Vaya vínculo que tienen lxs deportistas con la plata (el metal, no el dinero, ojo). Sí, saben que es blanca (¿o se pensaban que era plateada? ¡ja!), brillante, y hasta tal vez sepan que es una enorme conductora de la electricidad y del calor. Que se ha convertido, a fuerza de popularidad y de versatilidad, en un reconocido metal, incluso para aquellxs que sepan poco y nada de química o de física. Y también deben saber que ya lxs antepasadxs de nuestrxs antepasadxs utilizaban este elemento en joyas y monedas por la belleza y durabilidad de este noble elemento. Algo tenía -algo tiene- evidentemente, si lxs egipcixs, lxs griegxs, lxs otomanxs y lxs romanxs le daban un valor especial a la plata. Pero no tenemos dudas: más de unx la odia, por cada otrxs tantos que la aman.
Varios siglos de ciencia y tecnología le dieron a este metal un lugar preponderante en la vida cotidiana, que van más allá de un colgante en una duquesa del siglo XII o de las 30 piezas por las cuales, según dice la Biblia, Judas traicionó a Jesús . La plata tiene voz y voto en la electrónica, en la construcción de paneles solares, en la medicina -por sus propiedades antibacterianas- y hasta en complejos dispositivos que buscan purificar el agua.
Pero hay algo más allá de los misterios que se esconden en su interior y de que ella misma se esconde en minerales como la argentita -sí, claro, algo tenían que ver Argentina, el Río de la Plata, argentum y que el símbolo de la plata sea Ag, ¿no?-. Hay un hilo conductor (no precisamente rojo, en este caso) que une a civilizaciones antiguas con las contemporáneas: el estándar de valor y el prestigio. Y acá entran el odio/amor, amor/odio, pero nunca la indiferencia. Quisieron los resucitadores de los Juegos Olímpicos antiguos, devenidos en modernos, que la medalla de plata se le otorgue a los del segundo puesto. Más que orgullo, desde ya, pues qué mejor que una distinción, pero…¿tan cerquita de la gloria, tan cerquita del oro y, sin embargo, plata?
Aquí, tres historias del Ag, tres disciplinas que vieron como sus protagonistas no consiguieron el primer puesto, pero, aún así, lograron hacerse un lugar importante en la historia.
87 golpes y ninguna flor
Veo a mi padre en la multitud y su sonrisa me dice varias cosas. Que está orgulloso de mí y que sabe que voy a ganar esta pelea. No me gusta confiarme, pero sé lo que va a pasar. La campana salva a mi oponente de recibir el golpe 87 (¿los conté? Sí, soy así de obsesivo) y cada uno de nosotros camina hacía su esquina. No paro de recibir elogios de mi equipo. Me dicen que mis manos se convirtieron en las del Rey Midas y que voy a materializar la victoria en una medalla dorada de primer puesto. Dejo de prestarles atención cuando el árbitro me llama a mi y al surcoreano Park Hi-Sun. Muevo mi cabeza de un lado al otro, suelto la respiración y cierro los ojos, esperando que levante mi mano, pero eso nunca sucede. Pensé que los gritos de victoria iban a inundar el recinto pero el asombro no deja que nadie se mueva. Park, que solo me había dado 32 golpes, ganó.
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Carlos Bilardo solía decir que el deportista que salía en segundo lugar en una competencia era el primer perdedor. Aunque no fue el caso de Roy Jones Jr: vivió una derrota -justo en la década del ‘80, que vería consagrarse al Doctor- que terminó siendo una victoria. El boxeador estadounidense fue protagonista de uno de los episodios más escandalosos del deporte y tal fue la magnitud de los hechos que estuvo al borde de dejar de ser parte de los Juegos Olímpicos.
El problema había arrancado cuatro años atrás, en Los Ángeles 1984. Los locales se habían llevado nueve medallas doradas de las 12 en competencias en la disciplina pugilística y el resto de los países empezaron a dudar de la parcialidad de lxs jueces. La venganza es un plato que se come frío, habrán pensado lxs asiáticxs. Así, esperaron el momento para tomar revancha y que mejor que los Juegos disputados en su territorio.
Jones, que en ese momento tenía 19 años, venía de ganar dos Torneos Guantes de Oro y ostentaba una campaña de 121 victorias y 13 derrotas, siempre bajo la exigente mirada de Roy Jones padre. A los 10 años ya había ganado su primer torneo y la presión que había sufrido para llegar a la medalla olímpica había sido muy fuerte.
Tras esa pelea contra Park Hi-Sun, el estadounidense declaró que no iba a pelear más en su vida -imaginen la controversia de ganar por “goleada” en una cita olímpica pero que tu cuello reciba la medalla plateada y que el himno que suena en la premiación sea el de tu rival-.
Pero Jones siguió compitiendo y, ya fuera de las competencias olímpicas, conseguiría algo que ningún boxeador antes ni después que él, hasta la fecha, igualó: fue el primer y único campeón mundial de peso mediano en lograr el título de los pesos pesados. Ganó, dicen, mucha plata. Las vueltas de la vida.
A propósito, traemos a cuento un fragmento de un paper de la mexicana Hortensia Moreno Esparza, doctora en Ciencias Sociales, que decía lo siguiente (atentos Roy Jones Jr y Park Hi-Sun):
“El boxeo es un deporte limítrofe cuya legitimidad es puesta en duda con frecuencia. Su finalidad expresa es la destrucción del cuerpo del enemigo, a diferencia de lo que ocurre en la mayoría de los deportes institucionalizados, en los que la violencia se disfraza o se atenúa con objetivos que no son los cuerpos de los otros contra los que se compite (…) Despliega al mismo tiempo una extremada destreza física y un pronunciado desarrollo de habilidades corporales con uno de los más altos riesgos de destrucción y muerte. Es visiblemente somático —físico, material, corporal—, pero se postula estratégico (…). El boxeo, como disciplina corporal, cultiva un cuerpo destinado a su propia aniquilación.
No obstante, hay una interpretación mística del boxeo —la cual inspira una producción cultural extensa—, a partir de la que se elabora una figura heroica que se mueve en el mundo boxístico para fabular mitos de la modernidad, como el de la construcción de la masculinidad, la conversión del niño en hombre o la salida de la pobreza con base en el mérito individual. En todas estas expresiones el boxeo «es conquista y destrucción, competencia pura, hombre contra hombre» (Hauser, 2000: 7)”.
Conquista o no, destrucción o no, los 87 golpes habrán hecho “místico” al pobre Roy Jones…pero «solo» le otorgaron una medalla de plata.
Berlín Mon amour
Sabía que se venían las tres semanas más aburridas de mi vida. Un viaje a Berlín con 50 hombres podía ser de todo, menos tentador. Sin embargo era consciente de lo que significaba ese viaje: convertirme en la primera mujer argentina y sudamericana que asistía a unos Juegos Olímpicos.
No llegué a la prueba de 100 metros como una de las favoritas, creo que ni siquiera sabían quién era. Pero cuando el juez dio la orden me zambullí en la pileta y demostré lo que mejor sabía hacer.
Aunque, cuando el árbitro dio la orden para que salgamos, tardé un segundo de más en hacerlo. Me sobrepuse a esa adversidad y llegué a dominar la carrera en varios momentos. Brazada tras brazada iba escribiendo mi nombre en las páginas de historia. Sin embargo, la holandesa Hendrika Mastenbroek tocó la pared 5 centésimas antes que yo. Tenía 20 años, estaba bañada en plata y ya era consciente que la historia no solo la escriben lxs que ganan.
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Jeanette Campbell abandonó la Argentina en plena década infame para zambullirse de lleno en la Alemania nazi. Nacida en Francia, decidió dejar sus raíces del Sena y meterse de lleno en la gloria del Río de La Plata. Como para que vean que Entre tanta ciencia va de aquí hacia allá y pega la vuelta…pero porque la historia misma lo hace, y no nos queda otra que recorrerla.
Berlín 1936 se convirtió, con el paso del tiempo, en una cita fuertemente estudiada desde las Ciencias Sociales y Humanidades. Como simple caso, Pablo Kopelovich, becario de CONICET y doctor en Ciencias de la Educación cuenta en este trabajo que esa edición “se trató de un caso paradigmático en el uso del deporte como propaganda política, pudiéndose hablar de un modo claro de manipulación y sometimiento de los sujetos a través de la utilización de la actividad deportiva (Schnaidler, 2011). Entonces, actuó a manera de ‘pantalla’ de los verdaderos objetivos del Nazismo: forjar jóvenes aptos y deseosos de participar en la batalla y morir por su patria (…). Para contribuir a dicha difusión se encargó a la cineasta Leni Riefensthal la filmación de un documental sobre los Juegos (“Olympia”), donde se utilizaron técnicas fílmicas avanzadas que se convertirían en estándar de la industria cinematográfica”.
Cuestiones propagandística de lado, Campbell se hizo la fama a sí misma: se convirtió en la primera mujer en una delegación olímpica argentina y sudamericana en la historia -y de yapa, se trajo una medalla-. Pero, además, abriría el camino para las mujeres, entre ellas, su hija, Susana Peper, que seguiría su legado y competiría en los Juegos Olímpicos de Tokio de 1964. En esos juegos, su madre volvió a hacer historia: fue la primera abanderada olímpica de la Albiceleste que no competía en los Juegos.
No es oro todo lo que reluce
Todavía recuerdo las noches de invierno, allá por 1988, en las que mi cuerpo y corazón se calentaban alentando a la selección de vóley. Yo era una de las cientos de miles de niñas que veía en la pantalla de televisión a unas heroínas sin capa pero que volaban muy cerca del cielo. Eran tiempos complicados en el Perú, los apagones eran moneda corriente (y no de plata, precisamente), pero había una luz que llegaba desde el otro lado del mundo, dándonos fe y esperanza.
Verlas competir en Seúl fue más que un espectáculo deportivo; fue un motivo de unión y celebración para nosotrxs, que vivíamos tan lejos de la arena olímpica. Mi mamá siempre me decía que nuestras jugadoras representaban el coraje y la tenacidad del pueblo peruano, y creo que nunca había sentido tanto orgullo como en esos momentos.
Me acuerdo de que sólo había un cupo para los países sudamericanos y que en el partido por ese lugar mi selección le ganó por 3 sets a 0 a Brasil. Aunque, por cosas del destino, la Verdeamarela participó igual en los Juegos y fue al primer rival que vencimos. El segundo partido tuvo un tinte de revancha, al enfrentarnos con China,rival que nos había ganado la final del Mundial de 1982 en nuestro propio país.
Con esfuerzo, coraje y mucha entrega, siendo ordenadas en lo táctico y precisas en lo técnico, Perú salió victorioso. Y, en el último partido de la fase de grupos le ganamos a la selección de Estados Unidos. Vaya que era una mojada de oreja, pues había sido justamente un estadounidense, William George Morgan, quien, en 1895, había tomado elementos de otros deportes, con el objetivo de disponer de una actividad física con características propias: equipo reducido, de bajo costo y de fácil accesibilidad. Sí, había inventado el voley…pero el triunfo tenía los colores peruanos. Como sea, el paso de la selección peruana era imparable y la disciplina impuesta por el entrenador coreano Man Bok Park estaba dando sus frutos.
Nunca voy a olvidar el partido de las semifinales contra Japón. Empezamos abajo por 2 sets a 0 y realmente creí que las jugadoras no iban a poder revertir la ecuación. Sin embargo, la Bicolor pudo dar vuelta la situación y ganaron los tres sets restantes con marcadores de 15-6, 15-10 y 15-13.
Llegó la final y con ello el rival más duro de todos: la Unión Soviética. El oro se sentía en nuestros corazones y la ilusión estaba a flor de piel cuando íbamos ganando por un 2 a 0. Durante el tercer set se produjo la debacle. Y con ello, perder el partido por 3 – 2. Perú lo había dado todo. Las lágrimas de tristeza adornaban los rostros de las jugadoras. Aunque deberían haber sido de orgullo, ya que, 36 años después, nadie en el país logró superar esa marca. La medalla de plata no se gana, se asegura. Y la gloria quedó para siempre, sin importar la posición.
Ya sabemos que esta nota es sobre la plata, no sobre el bronce, pero, ya que hablamos de Perú, nos encantaría agregar que el país sudamericano obtuvo en París 2024 una nueva medalla, esta vez por el tercer puesto: el velerista Stefano Peschiera finalizó tercero en la prueba dinghy de vela que se celebró en las aguas frente a la ciudad francesa de Marsella. Fue la primera desde que Juan Giha lograra la plata en tiro en Barcelona 1992 y se suma a la historia de las jugadoras de voley en Seúl. Ahora, ustedes, esa historia ya la conocen.
Sofía Glinka
Sofía Glinka es periodista deportiva después de haber pasado por otras tres carreras. Las dudas la acompañan en su vida cotidiana y en los textos que escribe. El deporte, la comunicación y Taylor Swift son sus grandes pasiones.