París 2024: el oro, el barro, la gloria y los moros


Vamos hijos de la patria.
¡El día de gloria ha llegado!
Contra nosotros la tiranía.
Se levanta el estandarte sangriento
La Marsellesa

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Fluyo. Nunca soy el mismo que el día anterior. Heráclito, no muy lejos de aquí aunque sí a una distancia prudencial en cuanto al tiempo, solía decir que ningún hombre puede meterse al mismo río dos veces (¿“hombre”? ¡Vaya ausencia de feminismo, Heráclito! Aunque todavía faltaba mucho, digamos todo, para la llegada de tantas pensadoras feministas, como la francesa Simone de Beauvoir y su Segundo sexo. Y muchas antes y muchas después. Pero habrá que convenir que Heráclito, como tantos otros, era hijo de su tiempo…). 

Me renuevo. Se renuevan. Me adapto y me rebelo. “Cogito ergo sum”, dijo alguna vez René Descartes, y sospecho entonces que, si fluyo, entonces existo yo también. Dicen que nací en la comuna de Source-Seine, pero no sé desde cuándo existo. Soy un emblema del país galo, más natural pero igual de cultural que los fierros que se elevan hasta el cielo en forma de Torre Eiffel. He visto nacer emperadores y emperatrices que con sus ideas fascinaron al mundo, matemáticxs y pensadorxs que se convirtieron en figuras públicas y ofrendas de paz que se repartieron por todo el continente. Si hasta a mis aguas han llegado los relatos sobre Louis Pasteur y sus experimentos para demostrar la naturaleza de la microbiología. No me sorprende: veo vida y la cobijo también, aunque sea a diminuta escala. “No beban de ese agua”, imagino que habrá dicho un exasperado Pasteur, ante la gente que se agolpa en mi ribera.

El francés Louis Pasteur es considerado padre de la microbiología.

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Pero no hace falta que ningunx investigadorx grite eso. Hace más de un siglo que nadie se atreve a tocarme, dicen que estoy contaminado como si fuera el Ganges de la India -y no me hablen de contaminación en el deporte ni de partidos que se reanudan a las dos horas, que es demasiado temprano para ello-. Aunque los cuerpos que supieron estar aquí, como el del Inspector Javert, ya no existen más. Soy perseverante, capaz de destruir piedras con el caer de una gota. Tengo una relación especial con la luz y el color, pero en este mundo incierto siempre hay oscuridad. Como en la Revolución que supo convulsionar a mi país, cuando El Terror era moneda corriente y lxs monarcas perdían sus cabezas en manos de plebeyxs. Una canción sobre reyes sometidos y sobre el pueblo al poder, al ritmo metálico y sangriento de la guillotina.

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Mi historia y la historia de esta ciudad no dejan mucha alternativa: Heráclito tenía razón. Todo cambia, todo se transforma, lo único permanente es la mutación. Pero hay movimientos que traen alegría. María Salomea Skłodowska, por ejemplo, transformó su identidad de polaca a polaca/francesa y recién ahí “nació” Marie Curie. Aunque el apellido propio sea de Varsovia y el de su esposo fuera parisino. Qué más da. Ignoro si ella y su marido practicaron algún deporte, pero me doy cuenta que a la ciencia también le gusta entregar medallas relucientes. Esto de premiar a lxs mejores es demasiado humano. Ni yo ni mi naturaleza de hidrógenos y oxígenos entendemos mucho.

María Salomea Skłodowska, conocida luego por el mundo y por la historia como Marie Curie, tomó el apellido parisino de su esposo.

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He visto militares convertidos en pedagogos, con obras que cambiaron y que van a seguir cambiando al mundo. ¿Serán sus acciones igual de inmortales que mi curso?

París es una fiesta, diría Ernest Hemingway . En un instante que se hará eterno, desfilarán sobre mí cientos de atletas con hambre de gloria. Portan los colores de su patria, sus botes llenos de sueños replican un ritual, el olímpico, que viene, vaya destino, de tiempos de Heráclito. La superficie de mi ser tiene lugar para todxs ellxs. 

Aunque, para ser muy estricto, esto del agua convertida en alfombra de presentación es una innovación. Me hubiera gustado que también lo hubieran hecho lxs deportistas en 1900 y 1924, cuando el mundo era otro y yo también. Lxs que están en sus casas podrán verme a color. Se llegará a apreciar mi magnitud pero no toda mi extensión. Por más grandes que sean las televisiones a futuro jamás entrarán 777 kilómetros de historia. 


Así que será histórico, este año: nunca habían inaugurado unos Juegos Olímpicos en un lugar que no fuera un estadio. Cualquiera que esté en la ciudad podrá ver a los más de 10 mil deportistas que estarán flameando las banderas de los países que con orgullo representan. Y quedará en la historia por otro motivo, más importante: habrá paridad de participantes, al menos desde una mirada binaria. Serán 1012 mujeres y 1012 varones, en total.

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Observo con cierto recelo la llegada de la delegación argentina, tierra de pasión por el deporte. Hay muchas naciones, es cierto, pero sé que a ustedes les interesa sobre cualquier otra. El país envía a sus representantes con la fuerza del tango y la ilusión a flor de piel. A la cabeza,  Rocío Sanchéz Moccia, capitana de la selección de hockey sobre césped, y Luciano De Cecco, histórico armador de vóley.  Sé que están listxs para deslumbrar a la Ciudad de la luz y, quizás, conseguir la tan ansiada medalla dorada, que, en ediciones anteriores, se les negó a sus disciplinas. Pero saben que esto va más allá de los premios.

La delegación argentina, a pleno en la Ceremonia de Apertura de los Juegos Olímpicos París 2024.

Ganarla, de todas formas, significa llegar al pináculo del esfuerzo y la dedicación. Cada gota de transpiración y cada sacrificio convergen en ese momento sublime de gloria. Los corazones laten al ritmo del éxito mientras que el estadio resonará con aplausos que ensordecerán sus oídos, los silbidos de lxs dolidxs no llegan a escucharse. Lxs argentinxs (y lxs de Italia, lxs de Canadá, lxs de Camerún y lxs de Nueva Zelanda…) soñaron con este día, con ver su bandera en la cima del podio mientras escuchaban el himno más lindo del mundo: el propio. Siendo conscientes que vivirán coronadxs de gloria.

Pero mejor me callo, es hora de que empiece a hablar el futuro, en modo presente y con fuertes raíces en la historia. Ya habrá tiempo que la Sorbona analice los impactos sociológicos, que lxs discípulxs de Latour, de Derrida y de Deleuze pongan bajo el prisma de sus microscopios sociales tamaño evento cultural, y que algún Cortázar o alguna Pizarnik esboce algún verso o frase para desnudar mis secretos.

Lo importante ahora es que, cuál ecosistema divino, decenas de disciplinas, cientos de deportistas, miles de hinchas y millones mirando alrededor del mundo confluyen…y todo en una sola ciudad.

¡Merde!

Sofía Glinka
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Sofía Glinka es periodista deportiva después de haber pasado por otras tres carreras. Las dudas la acompañan en su vida cotidiana y en los textos que escribe. El deporte, la comunicación y Taylor Swift son sus grandes pasiones.

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