave, el padre muere y trasladan al niño al hospital porque necesita una compleja operación de emergencia. Llaman a una eminencia médica, pero cuando llega y ve al paciente, dice: ‘No puedo operarlo, es mi hijo’. ¿Cómo se explica esto?”. Ante el problema muchxs dan vueltas -hasta acuden a soluciones paranormales- y tardan en dar con la respuesta que debería ser evidente: la eminencia es… una mujer.
Este sesgo que lleva a relacionar a una eminencia directamente con un hombre no es exclusivo del ámbito de la medicina. Por el contrario, se replica en distintas disciplinas científicas, particularmente en las ciencias duras o exactas, que son a su vez las más asociadas al “saber científico”. ¡Pero las sociales también existen!

Culturalmente -pensemos en películas, historietas, publicidades y un largo Etc (guiño guiño)- se ha construido la imagen del científico como un varón mayor, con guardapolvo y pelo revuelto, trabajando solo, aislado en su laboratorio. Pero esto se aleja bastante de la realidad. La ciencia es, sobre todo, diversidad y trabajo en equipo.
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Si ha corrido tanta agua debajo del puente en materia de género y la academia tiene sus propias discusiones al respecto, es válido preguntarnos por qué se sigue reproduciendo una imagen masculinizada de la ciencia. Sin profundizar en la complejidad del estudio de los estereotipos, podemos decir que no surgen de la nada: son construcciones culturales que se sostienen hasta que son cuestionadas. Y aún así, transformarlos es un proceso que lleva tiempo.
Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia
— CienciaPBA (@CienciaPBA) February 11, 2025
El #11F surgió en 2⃣0⃣1⃣5⃣ por decisión de la @ONU_es para visibilizar el trabajo de las mujeres en la ciencia y promover la equidad de género⚖️ en el ámbito científico y tecnológico👩🔬👩🔬👩💻. pic.twitter.com/RzNAbMpd11
Algunos datos de la realidad pueden ayudarnos a entender por qué persiste esta asociación. En Argentina, la mayoría de quienes investigan son mujeres: 6 de cada 10 personas, según el último informe realizado por el Programa Nacional para la Igualdad de Géneros en Ciencia, Tecnología e Innovación.
Sin embargo, a medida que se asciende en los niveles jerárquicos tanto en gestión como en investigación hay mayor masculinización. En criollo: quienes toman decisiones y se quedan con los laureles son, en su mayoría, hombres.
Otro dato llamativo es la distribución de género según las áreas del conocimiento. Las mujeres tienen mayor presencia en las ciencias sociales, las humanidades y las ciencias médicas y de la salud, y menor presencia en las ingenierías y tecnologías. De hecho, el informe de 2022 elaborado por la organización Chicas en Tecnología (CET) aporta que en nuestro país, las mujeres representan solo el 34 por ciento del estudiantado de las disciplinas de Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas, y el 17 por ciento del estudiantado de programación.
Esta segmentación no sólo afecta las trayectorias profesionales, sino también la imagen general de la ciencia. Al estar mayormente asociada, como ya mencionamos, con las llamadas «ciencias duras» (donde predominan varones), la representación de la figura científica suele ser masculina.
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Parte II: algunas voces en primera persona y un «proceso de aprendizaje constante»
El resto del estereotipo tampoco funciona a la perfección. Las formas de hacer ciencia son múltiples, diversas y creativas. Responden a los contextos y necesidades locales así como a las trayectorias de las personas que las llevan adelante.
Acá, tres mujeres científicas, incluso dentro de la misma disciplina, comparten cómo se relacionan con la ciencia de manera única. Metodologías participativas, líneas de investigación novedosas y extensión distinguen su trabajo. Además, cada una, desde su propia perspectiva, acerca a sus hijas al mundo de la ciencia.
Soledad Ceccarelli es bióloga, investigadora de CONICET e integra el proyecto de ciencia participativa GeoVin, vinculado a la problemática de Chagas. Recuerda: “Cuando era chica no veía imágenes de mujeres científicas, sino de hombres con guardapolvo blanco, en un laboratorio y con microscopio. Y sinceramente yo sólo uso microscopio o lupa en algunas oportunidades para ayudar a mi equipo o compañerxs a identificar la estructura de una vinchuca, que es el insecto vector del parásito que ocasiona el Chagas. Sino, no es parte de mi día a día”.
Con una hija de cinco años, Martina, Soledad reflexiona mucho sobre su práctica profesional e intenta desnaturalizar y discutir estereotipos para transmitirle otra imagen.

“Ella, de a poco, fue entendiendo que mamá investiga, pero que lo hace en una computadora. Me gusta mostrarle las fotos en los papers que leo, las vinchucas, los colores, los mapas. Me pregunta ‘¿qué es eso?’ o ‘¿dónde queda?’, o qué parte de la vinchuca es la que está viendo. Hace poco estaba mirando una foto de microscopía electrónica con mucho detalle y me preguntó qué parte era. Le expliqué y le conté un poquito sobre eso, y me prestó atención. Le encantó”, relata la bióloga.
Soledad reconoce que estamos atravesando un momento de transición en lo simbólico y también en la distribución del trabajo científico. “En los estamentos superiores -en lugares de poder- sigue habiendo mayor presencia de varones porque en las generaciones anteriores había muchos más, pero ahora hay mayor cantidad de becarias y creo que eso tiene que ver con los cambios en la representación de la mujer en la ciencia”.
Y agrega: “Marti está viviendo esa época y, por ejemplo, tuvo acceso a los contenidos educativos de PakaPaka, como tantas otras niñas. Creo que eso fue muy positivo, como el hecho de que nuestras hijas nos vean a nosotras, sus mamás, que ya estamos ocupando esos lugares”.
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Romina Valente, también bióloga e investigadora de CICPBA, reconoce una distancia entre el “ideal” del quehacer científico que tenemos en la infancia y adolescencia, con la realidad de la carrera y el trabajo.
“En el laboratorio ves la ‘cocina’, cómo funciona todo: las instituciones, las técnicas, la publicación y la evaluación, el sistema en sí. Yo pensé que todo era más rápido, pero lleva su tiempo, sus procesos”. En la familia de Romina no había personas que se dediquen a la investigación, pero su papá ingeniero y su mamá maestra la acercaron al mundo académico y el amor por el conocimiento: “Soy perseverante, me gusta indagar y redescubrir”.
A su hija Jazmín, de cinco años, quiere transmitirle una idea central: que fuera de ella hay otros organismos que tienen su particularidad y merecen respeto. “Hace poco nos encontramos con unos bichos bolita, ella se asustó y yo le expliqué que no hacen nada, que se envuelven. También vimos una noticia de un delfín al que sacaron del mar, y charlamos sobre que puede morir, que necesita del agua. Lo mismo con las almejas, de no sacarlas. Poco a poco le voy contando según su interés. Ella ama los animales domésticos, quiere ser veterinaria”.

Romina estuvo fuera del sistema muchos años, pero en 2024 logró reingresar y ahora lleva adelante una línea nueva de investigación en el CEPAVE (CCT La Plata CONICET-UNLP) relacionada con la utilización de un sistema parásito hospedador como bioindicador de contaminación ambiental.
La nueva rutina le presentó varios desafíos, particularmente en relación a la maternidad: “Al sistema científico todavía le falta acompañamiento, poder considerar algunas cuestiones como la posibilidad de llevar a tu hija a un congreso y tener un lugar confiable y cerca donde dejarla”. Pero el compañerismo dentro de su laboratorio le brinda contención mientras se acomoda: “Las mujeres vamos haciendo redes”.
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Que la ciencia salga de los laboratorios es un reclamo que se escucha en los últimos tiempos. Y que, afortunadamente, convive con el deseo creciente de las personas que se dedican a la investigación de dar a conocer su trabajo e involucrarse con la comunidad.
Cecilia Mordeglia es bióloga, investigadora y extensionista universitaria. Cuando comenzó a trabajar no sabía cómo sería su día a día, pero a lo largo de los años fue descubriéndose como profesional.
“El trabajo de laboratorio me enseñó la importancia de los datos y el rigor, pero sentí que lo que realmente quería era generar un impacto más directo en la comunidad y trabajar en equipo”, comparte Cecilia, que actualmente es parte, entre otros espacios, del grupo “¿De qué hablamos cuando hablamos de Chagas?”, una ONG que se dedica a hablar de la problemática en la mayor diversidad de entornos: educativos, comunicacionales y comunitarios, entre otros.
Su hija Faustina es adolescente, y para Cecilia lo importante es mostrarle cómo su trabajo se relaciona con el bienestar social. “Le cuento sobre las investigaciones, las personas con las que colaboro y cómo todo lo que hacemos tiene como objetivo mejorar la vida de la comunidad. Me gusta que entienda que ser científica no es sólo una cuestión de ‘trabajo en un laboratorio’, sino de cómo cada paso que damos puede tener repercusiones para muchas personas”.

En ese sentido, Cecilia sostiene que la ciencia “no es sólo para personas ‘muy inteligentes’ o ‘especializadas’, sino que es una forma de ver el mundo y encontrar soluciones a problemas reales”. Por eso, ante la pregunta de qué le diría a aquellas niñas y adolescentes que quieran seguir una carrera científica, responde: “No tienen que seguir un camino preestablecido ni tener todas las respuestas desde el principio. Ser científica es un proceso de aprendizaje constante, de preguntas y dudas, pero también de descubrimientos y satisfacciones. Les transmitiría que la ciencia está al servicio de las personas y, por lo tanto, tiene el poder de generar un cambio positivo en la sociedad”.
Soledad, en tanto, propone: “Confíen en su intuición. Creo que el hacer científico es una característica muy particular que nos identifica. Yo lo digo siempre, para mí la intriga es lo que más ayuda a que los avances científicos tengan ese sentido de ir descubriendo cosas nuevas. Hay que recordar la etapa de la niñez en la que queríamos saber el por qué de todo. Por eso, les diría que mantengan la intriga y la repregunta en su cabeza. Esa es la forma de hacer ciencia”.
Las experiencias de Soledad, Romina y Cecilia buscan ser un ejemplo de cómo el camino para convertirse en científicas está lleno de desafíos e imposiciones, pero también de la posibilidad de encontrar lo que las apasiona. Día a día, ellas -como tantas otras profesionales- construyen una ciencia más consciente de su rol social, colaborativa y situada. Con su esfuerzo y las redes que acompañan la maternidad, abren nuevas puertas para un futuro más equitativo.
Una cultura que pinta
Científicas de acá: historias que cambian la historia es un libro lanzado en el 2021 que reúne las experiencias de 25 mujeres que trabajaron y trabajan haciendo ciencia y tecnología en Argentina. Son pioneras y referentes en distintas disciplinas. Vale destacar que la obra, a cargo de la iniciativa Científicas de acá está disponible una versión infantil, recomendada para niñxs de 6 a 10 años, con ilustraciones coloreables.

Bárbara Dibene
Bárbara Dibene es comunicadora. Le gusta escuchar a las personas y contar sus historias. Actualmente es becaria doctoral en el Centro de Estudios Parasitológicos y de Vectores (CCT La Plata CONICET-UNLP), donde investiga la divulgación de la problemática de Chagas en discursos audiovisuales. Es parte del proyecto de ciencia participativa GeoVin y del grupo ¿De qué hablamos cuando hablamos de Chagas?, donde continuamente comprueba la importancia de vincular la ciencia con la sociedad. La lectura, la escritura y las redes sociales son parte de su vida diaria, tanto como la biología y su intensa curiosidad, una característica que su equipo a veces padece… y otras celebra (o al menos eso cree).